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El mejor amigo de Frank, Ray, estaba tan preocupado, ya habían pasado tres días desde que aquel pequeño chico salía de su habitación siquiera para comer

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El mejor amigo de Frank, Ray, estaba tan preocupado, ya habían pasado tres días desde que aquel pequeño chico salía de su habitación siquiera para comer. El mayor dejaba platos con comida en la puerta de la habitación de Frank; no quería que algo malo le sucediese al menor por no comer bien.

— Frankie, ¿puedo entrar? —le preguntó al menor tocando la puerta blanca con unas estampillas de prohibido el paso, mordía su labio inferior a causa del nerviosismo.

— ¿No entiendes que quiero estar solo? Lárgate —le dijo el menor en respuesta. Frank yacía en la cama de su habitación con sus manos cubriendo sus ojos, de los cuales salían lágrimas como cataratas.

— Frankie, pequeño, solo quiero hablar, déjame entrar —el mayor estaba pegado a la puerta, intentando escuchar todo lo que Frank hacía dentro de la habitación, estaba sumamente angustiado.

— Ray, solo vete —sollozó, cubriendo su boca con sus pequeñas manos, tratando de ahogar los sonidos que provenían de su llanto.

— Si cambias de opinión estaré dispuesto a hablar... —le dijo antes de irse hacia la cocina en busca de una soda.



¿Cómo fue que Frank terminó así?; esa era la pregunta que rondaba por la cabeza de Ray.

Frank era apuesto, bastante. Era un cabrón, pero era divertido y tierno cuando quería serlo. No entendía por qué había pasado de ser un chico de 17 años alegre, a ser uno que ni siquiera habla con su mejor amigo. ¿Qué fue lo que le hizo apagarse?

Ray no sabía que cada mañana en el colegio Frank era víctima del acoso por parte de sus compañeros; intentaba defenderse, pero eran demasiados para él solo. Frank lloraba en los baños del colegio, esos que presenciaban aquella mutilación contra él mismo, esos que presenciaban la navaja cortando la pálida y fina piel de sus muñecas. Ray no sabía que Frank anhelaba cada noche dormir y no despertar jamás. Ray no sabía que Frank quería morirse.



— ¿Sabes, Gerard? Ni siquiera habla conmigo —Ray se quejaba con uno de sus viejos amigos por teléfono.

Solo dale su espacio —respondió el chico del otro lado de la línea, era pelinegro y de tez pálida.

— Es lo que hago, pero es tan... complicado, si lo conocieras me entenderías —gruñó Ray por lo bajo.

Entonces, lo conoceré —dijo Gerard con una sonrisa.— Estoy en tu casa en 20, ¿de acuerdo?

— Bien, bien, te veo aquí —rodó los ojos y cortó la llamada.

El timbre de la pequeña y acogedora casa de Ray sonó, haciendo que este se levantara del sofá y caminase a abrirle a Gerard

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El timbre de la pequeña y acogedora casa de Ray sonó, haciendo que este se levantara del sofá y caminase a abrirle a Gerard. Al abrir lo encontró con sus gafas de sol y esa sonrisa divertida que lo caracterizaba.

— No demoraste tanto —le dijo Ray mirando la hora en su móvil.

— Quiero conocer al niño que te tiene tan quejumbroso —se dirigió a la cocina, sacando una cerveza de la nevera, justo como si estuviese en su propia casa, conocía cada rincón del hogar de Ray a excepción de la habitación de Frank.

— Joder, es que si vieras lo preocupado que estoy —suspiró cansado, Gerard se dirigió a la sala. Había un par de botellas vacías en la mesa de centro, junto a ellas había un montón de fotografías de Ray con sus amigos en fiestas.

— ¿Puedo conocerlo? —Gerard estaba muriendo de curiosidad, Ray asintió y le indicó que lo siguiera con la cabeza.

Ambos subían las escaleras de madera; Ray se miraba tan nervioso, sus manos sudaban porque estaba más que seguro de que el rechazo por parte de Frank llegaría en el momento en el que intentaran entrar a hablar con él. A pesar de ello, Ray se armó de valor y tocó la puerta, tragando en seco; estaba listo para las reclamaciones de Frank, pero estas no llegaron.

No se escuchó ni un solo sonido.

— ¿Frank? —tocó con más fuerza, se estaba empezando a poner nervioso, de nuevo no hubo respuesta.— Frank Iero, ábreme —el tono de su voz era preocupado, y aumentó el volumen. Empezó a forcejear con la puerta, Gerard lo miraba con angustia, sacando el móvil para llamar a emergencias en caso de que una situación grave se presentara.


Unos segundos más tarde, la puerta se abrió dejando ver al pequeño Frank con los ojos rojos y ojeras debajo de estos. Llevaba una sudadera de tallas extras y un pantalón deportivo, lo que lo hacía ver aún más pequeño. Ray no resistió y abrazó con fuerza a aquel chico tan frágil, suspirando con alivio; no se parecía en nada al Frank que él conocía.
Gerard lo miraba, pudo sentir que un ligero rubor tiñó sus mejillas pálidas al pensar que Frank era un chico bastante lindo.

— Lamento la tardanza... —Frank susurró, mirando a Gerard con el ceño fruncido mientras aún estaba en los brazos de Ray.

— Tranquilo —Ray se separó de su cuerpo con delicadeza, como si fuera a romper alguno de los huesos de Frank al tocarlo.

— Así que él es Frank —Gerard le dijo a Ray con esa sonrisa, pero esta vez no había una pizca de diversión, en vez de esta había un poco de curiosidad y nerviosismo.

— Si. Frank él es Gerard, un amigo; Gerard él es Frank —Ray los presentó, el menor solo hizo un gesto con la cabeza, y el pelinegro lo miró con compasión.



Pero, aunque Gerard no quería involucrarse con un chico como Frank, ya estaba comenzando a darse cuenta de que este era muy joven como para desperdiciar todo su ser en aquellas cuatro paredes. Sin embargo, Frank solo quería volver a encerrarse, quería sollozar con fuerza, quería dormir y jamás volver a despertar. Estaba tan cansado de su propia vida que ya consideraba que tenía más razones para irse que para quedarse.

 Estaba tan cansado de su propia vida que ya consideraba que tenía más razones para irse que para quedarse

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