18. Día libre

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Disfruten el capítulo.

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—Pareces un cachorro con correa —Mario se burló al ver a su hermana pasar por el corredor en dirección a las escaleras en la mansión por la mañana.

—Cállate y ayúdame. 

—De acuerdo.

Estando en la habitación respondió algunas preguntas a su hermano respecto al collarín que envolvía su cuello.

—¿Quién diría que a mi empresaria favorita le gusta asistir a ese tipo de lugares?

—Ni siquiera se porque acepte ir —fastidiada, se sentó con cuidado en la orilla de la cama. Esa mañana, había amanecido con el cuerpo adolorido y para su mala fortuna, el medicamento que ingirió le estaba ocasionando sueño.

—Mientes. Si sabes.

—¿De qué hablas? —abrió una de las carpetas que trajo del trabajo, como no estaba en condiciones de salir tenía que arreglárselas desde casa.

—La razón por la que estás así y no lo digo por tu lesión en el cuello. Sino por el cambio que he visto en tí en los últimos días, tiene nombre. Y se llama Renata.

—¡Ay, por favor! No empieces —intentó levantarse de la cama pero Mario se lo impidió.

—No, no. Es la verdad. Sé que… muy a tu manera, aquella rubia te tiene cautivada.

—Vete a molestar a otro lado, Mario —ordenó. Su hermano comprendía de su carácter y sus sentimientos, con ella no sería fácil pero sin duda la tal Renata iba por buen camino. Le dió felicidad su reacción.

—Me da gusto que aceptes lo que sientes. Renata ha hecho un buen trabajo contigo.

—Deja tus locuras y retírate. Tengo trabajo por hacer.

—Está bien. No te esfuerces demasiado.

—Adiós… —mencionó para que se fuera. Cuando se halló sola, soltó los papeles.

¿Qué le ocurría? Tanto efecto causaba ella sobre sí para que su hermano se atreviera a soltar tonterías. 

Por desgracia no lo podía desmentir. En teoría ellas eran novias oficiales y si todos seguían creyendo eso —por ahora— estaría bien. Le quedaba aguantar todo y esperar el momento preciso para terminar con el teatro que construyó.

Pero, cada vez costaba más trabajo tenerla cerca. Renata tenía algo que la hacía salir de su zona de confort. Se sentía expuesta, en peligro. Pero no porque fuera mala persona, sino porque la llevaba al extremo de sus emociones reprimidas.

Comenzaba a sentirse vulnerable y debía tomar cartas en el asunto.

Su prioridad debía estar en otro lado.

Más tarde, Silvana se encontraba en el jardín revisando documentos de la empresa.

—Creí que te tomarías un descanso.

—Tengo mucho trabajo. Por desgracia este collarín me está matando como para ir a la oficina.

—¡Ay, hermanita! No aprendes. Guarda un rato el trabajo y cuéntame… —se sentó a su lado— ¿Cómo tratas a tu novia?

La Amante Perfecta ✔️ [Libro 1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora