Capítulo 4 // Viaje a Hogwarts

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El final del verano llegó más rápido de lo que Abril habría querido, el mes que había pasado en la Madriguera había sido el más feliz en mucho tiempo.

La última noche, la señora Weasley hizo aparecer, por medio de un conjuro, una cena maravillosa que terminó con un suculento pudín de melaza. Fred y George terminaron  noche con una exhibición de las bengalas del doctor Filibuster, y llenaron la cocina con chispas azules y rojas que rebotaban del techo a las paredes durante al menos media hora.

Después de esto, llegó el momento de tomar una última taza de chocolate caliente e ir a la cama.

A la mañana siguiente, les llevó mucho rato ponerse en marcha. Se levantaron con el canto del gallo, pero parecía que quedaban muchas cosas por preparar. La señora Weasley, de mal humor, iba de aquí para allá como una exhalación, buscando tan pronto unos calcetines como una pluma.

Algunos chocaban en las escaleras, medio vestidos, sosteniendo en la mano un trozo de tostada, y el señor Weasley, al llevar el baúl de Ginny al coche a través del patio, Abril se apresuró a ayudarlo al ver que casi se rompe el cuello cuando tropezó con una gallina despistada.

A Abril no le entraba en la cabeza que nueve personas, siete baúles grandes, tres lechuzas y una rata pudieran caber en un pequeño Ford Anglia. Claro que no había contado con las prestaciones especiales que le había añadido el señor Weasley.

—No le digas a Molly ni media palabra —susurró a Abril al abrir el maletero y enseñarle cómo lo había ensanchado mágicamente para que pudieran caber los baúles con toda facilidad.

—Genial — susurró.

Cuando por fin estuvieron todos en el coche, la señora Weasley echó un
vistazo al asiento trasero, en el que Harry, Ron, Abril, Fred, George y Percy estaban confortablemente sentados, unos al lado de otros, y dijo:

—Los muggles saben más de lo que parece, ¿verdad? —Ella y Ginny iban en el asiento delantero, que había sido alargado hasta tal punto que parecía un banco del parque —. Quiero decir que desde fuera uno nunca diría que el coche es tan espacioso, ¿verdad?

Abril se mordió la legua para no reir y el señor Weasley arrancó el coche y salieron del patio. Pero casi inmediatamente tuvieron que dar la vuelta, porque a George se le había olvidado su caja de bengalas del doctor Filibuster.

Cinco minutos después, el coche tuvo que detenerse en el corral para que Fred pudiera entrar a coger su escoba. Y cuando ya estaban en la autopista, Ginny gritó que se había olvidado su diario y tuvieron que retroceder otra vez. Cuando Ginny subió al coche, después de recoger el diario, llevaban muchísimo retraso y los ánimos estaban alterados.

El señor Weasley miró primero su reloj y luego a su mujer.

—Molly, querida...

—No, Arthur.

—Nadie nos vería. Este botón de aquí es un accionador de invisibilidad que he instalado. Ascenderíamos en el aire, luego volaríamos por encima de las nubes y llegaríamos en diez minutos. Nadie se daría cuenta...

—He dicho que no, Arthur, no a plena luz del día.

Llegaron a Kings Cross a las once menos cuarto. El señor Weasley cruzó la calle a toda prisa para hacerse con unos carritos para cargar los baúles, y entraron todos corriendo en la estación.

Abril ya había cogido el expreso de Hogwarts el año anterior. El problema estaba en llegar al andén nueve y tres cuartos, que no era visible para los ojos de los muggles. Lo que había que hacer era atravesar caminando la gruesa barrera que separaba el andén nueve del diez. No era doloroso, pero había que hacerlo con cuidado para que ningún muggle notara la desaparición.

Abril en Hogwarts: La Camara SecretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora