Esperé a Seulbi frente a su mesa.
Ella estaba recogiendo su material, y al verme levantó su mirada y me sonrió.
- Esa es la sonrisa que quiero ver - hablé sonriente.
Ella soltó unas pequeñas risas y cerró su mochila, colgándosela al hombro mientras se levantaba.
- ¿Lista? - pregunté mientras le ofrecía mi mano.
Ella asintió pero miró mi mano.
- Lo siento - me rasqué la nuca pensando que iba demasiado rápido.
Ella no dijo nada y tan sólo salimos de clase mientras nos dirigimos a la puerta principal.
Las clases se habían acabado por hoy, tristemente.
Cuando llegamos a la puerta ambos seguíamos en silencio.
Fui a despedirme de ella, pero me ganó.
- ¿Podemos ir a algún lado? - preguntó con voz temblorosa.
Le miré y me fijé en su mirada.
Sus ojos se movían de un lado a otro de forma nerviosa.
- Claro - respondí después de un par de segundos.
Ella tomó mi mano y me dirigió a algún sitio.
No quise preguntar y tan sólo disfrute de la calidez de su mano.
- Agradezco que no hayas preguntado aún el por qué tengo los ojos tan rojos - habló ella rompiendo el hielo.
- No quería que te sintieses presionada - confesé.
- ¿Por qué has decidido ayudarme? - preguntó ella.
Solté un corto suspiro antes de comenzar.
- Hace un par de meses estabas súper feliz, siendo el alma del Grupo, animando a todos, y noté como poco a poco fuiste cambiando lo cual me impulsaba a seguir observandote, sé que no estás bien, pero no tengo el derecho de preguntarte - respondí.
- No eres como el resto - dijo ella en una bocanada de aire.
Sentí como mis orejas ardían.
- No sabes lo agradecida que estoy - noté el tono de sinceridad en su voz.
- Créeme que más agradecido estoy yo de que tú existas - entrelacé nuestros dedos.