trois

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Frank estaba tan confundido mirando el blanco techo de su habitación

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Frank estaba tan confundido mirando el blanco techo de su habitación. Eran las 3 a.m. y aún no había podido dormir; no podía dejar de pensar en aquel beso con Gerard. Se había sentido tan culpable después de que el mayor se fuera que hasta había cortado sus muñecas. Ray ni siquiera había notado aquellos gritos ahogados contra la almohada.

— Please don't be lonely when I'm gone, I've been so sad for far too long... —cantó mientras algunas lágrimas rebeldes resbalaban por sus blancas mejillas.

En otro hogar de la ciudad se encontraba Gerard, durmiendo cómodamente con aquella chica pelinegra. Ambos yacían desnudos sobre la pequeña cama del chico, quien sostenía por la cintura a su novia. Hace más de dos meses que ella pasaba las noches con él y esta era la quinta vez que hacían el amor; o, como él lo llamaba, tenían sexo.

El mayor estaba tan tranquilo, hasta que comenzó a soñar con aquel pequeño adolescente; ambos se besaban con tanta pasión, hasta que Frank comenzaba a llorar y la sangre traspasaba las mangas de su sudadera. Gerard se despertó alterado y con una fina capa de sudor en su cuerpo, Lindsey se incorporó a su lado encendiendo la lámpara situada en la mesita de noche.

— ¿Qué pasa, amor? —la chica lo miraba con preocupación.

— Solo... fue una pesadilla —sentía que el corazón le saldría del pecho.

— Tranquilo, las pesadillas son solo sueños, todo está bien —la pelinegra lo consoló y besó sus labios, él volvió a recostarse junto a ella, estando un poco más tranquilo.

Pero, Gerard olvidaba tantos detalles, entre ellos olvidó que las pesadillas son sueños, y los sueños pueden volverse realidad.

Pero, Gerard olvidaba tantos detalles, entre ellos olvidó que las pesadillas son sueños, y los sueños pueden volverse realidad

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Frank

El día comenzó desde el momento en el que el sol empezó a salir, y para mí mala suerte no pude pegar un ojo en toda la maldita noche. Tal vez si mis padres aún vivieran conmigo las cosas serían diferentes; pero fue gracias a Ray que dejé de vivir en aquel lugar que solo parecía hundirme más de lo que ya estaba. Mi alarma sonó a las 9 a.m., pero ya estaba despierto, me quedé un par de minutos en la cama, no estaba seguro de querer asistir a clases después de dos semanas de ausencia.

— Frankie, el desayuno estará esperando abajo —Ray tocó la puerta y solté un quejido en forma de respuesta.

Una ducha con agua tibia no me ayudaría, así que opté por una con agua fría. Las heridas de la noche anterior se habían pegado un poco a las mangas, sacándome algunos gemidos y quejidos por el ardor que sentía.

— ¿Gerard vendrá por mí? —le pregunté a Ray mientras bebía un poco de jugo de naranja.

— Si, no puedo llevarte porque debo estar en el trabajo —dijo y tomó las llaves de su auto, bebiendo los últimos sorbos de su jugo con velocidad.

— No te vayas a ahogar —dije por lo bajo mientras lo miraba.

— Cuídate y avísame cuando vuelvas a casa, podremos charlar cuando llegue del trabajo —me dijo y se acercó para darme un último abrazo, yo solo le correspondí.

Ray se fue y la casa se quedó en un silencio tan sepulcral. En cierto modo sentía que así era como mi funeral sería, solo me faltaba un poco de coraje para lograr mi objetivo.

El timbre sonó, tomé mi mochila y dejé los trastes en el fregadero. Me sentía tan cansado, y era un hecho que mi cara no estaba en las mejores condiciones; pero el insomnio era uno de los muchos síntomas de la depresión.

— Vaya, ¿dormiste bien? —Gerard preguntó con sarcasmo cuando abrí la puerta, rodé los ojos y me di cuenta de que había alguien más en el auto. Era una chica.

— ¿Trajiste a tu novia? —pregunté, una punzada en el pecho me hizo darme cuenta de que en verdad había dolido.

— Oh, si, es Lindsey —él jugó con sus manos demostrando su nerviosismo.— Yo... sobre lo de ayer, hay algo que quisiera hablar contigo —lo interrumpí.

— Se me hace tarde, dime si puedes llevarme o mejor tomaré el autobús —dije, ya estaba comenzando a hartarme y mi mal humor estaba comenzando a hacerse presente.

— Vámonos —suspiró y salí de casa, cerrando la puerta tras de mí para subir a su auto.

— Hola, tu debes ser Frank, Gerard me contó sobre ti —la chica me sonrió ampliamente, pero, seguro Gerard no le contó sobre nuestro beso.

— Si, soy yo —respondí seco.— Gerard también me ha hablado de ti, Lindsey.

— Me alegra saber eso —ella besó los finos labios del mayor, dejándome con un extraño nudo en el estómago.


Sus labios se movían a un ritmo lento, ella parecía encajar a la perfección con él. Ambos tenían el mismo estilo, ambos con aquella sonrisa, ambos llenos de vida. Solo pude colocarme los auriculares y mirar por la ventanilla esperando que arrancara lo más rápido.

Dejamos a Lindsey un par de calles antes de la institución, ella trabajaba. Gerard y yo continuamos el camino en silencio. Al llegar, él aparcó el auto y yo salí con rapidez, tratando de escabullirme entre los pasillos hasta que él me tomó por la muñeca, sacándome un gemido de dolor.

— ¿Te lastimé? —me soltó mirándome con un poco de arrepentimiento.

— ¿Qué mierda quieres? —gruñí, sujetando mi muñeca con la otra mano.

— Ayer soñé contigo —dijo directo, mis mejillas ya ardían.— Fue acerca del beso, y... había sangre en ciertos lugares...

— ¿Sangre? —la confusión me hizo reaccionar tarde, pues Gerard ya había subido una de las mangas de mi suéter dejando las cortadas a la luz.


Tragué con dureza, sintiendo como mis ojos iban acumulando lágrimas y mi rostro enrojecía por la vergüenza y coraje que tenía. Le di una bofetada y bajé mi manga, saliendo de ahí lo más rápido que mis piernas me lo permitían.
Estaba tan avergonzado de mi mismo que quería desaparecer en ese preciso momento.

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