VII

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—Naomi, Naomi

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—Naomi, Naomi... —susurró el nombre con desesperante confusión y enfado.

Y es que Gael había pasado una terrible noche, entre la pelea, el zafarrancho de la huida, las curaciones en el ¨discreto¨ hospital de mala muerte al que Sebastián lo arrastró y las pastillas para el dolor que no hicieron otra cosa que sumergirlo en un sueño repetitivo donde los labios de la rubia se acercaba una y otra vez, tan tentadores, como burlones e inalcanzables. Terminó despertando tarde y con un humor de perros. La ducha poco hizo por aminorar su ánimo y cada vez que cerraba los ojos para dejar caer por su rostro la que, se suponía, sería una relajante agua tibia, el rostro pícaro y coqueto volvía a su memoria.

— ¡Maldita sea! —terminó por exclamar cerrando con más fuerza de la necesaria la llave del agua. Con el mismo humor tomó una de las esponjosas toallas y mientras se secaba el pelo salió a la habitación en busca de algo que ponerse.

—Buenos días, joven —saludó una sonriente señora de mandil negro y plumero en mano.

Gael se llevó casi por instinto la toalla a sus partes íntimas, en un mal intento por no seguir enseñando de más. Pero solo consiguió una risotada burlona de la mujer.

—Ay joven, por mí ni se apure eh. Ya he visto tantos de esos antes... si le contará...

Dicho eso salió del cuarto con una risotada igual de estridente.

—Buenos días —murmuró sin saber quién era la mujer, qué hacía ahí, cómo había entrado y peor aún, sintiendo su orgullo de macho famoso herido de una extraña manera.

En menos de un minuto sus dudas fueron aclaradas cuando Sebastián entró por su puerta.

— ¿Qué nadie puede tocar la puerta en mi casa? —gruñó ya con el bóxer negro puesto.

—Buenos días florecita, ¿amanecimos de malas? —soltó el alegre manager dejándose caer sobre el mullido colchón.

Gael le arrojó la mojada toalla en la cara a modo de respuesta.

—Me puedes explicar, ¿quién es esa señora que anda como alma en pena por mi casa?

—Ah, ¿ya conociste a doña Lourdes?

Gael soltó una risita que más parecía un bufido.

— ¿Qué si la conocí? —bramó abotonando la blanca camisa—, la mujer estaba dentro de mi habitación cuando salí de bañarme...

— ¿Y?

— ¿Y? —Repitió aún más molesto—, que yo no... No estaba. No estaba vestido pues.

Sebastián emitió una reprimida risita que terminó con una falsa tos para intentar disimularla.

—Vamos a ver —dijo poniéndose de pie mientras caminaba por la habitación—. Estas molesto por que la señora Lourdes te vio como dios te trajo al mundo...

La última y nos vamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora