Juicio

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Habían transcurrido seis largos días desde que Harry visitara a Draco en su celda. Seis eternos días en los que no pasaba ni un solo segundo sin que Hermione y el bebé no fueran protagonistas de sus pensamientos. Y al fin, hoy, para bien o para mal, había llegado el momento en que sería juzgado y condenado.

Por primera vez, desde que supo que había sido sentenciado al Beso del Dementor, no sintió miedo de su destino. Saber que se encontraba en esa situación a cambio de que su mujer y su hijo estuvieran a salvo, le producía una paz que jamás pensó que llegaría a sentir en una situación como esa. Tan solo la tristeza de no poder ver a Hermione en los últimos momentos de su vida, y de no llegar a conocer jamás a su pequeño, perturbaba su armonía.

- Vamos, Malfoy.- Dijo un mago viejo –seguramente un auror que había pasado a segunda actividad debido a su avanzada edad- con prominente barriga, barba mal afeitada y ropas bastante descuidadas.- Ha llegado tu momento.- Continuó diciendo mientras colocaba las esposas mágicas a un Draco sumiso, que aceptaba su destino tal y como se le presentaba.

Caminaron por pasillos oscuros y enrevesados. Llegaron a la zona de ascensores y tras bajar a los sub-sótanos del Ministerio, continuaron su camino por lugares que Draco desconocía.

Era cierto que, de pequeño, acudió al Ministerio en compañía de su padre en varias ocasiones, y que siendo un Malfoy –en la época en que su apellido aún tenía valor-, habían tenido el privilegio de visitar áreas restringidas a la gente ordinaria, pero nunca había recorrido esas zonas, de hecho jamás imaginó hasta ese momento que existían esas instalaciones en el Ministerio de Magia.

Entró a una pequeña sala de piedra gris, oscura y llena de humedad. Al hacerlo sintió como si el frío se apoderara de su cuerpo. Las paredes estaban construidas de piedras gruesas y deformes, como si alguien muy torpe las hubiera amontonado una encima de la otra. El suelo estaba tan cubierto de polvo y tierra, que apenas distinguía su color original. Y el techo era inexistente. Solo un vacío negro y aterrador lo formaba. El único mobiliario de la sala era, una mesa de madera vieja y ajada que había junto a tres sillas en idéntico estado. Y delante de esta, en medio de la estancia, se encontraban unas bastas y oxidadas cadenas, enganchadas al suelo.

El mago que acompañaba a Draco, lo guio hasta el centro de la sala dónde el rubio pudo observar cómo las pesadas cadenas se alzaban solas, hasta que acabaron completamente enredadas en sus brazos, oprimiéndole desde las muñecas hasta los codos, con una fuerza superior a la que esperaba.

Sin mediar palabra, el mago de aspecto descuidado, que lo había acompañado hasta allí, marchó, dejándolo completamente solo.

- ¿Qué me va a pasar ahora?- Se preguntó el Slytherin, observando la profunda oscuridad que reinaba donde debería haber habido un techo.

Parecía que en cualquier momento, descendería un Dementor, y le daría el temido Beso allí mismo, poniendo fin a todo, sin ni siquiera haber sido juzgado. Tal vez eso era lo que había previsto el Ministerio. Hacerlo rápido, práctico, sin preámbulos. Quizás era lo mejor. Estando solo, desamparado, como si se tratara de un despojo de la sociedad. Alguien en quién no merece la pena malgastar tiempo.

Todavía estaba con estos pensamientos en mente, cuando la puerta de madera –vieja como todo lo demás en aquella sala- se abrió con un fuerte chasquido, que sacó repentinamente al rubio de su ensimismamiento.

En completo silencio y sin mirarlo siquiera –como si allí no hubiera nadie- entró un mago de avanzada edad, con pelo blanco y encrespado, y ataviado con una túnica negra. Iba acompañado de una señora también mayor, que cargaba un montón de pergaminos y plumas entre sus ancianos brazos.

Amor SecretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora