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–Hola, maldita. Pensé que habías muerto. –fue lo primero que dijo Stefi al verme. –Pero luego recordé que "hierba mala nunca muere" y me tranquilicé al instante. –Paul, a su lado, golpeó su brazo.

–Mucho hablas, teniendo en cuenta que te pasaste el día de ayer como loca preguntando por ella. –la regañó el, haciendo que chasqueara la lengua en respuesta. Me reí, abriendo mis brazos para que se acerquen. Ellos lo hicieron al instante, uno a cada lado de la camilla.

–Yo también me alegro de verlos, chicos.

–Bueno, basta de cursiladas, me dan asco. –dijo Stefi, separándose, como siempre. A veces me parecía increíble que tuviera novio.

–Así que... ¿unas semanas de vacaciones? ¿Qué tal eso? –dijo Paul, con una sonrisa traviesa. – Ya quisiera yo salvarme de clases.

–Oh, créeme, no querrías estar en mi lugar. –ellos rieron, y luego me contaron que había pasado en el colegio.

Hablamos por un momento hasta que la puerta se abrió bruscamente y de allí entro una muy apurada Alycia.

–¿Eva? ¿Todo está bien? –preguntó, corriendo a Stefi de su lado de la camilla y tocándome la cabeza, preocupada. –¿Por qué apretaste el botón? –me preguntó, confundida al notar que yo parecía estar en buen estado.

–¿Qué? Yo no lo apreté. –dije, confundida por un momento. Luego miré a mis amigos en busca del culpable. Los dos se miraron entre sí, con cara de inocente. –¿Paul?

–Ni siquiera sé de qué están hablando. –se defendió él. Miré entonces a la otra posible culpable, mi amiga.

–¿Stefi?

Me miró con cara de disculpa.

–Lo siento. No sabía que era, fue un accidente. –dijo, con cara de santa. Alycia la fulminó con la mirada, muy enojada. Noté que aún mantenía una mano en mi mejilla. Ella también pareció notarlo ya que la quitó al instante. Yo me sonrojé.

–Está bien. No vuelvan a presionarlo, salvo que sea una emergencia. Tú –dijo señalándome. –¿has tomado las pastillas del mediodía? –yo asentí, y ella me sonrió, logrando que yo le sonría de vuelta. Estaba por abrir la boca cuando ella se me adelantó. –Volveré en una hora. Pórtate bien. –me avisó, guiñándome el ojo celeste. Amaba cuando hacía eso. Dio un saludo general, y tan rápido como apareció, se fue.

–Wow, eso fue intenso. –dijo Paul. –Tu doctora es un bombón, debo admitirlo. No me molestaría para nada estar en tu lugar. –dijo en un tono afeminado que me hizo sonreír.

–Lo sé. –le contesté. –¿Has visto sus ojos? Creo que me he enamorado. –comenté, en broma. Él rio.

–Yo creo que me he hecho encima cuando me ha fulminado. Sí que es intimidante. –comentó ahora Stefi, que no había dicho nada hasta el momento.

–Eso te pasa por meter la mano donde no te llaman, querida. –ella rodó los ojos. Paul, a mi lado, hizo un sonido de afirmación.

–Oh, por cierto. Te traje tu cuaderno, que lo encontré en mi cuarto hace unos días. –dijo Paul abriendo su mochila y sacando de allí un cuaderno verde. Mis ojos se iluminaron.

–Pensé que lo había perdido. Gracias, gracias. –dije, muy emocionada intentando alcanzar el cuaderno, pero quejándome al instante por el movimiento.

–Y también te compramos unos lápices nuevos, porque no sabíamos que regalarte para tu cumpleaños. –añadió Stefi, sonriendo dulcemente. Paul al fin me alcanzó el cuaderno, junto con los lápices. Yo abrí los brazos, y ellos volvieron a abrazarme. Me quejé un poquito, pero no me soltaron. –Me alegro tanto de que estés bien, Eva. –yo asentí. Pocas veces Stefi demostraba cariño, y había aprendido que lo mejor era disfrutarlo en silencio.

–Los amo, chicos. Muchas gracias.

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Los chicos se fueron una hora después, haciendo que mi madre entre en la habitación. Le pedí que me acerque la mesa móvil y me puse a dibujar en mi cuaderno. Ella hizo unas cuantas preguntas, me avisó que me compraría un móvil nuevo, y se acostó en el sillón que había allí, comentándome que había dormido muy mal anoche. Yo hice silencio, dejándola descansar.

Dibujé varios bocetos de ojos, teniendo en claro que quería lograr, ninguno convenciéndome. Cerré el cuaderno frustrada e intenté dormir. Tenía la necesidad de saber la hora, pero no quería despertar a mi mamá. Tenía hambre, estaba incómoda y quería ir al baño, pero atrasaría eso último lo más que pueda, sabiendo lo incómodo que sería la situación.

Luego de lo que parecieron horas, la puerta se abrió, y una muy sonriente Alycia entró.

Hice un gesto de silencio señalando a mi mamá, y ella asintió. En susurros, dijo:

–¿Como has estado? –y me inspeccionó. Yo me quedé muy quieta.

–Genial, solo tengo hambre, y quisiera cambiar de posición. Pero cada vez que lo intento, duele mucho. –le contesté, también en susurros, mirando mi cuerpo. Ella sonrió triste.

–Puedo administrarte un calmante, si quieres. Así podrás dormir bien. ¿Tienes que ir al baño? –preguntó. Yo me sonrojé, y dejé de mirar sus ojos. –¿Te da vergüenza?

–Aun no, esta noche. –le contesté, aún sin mirarla.

–Como tú quieras. He venido para bañarte, pero algo me dice que tampoco querrás eso. –yo negué desesperadamente. Ella río, despacito. –Puede hacerlo tu madre, si eso es lo que quieres, pero yo tengo que estar presente, o quizás una enfermera si no te sientes cómoda conmigo.

-No es que no me sienta cómoda contigo. –le respondí casi a la defensiva. –Me hace sentir un poco inútil, además, estar completamente desnuda en frente de ti mientras me bañan no me parece la mejor de las escenas. –ella negó con fuerza.

–No entiendo por qué, soy tu doctora después de todo. Mi trabajo es cuidarte. Es por tu bien, si haces un movimiento que causa dolor yo voy a estar aquí para ayudarte. Incluso debería ser yo quien te bañe, para más cuidado. –dijo, haciendo una mueca rara. –Si noto algo peligroso la primera vez, seré yo quien te bañe las próximas.

Yo asentí, resignada a pasar vergüenza. Casi me había acostumbrado.

–Como sea. ¿Puede ser más tarde? Te llamaré cuando mi mamá se despierte. –ella asintió.

–Mi turno termina a las 8, pero normalmente estoy aquí hasta las 9. Intenta que sea antes de esa hora, por favor. –me dijo.

–Pero no tengo reloj, ¿cómo quieres que sepa a qué hora despertarla? –ella rodó los ojos.

–Bueeeeno, me convenciste. Mañana te traeré un reloj. Tómalo como regalo de cumpleaños. –dijo, mientras se sacaba el que tenía puesto. Tomó mi mano y lo dejó ahí. Yo la acaricie suavemente, sin dejarla ir. –Cuando me llames, toca el botón dos veces, y así sabré que no es nada grave. No sabes el susto que me di hoy cuando tu amiga lo presionó. –dijo ella, devolviéndome una pequeña caricia sobre la mano que me encantó.

–Lo siento mucho. En realidad, no tanto ya que te pude ver. –le dije, volviendo a susurrar. Ya no sé en qué momento habíamos dejado de hacerlo. Ella quitó su sonrisa, pero siguió acariciándome.

–Tienes que dejar de decir esas cosas. –me advirtió por primera vez.

–¿Por qué? –me defendí yo, un poco a la defensiva.

–Soy tu doctora, mucho más mayor que tú- dijo, soltándome. La extrañé al segundo. Ella se alejó rápido, sin dejarme contestarle. –Volveré. –me avisó, aunque yo ya lo sabía.

Tras tus ojos. CORREGIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora