Huida

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Avanzaba todo lo rápido que le permitían sus exhaustas piernas. El callejón estaba a rebosar de gente por todas partes, lo que le permitía camuflarse entre los viandantes. Pero sabía que sus perseguidores, además de ser más en número, avanzaban mucho más rápido que él.

¿Cómo era posible? ¿En qué momento su vida acabó siendo lo que era ahora? ¿Tanto se había desviado del camino como para que su existencia actual fuera tan miserable?

Él había sido un gran mago de renombre. Desde que podía recordar, la gente lo respetaba y temía a partes iguales simplemente por escuchar su apellido. Y ahora allí estaba. Herido, oliendo como un pordiosero, y huyendo de un grupo de magos carroñeros dispuestos a atraparlo para conseguir unos miserables galeones a cambio de su pellejo. Nunca había sido un santo, pero aquello le parecía demasiado.

Continuó avanzando mientras se sujetaba la herida de su costado. No había tenido ocasión de mirarla todavía, pero notaba como la sangre, caliente en comparación con la temperatura que había a la intemperie, se escurría entre sus dedos. También llevaba varias marcas por la cara, pero la capucha de su capa negra le ayudaba a pasar desapercibido entre la gente. Por suerte, al ser invierno, muchos iban cubiertos de la cabeza a los pies para protegerse del frío, por lo que su aspecto de fugitivo no llamaba la atención de nadie.

Apenas se atrevía a mirar atrás para ver dónde estaban sus captores. Temía que al girarse lo localizaran y eso significara su fin. Seguía avanzando mientras observaba los alrededores en busca de un escondite, pero no encontraba nada ni remotamente seguro.

-        ¡Seguid buscando!- Ordenó uno de los carroñeros con voz hosca.- No puede andar muy lejos.

Escuchar esas palabras fue más que suficiente para que comprendiera que sus captores estaban más cerca de lo esperado. Debía encontrar un escondite o una vía de escape de inmediato, o de lo contrario sería capturado antes de darse cuenta.

-        ¡Maldita sea!- Susurró apurado, viendo como sus posibilidades de escapatoria se reducían por momentos.

Seguía observando los alrededores como loco, hasta que vio un estrecho y oscuro callejón sin salida repleto de cubos de basura. No era lo que él consideraba un escondite perfecto, pero esperaba que le ayudara a perder de vista a sus captores.

Procurando no llamar la atención, se deslizó entre las personas que abarrotaban la calle peatonal en busca de las compras de Navidad, y se adentró en la callejuela apresurándose a ocultarse tras el apestoso e improvisado escondite. Cuando se hubo ocultado lo mejor que sus heridas le permitieron, sacó la varita que había conseguido apropiarse semanas atrás -debido al descuido de un confiado mago-, tras su huida del Ministerio de Magia, y realizó un hechizo desilusionador con la esperanza de que sus escasas fuerzas le permitieran hacerlo durar el tiempo suficiente hasta perder de vista a los carroñeros.

Pasó, oculto entre la basura, lo que le pareció una eternidad, y nadie había ido a buscarlo, por lo que consideró que estaba a salvo y que finalmente había conseguido despistar a sus perseguidores. A pesar de sentirse temporalmente a salvo, decidió continuar en su escondite durante un rato más. Pensó que tal vez de esa forma se aseguraría de que esos malditos individuos no continuaran por la zona, y además eso le otorgaría un tiempo valioso para descansar y tratar de reponer fuerzas.

Debía mirar sus heridas y curarlas, sobre todo la del costado que era la de mayor gravedad, pero en ese momento se encontraba tan cansado que no tenía fuerzas para hacerse cargo de ellas, y además el frío que, a cada paso que daba el sol hacia el ocaso, se hacía más y más intenso calando en sus huesos de manera brutal, le impedía hacer cualquier movimiento que no fuera temblar de manera violenta y descontrolada. Llegado un punto, poco a poco fue adentrándose en un sopor que lo llevó a una placentera inconsciencia donde el frío y el dolor no tenían cabida alguna. Finalmente, sin poder soportarlo más, sus ojos plateados, vencidos por la falta de energía, se cerraron.

Amor SecretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora