La luz comenzaba a calarse por la ventana y empezaban a hacerse visibles las pequeñas partículas de polvo que flotaban libres en el espacio de aquel cuarto con aroma a almendras y pasión. El silencio abrumador dejaba escuchar a la distancia el leve ritmo de las olas al chocar con las rocas que desprendían ligeros granos de arena que arrastraba hacia el mar.
Dana abrió sus ojos de a poco, comenzando a reconocer sus alrededores. El sueño aún la envolvía y sus párpados se tornaban pesados ante la inminente llegada de la mañana que segura y constante se vislumbraba a través de la ventana. Una sensación de tranquilidad y libertad la rodeaban por completo al evocar los inevitables acontecimientos de la noche anterior. Mágica, milagrosa e inesperada, una noche que se había demorado demasiado en llegar pero cuyos protagonistas la estaban recreando una y otra vez en el paraíso de sus mentes sin límites.
Recostado y aún plácidamente dormido, Fox descansaba como hace muchos años no lo hacía. No sólo su cuerpo había ganado la batalla contra el insomnio sino que su alma se había liberado eternamente en los brazos de la única mujer que aprendió a amar de verdad. La intensa sensación de permanecer en aquella cama junto a él creaba una lucha interna entre abandonar ese refugio o seguir abrigada entre las sábanas.
A pesar de los intensos efectos que provocaron que el mundo dejara de girar por un momento la noche anterior, habían amanecido recostados en sus respectivas almohadas y con sus espaldas enfrentadas disfrutando del deleite de descansar después de amarse sin control.
Aquel hombre parecía un pequeño niño descansando sin perturbaciones y no demostraba tener intensiones de despertar pronto. Dana intentaría por última vez desprenderse de la calidez en donde se hallaba, porque de lo contrario se quedaría todo el día sólo disfrutando de la sensación que la embargaba. Recordó a Emily en la otra habitación y en un reflejo automático abrió los ojos como platos, cual resorte se desenvolvió de las sábanas y se dispuso a levantarse.
Ciertamente no quería que la pequeña presenciara nada que a su corta edad le sería muy complicado de asimilar. Su cuerpo se heló al contacto con el aire de la mañana y buscando rápidamente a su alrededor agarró la primera pieza de ropa que encontró cerca. Una camisa blanca de algodón suave que aún mantenía su olor cubrió el cuerpo desnudo de Dana y por enésima vez lo imaginó abrazándola y abrigándola con su calor. Una ducha sería el mejor consejero para este tipo de resaca emotiva.
El agua tibia reconfortaba su cuerpo y aún le parecía irreal la sensación que la recorría entera. No recordaba hace cuando tiempo se había sentido de esta manera, tan completa, radiante e inmensamente feliz. Había perdido la cuenta de cuantas veces imaginó en su mente poder amar y ser amada por este hombre sin limitaciones ni miedos y no podía creer que lo que acababa de vivir fuera real y no otro de sus perfectos sueños.
Cerró finalmente la ducha dejando el ambiente cargado de humedad y calidez. Tomó su ropa y al mirarse al espejo para arreglar su delicada cabellera casi no reconoció su rostro. Pura felicidad y complicidad en sus facciones denotaban el brillo que ahora danzaba en sus ojos. Estaba tan enamorada de su esposo que el sentimiento se desbordaba e irradiaba a través de ella. Cerró sus párpados recordando una vez más sus labios perfectos y se ruborizó sin intensión. Con gran esfuerzo apartó de su mente el recuerdo si pretendía en algún momento salir de aquella habitación que era mudo testigo y cómplice de su encuentro.
No sabía donde estaba ni que hora era, pero en cuestión de segundos su aroma lo inundó por completo y sólo quiso recuperar el calor de su cuerpo de inmediato. Con los ojos a medio abrir se giró para estirar su mano derecha en búsqueda de su cuerpo caliente, pero en su lugar solo encontró las frías sábanas que en algún momento la habían cobijado.
ESTÁS LEYENDO
Resurrección
Fanfiction¿Cómo sería la vida de Mulder y Scully si Emily no hubiese muerto?