–¡Arriba, por dios! –escuché la voz de la Mari en la puerta. Alycia se sentó en la cama sobresaltada y miró los alrededores sin entender nada. Yo llevaba tiempo despierta observándola, por lo que no me costó responder.
–¡Vete! –le grité con una sonrisa sin dejar de ver a la mujer frente a mí. Toqué su espalda y solo en ese momento volteó a verme. –Eres tan bonita al despertar... –me sonrió de vuelta. Puso sus manos a cada lado de mis hombros y se dejó caer sobre mí, reposando su cabeza sobre mis pechos. La abracé tanto como mis brazos me lo permitieron.
–¡La comida está aquí! –volvió a insistir María. Me estiré para dejar un suave beso en su frente.
–Quieta. –me sostuvo cuando quise moverme. –Solo duermo bien cuando es contigo. Eres tan cómoda. –dijo volviendo a acomodarse sobre mis pechos.
–¿Cómo se supone que debo tomarme eso? –pregunté riendo.
–Como quieras. –respondió y comenzó a bajar sus manos peligrosamente a mi cintura.
–¡No! –me quejé cuando sentí sus cosquillas. Me moví desesperada en busca de ayuda. –¡Para, para! –me reía intentando sostenerla. Su peso encima mío y sus manos en mi cintura me impedían cualquier tipo de defensa. –¡Para, por favor! –rogué como última opción, pero ella no se detuvo.
–¡¿Qué está pasando ahí?! –gritó la Mari. Alycia se detuvo al instante y yo aproveché el momento para escaparme de su prisión. Le saqué la lengua desde la puerta del baño.
–¡Si nos molestas una vez más me aseguraré cambiar la cerradura de la puerta! –oí a la doctora amenazarla. María se río en respuesta y sus pasos se alejaron por el pasillo. Me cepillé los dientes con dedicación.
–¿A qué hora trabajas?
–Ocho de hoy. hasta las seis de mañana. –la miré sorprendida por el espejo. Levantó los hombros. –No te has enterado, pero hoy tenía que ir al hospital a las ocho de la mañana. He cambiado el turno. –me apuntó con su cepillo, mientras yo la miraba con una mezcla de emoción y ternura.
–¿De verdad? –asintió en respuesta. –Pero esta noche no podremos vernos, y tu no quieres verme en días de semana. –dije en un puchero. Se rio.
–Mi amor. –habló mirándome a través del espejo. –El problema es que apenas puedo mantener mis manos lejos de ti en dos días a la semana, ¡imagina durmiendo juntas todos los días! –abrí la boca con sorpresa. –Creo que no debí decir eso.
–Pues si me lo preguntas a mí, mantienes tus manos bastante lejos. –dije apoyándome en su espalda. Corrí el pelo de su cuello y dejé un suave beso. Alycia inclinó la cabeza dejando más piel a mi disposición. –Te he extrañado tanto... –recordé presionándola con el mueble del lavabo. Mis manos se movieron con soltura sobre su camisa, desabrochándola. Cinco segundos después, ella y su necesidad de control habían cambiado los roles, y ahora yo me encontraba espalda con el mueble.
Me besó con pasión con las manos a mis costados, sin tocarme. Decidí que ya no me quejaría–demasiado había tenido la última vez– y mis manos volvieron a desabrochar sus botones. Su lengua se reencontró con la mía y la sensación me hizo temblar de pies a cabeza. Apreté la camisa entre mis dedos mientras la atraía aún más hacia mí. Sus piernas desnudas rozando las mías casi me hicieron rogar por más contacto.
–¡No me obliguen a entrar, la comida está en la mesa! –Ariana hizo su gran introducción aporreando la puerta de la habitación. Gemí de cansancio cuando el beso se detuvo.
–¡Te detesto! –le grité a la hermana cuando Alycia comenzó a caminar hacia el armario. La seguí observando su trasero sin disimulo.
–¿Puedes dejar de mirarme el culo? –me preguntó aún de espaldas.
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Tras tus ojos. CORREGIDA
Teen FictionLa verdad, no soy una persona demasiado despierta. Es decir, lógicamente si estaba despierta en ese momento, pero ustedes me entienden. No recuerdo que estaba pensando, o imaginando, o no sé si había algo en mi cabeza realmente. De lo que sí estoy s...