La primera ofensiva del destino

6.3K 774 167
                                    

Pensé que todo podría ir bien, en verdad lo pensé. A pesar de que mi hilo rojo se mantenía largo y brillante colgando sinuosamente de mi dedo meñique, no perdía las esperanzas de que pudiera evadirlo. Y, ciertamente, todo iba bien.

No supe nada del pintor durante un par de semanas. Los preparativos de la boda avanzaban, y yo tenía trabajo que terminar, no sólo en la oficina, sino el taller. Estaba tranquilo porque pensaba que no había manera de que me encontrara con él de nuevo. A menos que Bruce cumpliera años, que no sería pronto, y lo invitara a la fiesta y a mí también. O que por azares del destino fuera a otra exposición suya... claro, era eso lo que me preocupa: los azares del destino. Porque mi guerra era contra éste.

Por esas semanas, cada día que pasaba sin tener noticias suyas, pensaba que la partida la estaba ganando yo. Pero el destino, señores y señoras, tiene artilugios de lo más variados.

Un día, saliendo de mi taller, rumbo a la cocina, y al atravesar la sala de estar, me encontré en ella, ni más ni menos, que a mi compañero de hilo, sentado en uno de los sofás de lo más tranquilo, con un aura de niño bueno insoportable. Creo que su espalda era una regla porque estaba perfectamente recta. Sobre sus rodillas llevaba una carpeta enorme, de esas que llevan los artistas como él, con sus obras.

Sentí un nudo el estómago, un sudor frío me recorrió las sienes. ¡¿Cómo y por qué estaba él en mi casa?! Pero lo peor no fue eso, lo peor fue cuando él giró el rostro y me descubrió de pie, paralizado como un idiota, a pocos metros suyos.

—Oh, señor Stark—dijo y esbozó una sonrisa idiota, por no decir bonita, agradable y amable. Al mismo tiempo se puso de pie y caminó hacia mí.

Quise huir, dar dos pasos hacia atrás, dar media vuelta, salir corriendo... no pude. Cuando me di cuenta, él ya estaba frente a mí. Con una mano sostenía el asa de su carpeta y la otra me la tendía. ¿Qué podía hacer? Sólo una cosa: lo saludé. Estreché su mano y sentí como sus dedos se cerraban en torno a mi mano con calidez, creí sentir un choque eléctrico en alguna parte, una arritmia cardíaca o algo por el estilo.

—Espero no interrumpirlo—dijo, cuando nos soltamos.

Pensé, entonces, que él había ido por su cuenta. Que me había buscado. ¡Oh, el hilo rojo del destino! ¡Ese maldito hilo que propicia estas estupideces! Encuentros fortuitos, sentimientos espontáneos, atracción instantánea. ¡Malditos hilos jodidos!

—N-no—balbuceé e hice acopio de todo mi ser para obligar a mis pies a alejarse un par de pasos de él—¿Una copa? —dije logrando dar dos pasos hacia el mini bar.

—No, gracias.

Yo sí que la necesitaba. Corrí por un poco de whisky. Mientras me servía y bebía, Steve permaneció de pie donde lo había dejado, mirándome quieto con una tenue sonrisa en los labios. Desde ahí me di cuenta que realmente era muy, muy guapo. Podría tener a quien quisiera, hombre, mujer... pero a mí no. Yo no podía, no debía, había tomado una decisión.

—¿Qué es lo que...? —estaba a punto de preguntarle qué hacía ahí, cuando la respuesta llegó de los labios de mi prometida.

—Maestro Steve Rogers, ¿cierto? —dijo Pepper llegando en ese momento y sonriendo de oreja a oreja—Muchísimas gracias por venir con tanta premura.

Así que, me dije, había sido ella. Ella lo había llamado, lo había traído aquí frente a mí. Si ella pudiera ver los hilos rojos, no lo permitiría... bueno, para ser justos, habría seguido el suyo y encontrado al amor de su vida. Sí, lo sé, soy un poco mezquino... o mucho. Como sea, no me importa mucho que piensen de mí. El punto es que: ¡ella lo había llamado!

En contra del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora