Epílogo

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Me llaman el segador de destinos porque tengo los instrumentos necesarios para cortar el hilo rojo del destino. Evidentemente, también, puedo verlos. Los veo desde que soy niño. Hay otros seres por ahí que también tienen dicho don, algunos nunca lo entienden, algunos lo ocultan, algunos lo usan para ayudar a las personas, otros para beneficio propio, otros, como yo, hacemos negocio con ello.

Hace poco conocí a un hombre con el don de verlos que quería cortar su hilo rojo porque estaba unido a otro hombre y él estaba a punto de casarse con alguien más. Le di la información y las herramientas para ello a cambio de dinero. Ese es mi negocio. Es un negocio maldito. Una afrenta. Es un trabajo sucio; han muerto personas por esto. No todas tienen la gracia de recuperarse de la herida, no a todos les cicatriza y, unos menos tienen la fortuna de reconectar su hilo rojo y ser perdonados por su osadía. Yo no, por supuesto.

Desde que era niño, lo noté: no tenía un hilo rojo del destino, ni siquiera un pequeño cabo suelto como el de muchos que aún no encontraban a su destinado. Me intrigó y, cuando tuve más conocimiento al respecto, me dolió no tenerlo. ¿Por qué...? Me pregunté, ¿...yo no tendría a nadie que me amara y que yo pudiera amar? En años posteriores, me dediqué a resolver ese misterio.

Hasta que lo encontré. Un caso extraordinario, diferente a los demás, como él mío. Un chico que tenía un hilo rojo vivo y uno muerto pendiendo de su meñique. Ya había visto dos hilos rojos en algunos meñiques, no era raro. Pero uno vivo y otro marchito, no era para nada común.

El chico iba a la misma clase de electromagnetismo de la universidad que yo. Yo estudiaba física y él, astrofísica. Le hablé porque: uno, teníamos temas en común y dos, sus hilos rojos me causaban curiosidad. Me enamoré de él. Ahí comprendí que lo sentimientos no nacen con el hilo rojo, el hilo rojo es una señal, una opción del destino, una opción amable. Siempre podemos quebrantarla y elegir otro camino, lo único que el destino nos pide es que seamos congruentes, que nos mantengamos firmes. Si, por ejemplo, cortas tu hilo y te alejas de la otra persona, podrás lograr eliminar el lazo. Y ahí viene una de las paradojas del hilo, si bien éste se alimenta de sentimientos, una vez que estás atado a alguien, no podrás dejar de sentirte atraído por ese alguien, no se nos perdona que rechacemos un regalo tan valioso.

En fin, el hilo rojo vivo de él está unido a quien es su actual esposa, con la que  tiene un hijo y parece que su futuro es prometedor. Lo cual me alegra, porque, sigo enamorado de él y cuando amas a alguien, comprendes que puedes encontrar cierta paz con su felicidad. Pero el deseo, la añoranza, el amor y, también, cierta envidia; prevalecen por encima de la razón.

Intenté olvidarlo de mil maneras, he tenido romances esparcidos y perdidos en mis años. Pero siempre que él me llama, mis pies corren al lugar de reunión y se desboca mi corazón. No tengo un hilo rojo que me una a él, pero él irradia algún tipo de campo gravitacional que me mantiene orbitando a su alrededor. Jamás colisionaremos, pero es suficiente con ser su satélite natural.

Mi estudio sobre los hilos rojos me hizo comprender de qué se trataba ese campo atrayente. El hilo rojo marchito de su meñique era el vestigio de un corte. Alguien había cortado su hilo rojo, pero si hubiera sido él el culpable, no habría tenido otro. Algo de su amor, de sus sentimientos por aquella otra persona permanecían seguros y ocultos en su corazón. La herida había cerrado, pero permanecía la cicatriz. La razón por la que yo era atraído era porque ese vestigio era mi culpa. No contaré mis métodos para saberlo, he buscado respuestas en la ciencia, en el cielo y el infierno, es todo lo que diré.

En una vida anterior cometí un crimen terrible: me deshice de mi hilo rojo y me mantuve firme en mi egoísmo y audacia, orgulloso de más, deseché la oportunidad y me negué a resarcir mi error. Por ello, ante mi arrogancia, mi castigo ha sido tener otra vida sin amor, pero amando a quien, entonces y ahora, sigo amando.

En contra del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora