Capítulo 3

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La chica se encontraba en la biblioteca leyendo un libro cuando las puertas se abrieron.

—Lady Gwendoline, no me esperaba encontrarla aquí.

—Lord Tyrion —Saludó ella—. Suelo venir a la biblioteca muy a menudo. Es el único lugar donde puedo encontrar el silencio perfecto para disfrutar de un libro —explicó levantando el objeto que tenía sobre la mesa. Tyrion Lannister, el enano de la familia de los leones, era conocido por su gusto y continuas visitas a los burdeles. Pero la chica Mormont también había escuchado que le gustaba la literatura.

—¿Le importa si le acompaño? —ella negó con una sonrisa.

—Adelante —señaló una silla que se encontraba cerca. Tyrion escogió un libro y se sentó junto a ella.

En algún momento de la tarde ambos acabaron dejando los libros y conversando. De libros, de viajes y de muchas cosas. Tyrion se alegraba de encontrar a alguien que no le tratara como un ser despreciable, Gwendoline de que alguien más compartiera su gusto por los libros.

—¿Como se encuentra el joven Brandon? —Le preguntó el hombre.

—Aún no ha despertado —afirmó, su semblante se entristeció, le tenía mucho aprecio al pequeño Bran, sufría horribles pesadillas por su caída—. Dicen que puede que no vuelva a caminar —añadió con pesar.

—Esperó que se recupere lo mejor posible.

—Gracias.

—¿De verdad tienes que irte? —Jon sonrió y asintió.

—Tengo que hacerlo, quiero hacerlo.

—Te voy a echar de menos —murmuró abrazando a su mejor amigo. Jon se había convertido en algo así como un hermano para ella, y ahora se marchaba al Muro para unirse a la Guardia de la Noche, lo que se traducía en que ya casi no le vería.

Pero no solo Jon se iba. Ned Stark había aceptado ser la Mano del Rey, por lo que debía viajar con Robert a Desembarco del Rey. Y con él se llevaba a Sansa y a Arya.

Gwendoline se despidió del resto y se acercó a Robb, que encabezaba la despedida. Lady Catelyn no había salido de la habitación de Bran desde el accidente. Rickon, al ver a la chica acercarse, tiró de la tela de su vestido. Ella le cogió en brazos. Se sentía muy mal por el pequeño, llevaba un par de días sin ver a su madre si quiera.

—Iré a ver a mi madre —Le dijo Robb cuando ya no se veía a la comitiva. Gwendoline asintió.

—Yo iré a acostar a Rickon —dijo ella al ver que el pequeño de seis años se había quedado dormido en su hombro. Robb le dio un beso en la mejilla y se marchó.

Tras dejar a Rickon, Gwendoline volvió a salir al patio para ver que ocurría con los lobos, pues no dejaban de aullar.

—¡Fuego! —Escuchó que alguien gritaba, por lo que corrió hacia la voz. Los establos se estaban incendiando. Algunos guardias y personal estaban sacando a los caballos mientras los lobos, que ya estaban fuera, seguían aullando hacia el fuego.

Sin pensárselo mucho, Gwendoline se tapó la nariz y la boca con la larga manga que colgaba de su mano izquierda y entró para ayudar a sacar a los animales. Le costó un poco tranquilizar al caballo castaño, que casi la pisa por lo nervioso que se encontraba, pero en cuanto le puso el cabezón le guió hacia la salida. Empezó a toser por el humo, pero aun así, en cuanto dejó al animal atado fuera, volvió a por otro.

—Mi lady ¿Qué está haciendo? —exclamó un hombre que sacaba a otro equino.

—Salvarle la vida a estos animales —aseguró sin detenerse.

Mera se acercó a la chica cuando ya había sacado al último caballo y empezó a chuparle la mano.
El vestido de la pelinegra estaba quemado y lleno de cenizas. Tenía el pelo y la piel oscurecidos por el fuego, y no dejaba de toser, sintiendo como la garganta le ardía. Pero lo único en lo que pensaba era en que los habían sacado a todos.

—¡Gwenth! —escuchó un grito y alguien la ayudó a incorporarse de nuevo, pues se encontraba en el suelo junto a los lobos—. Gwenth, ¿Qué has hecho? ¿Estás bien? —al levantar la mirada lo primero que vio fueron los preciosos y preocupados ojos de Robb. Intentó decirle que estaba bien, pero le dio un nuevo ataque de tos.

Con los lobos correteando a su alrededor, Robb ayudó a la chica a alejarse del establo que estaba casi apagado. Gwendoline sabía que debía respirar despacio y hondo hasta que se le pasaran los efectos del humo, por lo que se sentó en un carro que había a su lado y se concentró en su respiración. El calor del fuego y la necesidad de ser rápida habían provocado que la pelinegra se quitara la capa, y como el vestido había sufrido los estragos del fuego, el frío le estaba calando hasta los huesos. Al verla temblar, Robb se dio cuenta de la poca y dañada ropa que llevaba, por lo que se quitó su capa y la puso sobre los hombros de la chica.

—Gracias —consiguió decir ella por la tiritera y los ataques de tos. Mera se subió al carro y se tumbó junto a Gwendoline para compartir su calor corporal.



—Buenos días —saludó la chica con una sonrisa. Habían pasado un par de días desde el fuego en los establos. Este hecho fue una distracción de un mercenario que había intentado matar a Bran, pero con lo que no contaba era con que Lady Catelyn estaría en la habitación. Y que el lobo de Bran iría a salvarle. Catelyn había decidido viajar al sur para contarle a su marido sus teorías de conspiración sobre los Lannister. Y unas horas después de su partida, Bran había abierto los ojos.

—Buenos días, mi lady —le contestó la vieja mujer que tejía junto a la cama del pequeño.

—Hola, chico —saludó al lobo, que no se había apartado de la cama, con una caricia en la cabeza y se sentó en la orilla de la cama de Bran.

—No le hagas caso, todos los cuervos mienten —el niño se giró a mirar a su tata—. Se una historia sobre un cuervo —Gwendoline sonrió. La vieja tata era una experta en contar historias y la chica amaba escucharlas.

—Odio tus historias.

Desde que había despertado, Brandon estaba muy deprimido y borde. La chica comprendía que descubrir que ya no podía caminar debía ser duro, pero aún así no le gustaba que el pequeño se portara de aquella forma. Echaba de menos al niño alegre y escalador que era antes del accidente.

Sin hacer caso de lo que había dicho Bran, la vieja tata empezó a hablarles sobre Caminantes Blancos y la Larga Noche. Ambos chicos se sentían tan atrapados por las palabras de la mujer que saltaron de la cama cuando la puerta se abrió de golpe.

—¿Qué les estas contando ahora? —preguntó Robb con una pequeña sonrisa.

—Tan solo lo que el señor quiere oír.

—Ve a comer, yo me quedo con ellos —la mujer se levantó y se fue—. Una vez me dijo que el cielo es azul porque vivimos en el ojo del gigante de ojos azules.

—Quizá sea cierto —contestó Bran desviando la mirada. Robb perdió su sonrisa y se sentó en la otra orilla de la cama.

—¿Cómo te sientes? ¿Aún no recuerdas nada? —El niño negó con la cabeza. Gwendoline sintió que sobraba, por lo que se disculpó y tras darle un beso en la frente al pequeño salió de la habitación para dejarles a solas.

La Rosa De Invierno - Robb Stark-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora