Las voces internas

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¿Saben que pasa cuando haces algo sin escuchar a tus voces internas? 

Pierdes.

 Siempre me dijeron que no debía dejarme llevar por el instinto, que aquello era primitivo, casi animalesco. Me enseñaron que debía usar la cabeza, analizar las situaciones, actuar conforme a un método y ser sistemático. Y había analizado mi situación, según yo, con método científico. Tal vez, más tarde, podrán refutarme, incluso, yo lo he hecho innumerables veces. El punto es que pensé en lo que me convenía. Y me convenía la vida que tenía antes de conocer a Steve, todo era estable antes de ello. Quería mi vida anterior sin nerviosismos ni problemas cardíacos ni saltos en el estómago, quería ese pequeño orden: Empresa, Pepper, boda, herederos, imagen pública... Eso estaba bien. Steve era un factor que venía alterar el sistema. Mi modelo de vida no funcionaba así. Para regresar mi vida a su cauce, debía eliminar ese factor. Aunque, para ser justo, Steve no era el problema en sí, era el hilo rojo que nos unía. Si lo quitaba, pensaba, podíamos ser amigos sin problemas; y esa idea me gustaba.

Al mismo tiempo, una voz se sobreponía de vez en vez en mis pensamientos. Me decía que no estaba aplicando bien mis conocimientos. Que la experiencia me indicaba otra cosa; me decía que no podía y no debía atentar contra algo tan mágico, y menos cuando la otra persona parecía ser perfecta. Steve era un amor de ser humano, no lo podía negar, cualquier persona, con dos dedos de frente y que fuera su pareja, sería afortunada. Entonces, ¿por qué pelear contra ello? Porque tenía miedo, supongo, miedo de la manera en la que se trastornaría todo el orden de mi mundo.

Y el miedo fue más fuerte.

Cité a Steve en un café del centro y, para la hora en que lo hice, no había mucha gente. Llegué un poco antes para preparar mi plan de ataque, para atemperar mis nervios y acallar las voces de mi cabeza.

Steve llegó puntual y sonrió al verme. Su sonrisa me dolió; él estaba muy contento. Parecía optimista respecto a lo nuestro, aunque no había un "lo nuestro". Pero él tenía razones para ello: nos habíamos besado más de una vez y la noche pasada, nos habíamos masturbado uno al otro. ¿Qué podía pensar él? Al menos, claro está, que no me era indiferente. Tal vez, podía entrever alguna esperanza. Su sonrisa me llenaba de culpa.

—¿Qué quieres de tomar? —le pregunté—Yo pedí un americano.

Steve tomó asiento y, sin dudarlo, pidió lo mismo. Realmente no tenía interés en el café. Se acodó en la mesa y sin borrar esa sonrisa tan amplia y bonita del rostro, esperó a que yo le dijera para que lo había llamado. Pero yo no abordé el tema de inmediato, aguardé hasta que los cafés estuvieron sobre nuestra mesa para comenzar a hablar.

—Ah... Steve, verás... quería hablar contigo sobre lo de ayer.

Steve asintió, eso se lo esperaba y, por primera vez, su sonrisa menguó.

—¿Sabes? No creo que haya sido una buena decisión—continué y él desvió su vista hacia su taza de café—. Estábamos ebrios y, además, habíamos quedado como amigos.

—Comprendo—dijo él y levantó la vista, me sonrió de nuevo, pero fue una sonrisa débil a comparación con la inicial.

—Y bueno, yo me voy a casar y no quisiera...

—No se te preocupes, no le diré nada a la señorita Potts.

—No es eso lo que me preocupa—dije y sujeté las tijeras—, eres tú quién me preocupa.

—¿Yo? —Steve frunció el ceño un poco confundido.

Asentí y al mismo tiempo separé las hojas de las tijeras. Bajé la vista para asegurarme de que el hilo estuviera entre ambas y volví la vista a él.

En contra del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora