"Décimo sexto acto: Un acto de amor"

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La bruma del silencio que reina el santuario es glacial, hiriente, sin la mínima pizca de piedad...

Sus pasos son lentos y aparentemente, carentes de rumbo, como si su persona se abriese paso entre tinieblas, su caminar es incluso censurado por la alfombra . El hechicero toca con lentitud el borde de uno de los muebles del pequeño salón mientras se desplaza, la textura rígida y fría de la madera se deslizaba debajo de sus dígitos, no se trata de un sueño del cual pueda despertar.

Con lentitud, Stephen se detiene frente a uno de los sofá individuales y permanece mirándolo con pesar un par de segundos, antes de tomar asiento.
Su postura fue encorvada al frente e impulsado por la dolencia, colocó uno de sus brazos extendido sobre su regazo y el otro, en un movimiento lánguido, lo llevó a cubrir sus ojos... Anthony, él ya no estaba ahí.

Su garganta dolía, sus cuerdas vocales parecían afonicas, las palabras reprimidas eran tantas, que sólo podían permanecer anudadas. Una dificultosa inhalación le oprimió el pecho, durante la exhalación, sus labios temblaron... Una, dos, tres, abundantes lágrimas se deslizaron entre sus falanges hasta sus mejillas y regazo, los sollozos de su voz eran lo único que intentaban sanar su alma fragmentada.

En una de las esquinas de la habitación el manto escarlata pareció asomar, afligida ante su portador, retrocedió preocupada. Enseguida, se acercó cuidadosa, lenta y cálidamente, sin hacer ruido.

El corazón del ojiazul dolía, dolía como nunca, más sus sentidos se agudizaron cuando una textura suave se posó sobre su dorso de la mano, cálido... Retirando la otra de su vista, pudo notar a la capa frente a sí, con uno de sus extremos sobre su mano, sus lágrimas cesaron asombradas ante los sorpresivos toques de ternura, afectividad y empatía que residían en las pequeñas hebras de tela.

Confundido, el castaño observó como la reliquia salió disparada del salón y volvió instantáneamente, con calma, depositó un objeto en una de las palmas de Stephen y la cerró antes de que éste pudiese verlo, acción que repitió con la otra.

Stephen abrió su palma con lentitud...
En la izquierda residía un lápiz de dibujo desgastado.

"Pequeñas declaraciones de amor en los libros que estudiaba, largos bailes, magia, radiantes girasoles, miedo... Amor".

En la derecha...Yacía un puñado de azúcar blancamente pura.

"Discusiones, frecuentes tazas de té, compañía, dulzor, fervientes rosas escarlata, dolor, orgullo... Amor."

"Es mejor amar y haberse terminado, que nunca haber amado, ni ser amado"

Asombrado, levantó la mirada a la reliquia, encontrándose con un extremo tendido hacia él, listo para guiarle. Una pequeña risa, junto a un suspiro nacieron de sus labios.Los objetos fueron cuidadosamente colocados en una mesita lateral.

Stephen cogió su extremo y se levantó del sofá, iniciando una suave danza de salón con la prenda rojiza.

                                    
•••

Ha pasado casi un mes, Stephen atiende sus deberes y continúa buscando el rastro del hombre que insolentemente le robó el corazón.

"Reliquias rotas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora