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 Las imágenes difusas de una mujer risueña llegaban lejanas, tan desconcertantes como inquietantes

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Las imágenes difusas de una mujer risueña llegaban lejanas, tan desconcertantes como inquietantes.

La mujer la tomaba de la mano.

La mujer le ayudaba a ponerse de pie.

La mujer la abrazaba con una mezcla de dulzura e indiferencia señalándole un río de sangre naciente entre sus piernas.

Pronto pudo notar sus manos, vestido y zapatos empapados. Se vio a si misma arriba de una pasarela, lejos muy lejos, un bebé lloraba con intensidad. Lo buscó con desesperación pero le era imposible moverse, la gente aplaudía sin darse cuenta de la sangre, del bebé o de sus desesperados gritos.

Un hombre caminaba hacia ella el sombrero le cubría parte del rostro pero su andar lento le enchinaba la piel.

Y en un instante el bebé calló, el público dejo de aplaudir, el hombre se detuvo y el mundo pareció guardar silencio.

El hombre siguió caminando hasta llegar a estar a centímetros de su rostro y entonces la luz le iluminó las facciones.

El despertar fue abrupto, la respiración seguía irregular, el sudor se le pegaba a la piel al igual que las sabanas y la imagen de Gael a centímetros de ella seguía vigente. Naomi se llevó ambas manos a la cara, una rara sensación de abandono y ansiedad se apoderaba de su espíritu haciéndola sentir un miedo poco racional en la boca del estómago. Necesitaba deshacerse de esa pesadilla y sin pensarlo ni un segundo más se levantó de la cama y fue directo a la ducha.


—Que madrugadora —señaló Rodrigo que despertó con el olor de hot-cakes y encontró a Naomi completamente vestida, arreglada y con el desayuno ya preparado.

—Desperté a las cinco y ya no pude dormir —respondió en tono relajado pero con la sensación de la pesadilla aún soplándole el oído.

— ¿Otra pesadilla? —Indagó tomando un plato —, ¿puedo?

Naomi asintió viendo como al momento se preparaba un gran plato de hot-cakes y llenaba de miel.

— ¿Quieres platicarme? —indagó sentándose frente a ella sobre un banco de la barra de desayunos.

Rodrigo esperó la respuesta casi un minuto, mientras la vio revolver una y otra vez el café ya frío e intacto.

— ¿Conocía a Gael Montero?

La pregunta le cayó como bomba, el pan se le atoró en la garganta llevándolo a toser sin parar e inevitablemente a tomar un sorbo del horrible café frio para recomponerse.

—Esto esta asqueroso —exclamó dejando la taza con una mueca de asco—, ¿tenemos leche?

—En el refri —respondió probando por curiosidad el líquido de la taza, que en efecto, estaba intomable—, ¿entonces?

La última y nos vamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora