11. Órden del día

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Disfruten el capítulo.

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—Quiero que esto se haga de la mejor manera. Haremos que mi plan sea creíble para todo el que lo vea y que no quepa la menor duda de lo mucho que nos amamos. Entendido.

Renata asintió. Se sintió fastidiada al escuchar toda la sarta de tonterías que decía Silvana sobre el teatro que estaba organizando con el noviazgo falso.

¿Amor? Ella que sabía de eso, pensó. A simple vista parecía desconocer del tema al dar a entender su dominio y autoridad sobre su “pareja”. Renata no paraba de maldecir en su interior el momento en que tuvo que cruzar palabras con ella. 

—Iniciaremos con esto —la observó desde el otro lado de la oficina—. Mañana por la noche me acompañaras a una cena privada. Mi chófer pasará por tí después de tus actividades para que compres un vestido adecuado a la ocasión.

—Yo no tengo dinero para gastar en ropa.

—Es obvio que saldrá de mi bolsillo, niña.

—Está bien —contuvo un suspiro—. Sólo, ¿Podrías dejar de decirme “niña”? Tengo un nombre.

—Entonces, limítate a acatar mis órdenes y deja de hacer cuestionamientos tontos —se desesperó—. Ahora, vete.

Renata viró los ojos. Dejó salir el aire y frustrada avanzó hasta la puerta dando zancadas que no pasó desapercibido por Silvana que la siguió con la mirada.

¡Sólo es una tonta niña! Pensó irritada.

Reclinó su cuerpo sobre el elegante sofá detrás del escritorio para serenarse antes de proseguir a sus actividades laborales.

—No creo que deba tratarla así —habló una persona entrando a su oficina. Era su asistente—. Agradezca que sólo estoy yo en el piso. Sino ya estaría dando de qué hablar.

—Limítate a hacer tu trabajo, Javier. Para eso te pago.

—Entiendo. Solo creo que si desea que esto sea creíble, deberá modificar sus actitudes con aquella joven.

—Nadie pidió tu opinión —observó al hombre y luego volvió a su lectura.

Javier era una de las pocas personas que tenía cierta libertad para cruzar palabras con ella. Llevaba algunos años trabajando en la empresa, y ya podía considerarlo su confidente porque al menos, conocía varios aspectos de los planes que rondaban en la cabeza de su jefa para ser dueña absoluta de industrias Kofmant.

—Deja los papeles y retírate —la conocía y sabía del temperamento al que se sometía pero poco le importaba sabiendo que solo era su humor y presión de trabajo el que hablaba.

—Si, con su permiso.

—Antes de que salgas, necesito que le hables al chófer y le digas que lleve a esa niña a comprar un vestido.

—¿Comenzará con su plan?

—Si. Quiero que la empiecen a notar. Mi padre debe saber que estoy con alguien.

—De acuerdo. Voy de inmediato —giró en dirección a la puerta—. Pero, piense lo que le mencioné. Si quiere que la joven haga lo que le ordena de la mejor manera, deberá ser más gentil —completó antes de salir a prisa para evitar escuchar algún reclamo de su jefa.

En ocasiones su asistente resultaba ser una piedra en el zapato por tomarse algunas libertades para opinar. Pero al menos algo de lo que decía resultaba acertado.

Debía ser más inteligente si quería conseguir su cometido.

—Bien, niña. Veamos que tan paciente puedes ser conmigo —expresó con frialdad. Observando desde los ventanales la avenida principal.

La Amante Perfecta ✔️ [Libro 1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora