Capítulo 2

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—Bran, ¡Baja de ahí ahora mismo! —gritó Catelyn Stark al ver a su hijo escalando una de las torres.

—¡El rey! ¡Ya viene! —exclamó el pequeño, ignorando el mandato de su madre. Gwendoline, que iba con la mujer, se echó a reír. Lady Stark hizo prometer a Bran que no volvería a escalar, y cuando el niño lo hizo, Catelyn añadió con una sonrisa:

—Nunca me miras cuando mientes.

La pelinegra sintió algo de tristeza ante la escena madre-hijo. Ella nunca había conocido a su madre, y aunque la antigua Tully la trataba como una hija, no era lo mismo.

Cuando la comitiva del rey llegó, todos estaban en sus posiciones. La familia Stark en orden de edad, con el pequeño Rickon junto a su madre, Jon justo detrás de Robb y Ned, y Gwendoline junto a Bran. La chica vio las miradas que se dirigieron Joffrey y Sansa, y como Robb les miraba ceñudo. El primogénito no quería que su hermana se enamorara del consentido de Joffrey Baratheon.

Tras el saludo del rey y todo el protocolo, cada uno se fue a un lugar, aquella noche tenían la cena de bienvenida y debía estar todo listo. Gwendoline aprovechó la oportunidad para estrenar el vestido que se había hecho unos días antes, el de color hielo.

—Mi lady, esta usted hermosa —aseguró su doncella.

Gwendoline le regaló una sonrisa. El color claro del vestido y su propia piel contrastaban con su oscuro cabello y sus rosados labios, que a su vez habían coloreado para darle un tono más rojo.

En el pasillo de camino al comedor se cruzó con Jon.

—Vaya, Line, estás impresionante —le alagó con una sonrisa.

—Gracias, Jon. ¿No vienes al comedor?

—No creo que Lady Stark quiera que me siente a su mesa —Gwendoline puso una mueca.

—En cuanto pueda me escabulliré para verte y que no te aburras.

—No te preocupes, estaré entrenando.

—¿Estás seguro? —preguntó ella deteniéndose en el patio, Jon asintió—. Vale, nos vemos luego —y tras darle un abrazo entró al comedor.

Se sentó junto a Arya y Bran, frente a Sansa. Robb se encontraba a un par de asientos a la izquierda de su hermana pelirroja y al ver a la chica sintió que el corazón se le detenía. Sus miradas se cruzaron por primera vez en la noche y ambos sonrieron. Y esa no sería la última, pues sus ojos se buscaban constantemente durante la cena. En un momento Arya estaba tan aburrida mientras Bran y Gwendoline hablaban sobre caballos y otros temas, que se le ocurrió la gran idea de montar una catapulta con su tenedor. La comida acabó en la mejilla de Sansa, que soltó una exclamación de vergüenza y odio. Odiaba que su hermana siempre la fastidiara, y sobre todo se sentía avergonzada de que lo hubiera hecho frente al príncipe Joffrey.

Sin embargo, algunos de los presentes en la mesa se echaron a reír por las travesuras de la pequeña Stark. Uno de ellos fue Robb, el cual recibió una mirada de su madre. Comprendió que quería que se llevara a la pequeña para que no siguiera atormentando a Sansa.

Gwendoline, que estaba intentando reprimir una sonrisa por lo que había hecho Arya, se escondió tras su servilleta para poder calmarse antes de volver a aparentar normalidad.

—Vamos, hora de dormir —dijo Robb llevándose a la pequeña que se quejaba. La pelinegra continuó con la cena mientras hablaba con Bran. Cuando vio que el niño estaba apunto de quedarse dormido sobre el plato se excusó y le acompañó a su habitación.

No le apetecía regresar al comedor, por lo que se dirigió al patio. Mera estaba allí. Se sentó sobre un montón de paja y estuvo hablando con Jon mientras él entrenaba con un muñeco.

Más tarde se despidió del chico para irse a dormir.

—Vamos, Mera —le dijo a la loba, que se encontraba tumbada junto a ella. Había crecido bastante y el color de su pelaje se había aclarado, pero seguía teniendo una mancha gris en el lomo.

Se encontró a Robb en la entrada del edificio.

—¿Te vas a dormir ya? —ella asintió.

—Estoy un poco cansada.

—Vale, nos vemos mañana a la misma hora de siempre.

—Claro —y ambos sonrieron. Robb le abrió la puerta y ella entró dandole una mirada agradecida. Estaba apunto de seguir su camino cuando el pelirrojo volvió a llamar su atención.

—Por cierto, estás preciosa —Gwendoline le miró de nuevo sonriendo aún más.

—Gracias, lo hice hace poco —explicó acariciando la tela suave y caliente. Se despidieron y cada uno siguió su camino.

A la mañana siguiente, Gwendoline se despertó temprano y se puso la ropa que siempre usaba por las mañanas. Unos pantalones bajo el vestido y se recogió el pelo. Salió de su habitación con Mera detrás y se escabulló hasta los establos.

En seguida se acercó a su yegua, Shadow. Era de color chocolate claro y era tan rápida como una sombra, de ahí su nombre. La saludó con una caricia en el hocico y un poco de zanahoria que había cogido de las cocinas.

—¿Estás lista? —se sobresaltó al escuchar la voz.

—Por los dioses, siempre me haces lo mismo —se quejó mirándole con el ceño fruncido. El chico se echó a reír y ella no pudo evitar que le saliera una sonrisa. Siempre le ocurría cuando veía a Robb reírse.

Ambos ensillaron a sus caballos y salieron a pasear como todos los días. Tras hacer una carrera dejaron que los animales descansaran y ellos se dedicaron a la pelea con espadas.

Un par de días después de su llegada a Invernalia, Robb encontró a la chica intentando aprender a usar una espada. Tras decirle que eso no era una cosa de damas y una discusión de varios minutos, la pelinegra consiguió convencerle con la afirmación de que en la familia Mormont todas las mujeres sabían usar armas. Pero debían hacerlo a escondidas pues ni Lady Stark ni el septo aceptarían que la chica usara un arma.

Cuando regresaron, Robb se unió a la partida de caza mientras que Gwendoline se quedó para despedirles.

Se dirigió hacia las criptas de Invernalia, donde estaban enterrados todos los Stark de nacimiento. Le encantaban los libros y la historia, por lo que conocía a algunas de las personas que se encontraban allí.
Se detuvo frente a la estatua de Lyanna. Sabía que la comparaban con ella, pero Gwendoline no quería que lo hicieran. Le fascinaba la historia de aquella chica, y Ned le había contado un montón de anécdotas de ella. La admiraba, y mucho, pero su historia tenía un final muy triste, y eso era lo que Gwendoline más temía.

Tras dedicar sus respetos y oraciones a los muertos salió de las criptas. Se encontró a Mera y al lobo de Bran, que aún no tenía nombre, jugando bajo la Torre Rota.

—Chicos, ¿Qué hacéis aquí? —preguntó en voz alta, por lo que los lobos se acercaron a ella. Gwendoline profirió un gran chillido al ver como Bran caía contra el suelo con un golpe seco. Se acercó corriendo y se arrodilló a su lado. El niño estaba inconsciente, pero aún respiraba.
Se quedó a su lado hasta que vinieron a por él para revisarle y curándole.

La Rosa De Invierno - Robb Stark-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora