T e r c e r o

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A mitad de la noche, él está ahí. Recostado sobre un poste eléctrico averiado.

Está muy oscuro como para saber cómo está vestido. Pero tan sólo con verlo puedes saber que quiere tres cosas.

Primero, quiere silencio. Y es complacido en eso. Hay un silencio espeso. De esos que no se rompen así como así. De esos que absorben el sonido. Y ese silencio específico que lo rodea, no se irá. Nunca.

Después, quiere fumar un cigarrillo. Lo necesita. Pero no podrá. No puede encenderlo. Porque la oscuridad en la que está sumido es igual de absorbente que el silencio. Y no permitirá que haya ninguna luz.

Y por último, y más importante, quiere ver las estrellas. Y debería poder verlas. Las condiciones son óptimas para hacerlo. En toda la historia de la humanidad no ha habido momento más perfecto para presenciar las estrellas que ese. Sumido en el silencio y en la oscuridad.

Pero, su deseo no se cumplirá.

Pues está viendo al cielo nocturno. Y este está vacío. Y es que no hay luces ni abajo ni arriba.

Y él se siente perdido.

Está perdido.

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