Capítulo 22

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Los dos lobos huargo gemían y arañaban la nieve junto a ella mientras Gwendoline acariciaba el pelaje de Mera.

Nada más separarse de Robb, los dos cachorros habían llegado junto a ella y habían tirado de su vestido hasta arrastrarla al lugar donde yacía su loba blanca.
El animal respiraba lentamente, tenía los ojos cerrados y una gran herida en el lomo.

Cuando Gwendoline la vio, se dejó caer junto a ella y tras poner su gran cabeza en su regazo, le había acariciado el pelaje hasta que dejó de respirar. Mera había sido su mejor amiga, su familia. Desde que la había encontrado en el bosque, no se habían separado. Y el solo pensar que ya no la tendría junto a ella le provocaba escalofríos.

Un par de hombres llegaron junto a ella y le ayudaron a llevar el cuerpo del animal a las pilas funerarias. Allí se encontró algunas caras conocidas: Edd, el hermano de la Guardia que era amigo de Jon, era una de ellas. Theon Greyjoy también estaba allí. Al parecer, el muy idiota había creído que sería buena idea enfrentarse él solo contra cinco Caminantes Blancos. Aún así, Gwendoline sentía la pérdida, ahora que le había perdonado y que el chico había regresado a casa había fallecido.

El siguiente rostro que encontró fue el de Beric, el hombre del parche. La pelinegra sabía que sin su ayuda, Robb nunca habría revivido, por lo que tenía una gran deuda con el hombre. Y ahora nunca podría saldarla. Clara también estaba allí, la joven con la que había entablado una bonita amistad durante su estancia en Isla del Oso y que se había sacrificado para salvar a su hijo. Lyanna Mormont, su fiera prima y la señora de Isla del Oso. Según le habían contado, la pequeña se había enfrentado a un gigante ella sola. Una muestra más de su valentía.

Al ver el siguiente rostro, una mueca de sorpresa y desesperación llenó el suyo.

— ¡No, padre! —exclamó acercándose al cuerpo sin vida de Jorah Mormont.

23 años antes...

La joven doncella se encontraba limpiando el comedor del Castillo Mormont cuando le llegaron los gritos. Corrió en dirección al ruido. Se trataba de Lady Glover, la mujer del Señor del Castillo. Al parecer, la embarazada se había puesto de parto. La criada le avisó de que iría a buscar al maese y salió corriendo de la habitación. Recorrió todo el castillo, pero no encontró al hombre. Según le dijeron, había salido. Regresó a los aposentos de los señores para contárselo a la parturienta y se encontró con la mujer muy dolorida. Tenía la respiración acelerada y gemía de dolor cada poco. No había estado nunca en un parto, pero no había tiempo para ir a buscar a nadie.

—Mi Lady, ya viene. Creo que debe empujar con fuerza —explicó algo nerviosa.

Colocó las sabanas y mantas de forma que la mujer estuviera más cómoda. La parturienta notaba el cansancio en el cuerpo, tenía los músculos agarrotados, pero debía seguir haciendo fuerza, debía traer a su retoño al mundo. Más o menos media hora después, Lady Glover se dejó caer contra la almohada agotada. La doncella cogió el pequeño cuerpo entre las sábanas y lo observó detenidamente. Se asustó. La piel estaba realmente pálida, tenía los ojos cerrados y no se movía.

—Déjame verlo —pidió la madre. La joven criada tapó el feto con una de las sábanas.

—Lo siento, mi Lady. El bebé no ha sobrevivido.

—¿Qué era?

—Una niña.

La agotada mujer volvió a dejarse caer cerrando los ojos. Volvía a estar sola en aquel lugar. Ni siquiera Jorah, su marido, estaba allí. Se encontraba en el sur luchando en la rebelión de Robert Baratheon.

—Puedes llevártela —habló unos segundos después. Ella hizo una reverencia y salió de la habitación. Envolivó el cuerpo con una manta para ocultarlo y lo metió en una cesta. Luego salió del castillo y se dirigió al bosque. Estaba empezando a anochecer y a la joven se le pusieron los pelos de punta al escuchar un ruido animal. Sin pensarlo mucho dejó la cesta entre unos matorrales y regresó a la seguridad del castillo.

La cesta había caído con un pequeño golpe, lo que abrió los pulmones del bebé. La pequeña niña empezó a moverse hasta destaparse un poco. Su rostro recibió el frío de la noche norteña. Sacó sus bracitos de debajo de la manta y los movió en el aire intentando llamar la atención de alguien. Justo después empezó a llorar. Benjamin Mormont, que paseaba por allí como todas las noches, al escuchar los lamentos se acercó a ver qué ocurría.

La recogió y observó a la luz de la luna. Era muy pálida y tenía unos ojos tan azules como las rosas invernales que rodeaban el cesto donde había sido abandonada. Sin pensarlo dos veces, la subió con él al caballo y regresó al castillo, donde la joven doncella había terminado sus quehaceres que la ataban a aquel lugar y se marchaban de vuelta a casa, a Poniente.

Benjamin la crió como un padre sin saber que su verdadero progenitor no era otro que el señor del Castillo. Le puso Gwendoline Mormont, que hacía referencia a su pureza y palidez. Según una creciendo, Gwendoline se volvía cada día más bonita. Llamaba la atención su opaco pelo negro y sus brillantes ojos azules.

Al cumplir los diez años, Benjamin se vio en la obligación de enviarla a su lugar seguro, y no conocía ninguno mejor que Invernalia, con su buen amigo Ned Stark. Había escuchado rumores de que se creía que Gwendoline en realidad era una bastarda del Rey Robert por sus parecidos físicos, y sabía que a la Reina no le haría ninguna gracia.

En realidad tenía los ojos azules de Jorah y el pelo oscuro de Lady Glover.

Y así es como Gwendoline acabó en Invernalia y Benjamin fue asesinado por una información que no poseía.

Presente...

Acarició la frente de su padre. Siempre le había conocido como su primo Jorah, el señor de Isla del Oso hasta que había huido de Poniente para evitar la ejecución por traficar con esclavos. Era muy pequeña cuando el hombre se marchó, pero aún recordaba lo amable y protector que había sido con ella. Su verdadera madre había perdido la vida unos años después de su nacimiento intentando traer a un hijo a la vida. Los dioses parecían decididos a no dejarla dar a luz a un bebé en buenas condiciones.

—¿Line? —llamó su atención una voz, y ella se dio la vuelta, encontrándose a Jon—. ¿Estás bien? —la chica negó con la cabeza y abrazó al pelinegro, que le devolvió el abrazo.

—Por fín le había encontrado y no he podido pasar nada de tiempo con él —explicó entre lágrimas, confundiendo al chico.

—¿De que estás hablando? —preguntó separándose.

—Bran me dijo quienes eran mis verdaderos padres —él lo comprendió al verla mirar el cuerpo de nuevo.

—¿Eres la hija de Jorah Mormont? —le preguntó sorprendido, sin saber que había varias personas a su alrededor. Entre ellas Daenerys y Robb.

—Y también soy la última Mormont con vida —añadió con pesar.

El pelirrojo abrazó a su mujer. Una chica que había ayudado a colocar los cuerpos le había dicho que su esposa había perdido a su loba en la batalla. Y él mismo había visto los cuerpos de Clara, Lyanna y Jorah, los últimos Mormont aparte de ella.

Tras la ceremonia de incineración de los cuerpos, todos los supervivientes hicieron un banquete para celebrar la vida.

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Ya sólo queda el epílogo.

La Rosa De Invierno - Robb Stark-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora