Las razones del amor

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El retrato, que Steve hizo de mí, era mucho mejor que mi verdadera cara. Supuse que había algo de sus sentimientos vertidos en la pintura, era evidente, para quién quisiera verlo, que era más atractivo en el lienzo.

—¿Qué tanto te ves? —me dijo Pepper apoyando una mano en mi hombro, y sobre ésta su mentón.

—Nada—dije—, es sólo que empiezo a temer ser un Dorian Gray a la inversa.

Pepper rió.

—¿Eso que significa, Stark? —del otro lado de mí, estaba un invitado no muy agradable: Stephen Strange— ¿Es el cuadro el que comete pecados y tú muestras las marcas de éstos?

Levanté una ceja y sin modificar mi expresión volteé a verlo.

—Algo así—dije de mala gana.

—¿Has cometido pecados últimamente, Tony? —mi prometida rió un poco, compartiendo esa risa con su cómplice.

—Si es así—dijo Strange—, no pueden casarse.

—Tienes que confesarte—siguió Pepper.

Sacudí la cabeza, no contesté y me llevé la copa de champagne a los labios. Estaba en una fiesta, en mi casa. La fiesta del ensayo de mi boda, la cual tendría lugar una semana después. Pepper era muy perfeccionista y quería tener tiempo para eliminar cualquier detalle impreciso en la ceremonia o la recepción. Por supuesto, sólo había unos cuantos invitados, pero, aun así, era un grupo nutrido. Decidí tomar a mi novia y alejarla del doctor, que, por algún impulso masoquista, estaba ahí. Pepper también debía tener una vena sádica para invitarlo; pero ese asunto me inquietaba menos de lo que podrían imaginarse.

—¿Qué te pasa, Tony? —me preguntó ella cuando dejé la copa sobre una mesa y tiré de ella hacia la pista de baile.

—¿Qué va a pasar?

—No lo sé, estás raro... desde hace días—dijo ella como tentando el terreno, mirándome con atención, como si quisiera leer mis pensamientos a través de mis ojos—. Y desde que visitamos al maestre Rogers, aún más.

—No pasa nada—dije y desvié la vista.

Al hacerlo localicé a mi amigo Bruce bailando con una hermosa pelirroja, se le notaba el nerviosismo, pero no tenía que tenerlo; su dedo meñique estaba atado al de ella. Su hilo rojo brillaba con la misma intensidad que el cabello de la chica. A la que, por cierto, sentí haber visto antes. ¿Pero dónde?

—Por cierto—me dijo Pepper—, lo invité, así que debe de estar por llegar.

—¿A quién? —pregunté distraído, intentando reconocer a la chica con la que estaba Bruce.

—Al maestre Rogers.

La respuesta fue como un golpe. Volteé a verla con miedo en las pupilas. Un nerviosismo extraño me invadió de nuevo, se me secó la boca y mis problemas de arritmia cardíaca volvieron a manifestarse.

—¿Qué?

—Está mejor—dijo Pepper con una sonrisa—, me dijo Strange que no habían tenido un diagnostico en sí. Dijo que era algo muy curioso, que parecía que hubiera tenido una hemorragia y por ello hubiera perdido mucha sangre, pero no la había perdido realmente. Como sea, está mejor.

Suspiré aliviado. Hacía tres días que no había tenido noticias de él y, por miedo y estupidez, no me había atrevido, tampoco, a indagar sobre su estado de salud. Aunque, y sé que no sirve de excusa, no dejaba de pensar en él, no dejaba de preguntarme si estaba bien. Era otra clase de miedo el que me invadía cada vez que estaba frente a su contacto en la pantalla de mi teléfono celular. Algo me paralizaba, algo me impedía marcar. Temía al sonido de su voz, y a lo que una simple palabra suya pudiera causarme. Temía al llanto que me atacó en el café el día que corté el hilo rojo; temía a la verdad que el segador de destinos me dijo, esa que me golpeó como una bofetada. No estoy diciendo que me arrepiento. No del todo. Sané mi ánimo durante los días posteriores al corte del hilo, diciéndome que lo único que había hecho era decidir mi destino, elegir a quién amar; y, también, liberándolo a él de la carga que representa un amor no correspondido. Bueno, hablar de amor es mucho, hablo de la influencia del hilo rojo y nada más.

En contra del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora