Hoy hace frío. No dan ganas de levantarse. La fogata se ha apagado. El mar se ve algo más agitado, la luz es tenue, las nubes son grises. Parece que va a llover.
No quiero hacer nada por hoy. Sólo me queda pensar y pensar. Recordar el pasado que dejé atrás y darme cuenta que no tengo futuro.
Ahora que me acuerdo, fui barrendero y limpiador en esa casa parda. Aparte de la señora, habían unas cuantas muchachas, muy guapas, aunque se notaban que eran igual de rústicas que yo. Asimismo, entraban y salían de la casa unos cuantos caballeros, algunos de mejor aspecto que otros. Tenía expresa prohibición de entrar a ninguna de las piezas de las señoritas desde el anochecer hasta el amanecer, aunque en un principio no me interesaba eso porque luego de la cena me iba a la bodega a dormir.
Mi jornada empezaba bien temprano. Me lavaba, vestía y desayunaba, e inmediatamente empezaba la labor de limpieza en la casa. Ahí sí podía entrar a las piezas, pero no me parecía la gran cosa. Limpiaba, hacía las camas, aireaba, ordenaba si lo ameritaba, trapeaba. Barría, y harto, tanto adentro como afuera de la casa. A veces hacía los mandados de la señora. A las señoritas por lo general no las veía hasta que caía la noche, aunque a ratos me las encontraba en el centro cuando iba a comprar o a dejar recados. Fue una época buena, si bien la paga era escasa, era mejor que seguir como mendigo.
Nunca sospeché de nadie, ni de la señora ni de las muchachas. Yo suponía que ellas vivían ahí como quien vive en un conventillo. Lo de los hombres entrando y saliendo nunca me pareció raro, como no conocía las costumbres de la ciudad no entendía nada. Un día, un tipo pasó por el lugar y preguntó por el "lupanar". Nunca había oído esa palabra, por lo que supuse que a lo mejor estaba pensando en alguna cantina, por lo que le indiqué que fuera mejor al mercado que está a orillas del río. Me miró con asombro, luego dijo "eres nuevo ¿cierto?". Le respondí que sí. Me encargó entonces que le dijera a la señora que anduvo don X, que ella sabía de qué se trataba.
Mi vida siguió igual, sobreviviendo y haciendo mis labores. Llega la noche y me devuelvo a la bodega, a dormir o a hacer nada. Mirando el techo, pensando qué será de los míos... a veces miro la cueva y hago lo mismo. Así pasó un tiempo hasta que una noche ocurrió algo espantoso...
... suenan las gaviotas, mientras me acurruco en mis frazadas. Sus chillidos inundan mis oídos en medio de la modorra. No tengo hambre, y me da flojera ahora salir. Vivo, sobrevivo, el presente solitario y el futuro no existe. Nada, el único humano que existe en este paraje donde las alimañas y los matorrales son los reyes.
Va a llegar la noche, está nublado y es cuarto menguante, ¿hago fogata o no? Hay días en que no resulta hacerla, porque está todo húmedo y no logro prender, porque hay viento y no atino, por muchas cosas. Me levanto, salgo a ver si hay algo que pueda servirme. Poca luz, veo poco y no hallo más que unos cuantos rastrojos y ramillas para hacer algo. Me devuelvo a la cueva, de nuevo con los cuarzos. Intento e intento, pero no prende. Frustrado y cansado me rindo. Choco y choco las piedras que a ratos me dan destellos tenues. Todo se inunda de oscuridad. Doy y doy golpes a las piedras pero nada. Me rindo, prefiero dormir.
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En la cueva
General FictionDesde hace tiempo vivo en esta cueva que mira al mar. Ya perdí la cuenta de los días, meses o años que he estado aquí. No llevo cuenta del tiempo que llevo acá, no tengo cómo. Vivo solo, no he tenido contacto con otro ser humano desde que escapé, a...