t r e c e

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   —Coge muchas latas.

   —Vaya, no me digas —rió Roger prepotente. —Estamos al borde del apocalipsis, ¿no es acaso lo único que deberíamos coger?

   —¿Al borde? —repitió Alex serio.

   —Al borde.

   —Ya estamos en el apocalipsis, nada de al borde.

   —Míralo como quieras, mi mundo era peor que el de ahora.

   —¿Por qué dices eso?

Alex permanecía serio pero no podía evitar que surgiese su curiosidad, Roger le parecía un chico muy enigmático y no acababa de entender su forma de ver la vida. Algo le llevaba a saber más de él, un aire de... misteriosidad.

   —Mis padres me echaron de casa, vendía drogas para pagarme la universidad y huía de la poli en todo momento, ni siquiera recuerdo haber vivido en un mismo sitio más de dos meses desde que cumplí los dieciséis.

   —¿Y que hiciste para que te odiaran tanto? —el tono de Alex se volvió más ¿cómico?

   —No es de tu incumbencia —dijo Roger algo brusco, aunque tuviera normalmente una sonrisa pícara en la cara.

   —Pensaba que tú eras el sincero —sonrió Alex maliciosamente mientras cambiaba de pasillo y recogía legumbres en tarros de cristal.

Algo en Roger le asustaba, su aspecto era desaliñado, llevaba una camiseta de algún grupo de metal poco conocido y llevaba el pelo largo, castaño claro y despeinado. Por otro lado, le parecía inofensivo y aunque no lo conociera, se daba cuenta que entre ellos había surgido un trato, algo diferente que con el resto. Solo llevaban juntos poco más de media hora, pero sus conversaciones eran sinceras y más puras, lo que era bastante inusual.

Pasados escasos minutos, Roger entró en el pasillo del moreno situándose a su lado como quien no quiere la cosa, sin abrir la boca, mientras cogía más botes y latas.

   —Me cuesta creer que tuvierais algo —dijo al fin el castaño.

   —¿A qué te refieres? —se detuvo con su cara de confusión habitual.

   —Oliver y tú. No soy estúpido, y desde luego ciego, tampoco —esta vez Roger se encontraba sujetando una lata entre sus manos, apoyado de lado en las estanterías, mirando a Alex con una sonrisa rebelde. —Sólo es que me cuesta creerlo —repitió.

   —¿Y eso por qué? —continuó recogiendo conservas y depositándolas en un carro a medio llenar, como si la conversación no le interesara, aunque fuera al contrario.

   —Mírate —dijo más serio. —Y mírale a él —de pronto una sonrisa sincera iluminó su rostro para suavizar pero Alex ya se encontraba con cara de pocos amigos.

   —¿Qué quieres decir con eso? —se había acercado tanto a su cara, que resultaba hasta amenazador, y su voz grave sin un ápice de temblor, le complementaba del todo.

   —A simple vista, tú pareces ser mucho mejor partido. La verdad es que probablemente seas el tipo de cualquiera —la expresión de Alex se había suavizado del todo, pero en el fondo se sentía más que avergonzado, lo único que quería hacer era salir de ese supermercado y no cruzar más palabras con ese individuo. —¿Qué te llamó la atención de él?

   —No sé por qué dices eso, yo nunca he estado con un tío. Ni lo estaré.

   —¿Quieres que me crea eso? Me habló de ti antes de que llegarais tú y tus hermanos.

   —¿Qué? —Alex parecía del todo atemorizado.

   —Describió a un tío con el que salió años atrás, del que seguía enamorado y que no podría soportar que le hubiera pasado algo.

   —¿Y por qué crees que yo soy ese tío? —comenzaba a estar a la defensiva.

   —Me lo describió. Ojos verde oscuro, facciones marcadas, pelo oscuro... está bueno. Y es de Nueva York. Vaya coincidencia ¿no? —le miraba directamente y su tono había ido bajando hasta confundirse con un susurro.

   —Hay muchos así en Nueva York.

   —No lo creas. Hacía mucho tiempo que no veía algo así.

   —No se a qué te refieres —Alex apartó la mirada.

   —Claro que sabes a qué me refiero, y también sabes lo bueno que estás, ¿acaso no te miras al espejo antes de ducharte? —rió y luego adoptó un tono de voz de lo más sensual. —Es por eso que me cuesta mirarte sin pensar en todas las cosas que haría contigo.

   —No sé que te hace pensar que soy gay, esto es incómodo.

Alex comenzaba a tener calor y dio un paso hacia atrás para alejarse de Roger, por lo que este en su lugar, dio dos para acercarse al moreno.

   —Sería más fácil si no intentaras ponerle etiquetas a todo y te dejaras llevar.

Ambos se encontraban a escasos centímetros del otro. Alex permanecía inmóvil con una expresión bastante relajada mientras Roger le miraba los labios mientras se mordía el inferior.

   —Mi corazón pertenece a otra persona —dijo de pronto separándose y girando hacia otro pasillo.

   —Tú corazón me importa una puta mierda, solo quiero follar. Sé que quieres, —le siguió hasta el próximo pasillo y se situó justo detrás de su espalda —noto como tu temperatura ha aumentado, y que estás empalmado —de forma instantánea, llevo su mano derecha al miembro de Alex desde su posición.

Alex no se movió ni un centímetro y Roger empezó a masajearle a través de la ropa. Tras unos segundos de conmoción, apartó su mano de un manotazo y se giró para mirarle directamente a los ojos.

   —Te he dicho que pertenezco a otra persona, por muy fuerte que sea la atracción.

De pronto cerró los ojos como si algo le cegara y llevó uno de sus dedos al labio inferior de su compañero al abrirlos. Roger lo miraba con deseo y estaba tan conmocionado como Alex.

En menos de un segundo, Roger había acercado sus cuerpos lo máximo posible, lo cuál hizo que Alex reprodujera un gemido al sentir como sus miembros chocaban. El castaño acercó su boca al oído de Alex, y le susurró lento y suave.

   —¿Esto está dentro de los límites infranqueables? —lo dijo con una voz tan sensual que Alex sintió que se desplomaba de la excitación.

   —No —dijo mientras lo apartaba de su oreja y lo miraba directamente a los ojos.

De repente, le cogió de la cintura y lo estampó contra unos estantes haciendo que la comida se esparciera por el suelo. Se miraron varios segundos sin decir nada hasta que Alex se lanzó a por sus labios salvajemente. Ya le había quitado la camiseta segundos después y quitó la suya incluso más rápido con evidente práctica.

   —¿Dónde lo hacemos? —preguntó Roger zafándose de su beso.

   —En esta estantería —respondió entre jadeos.

Sus pechos subían y bajaban de la excitación y ambos se morían por volver a juntar sus bocas, pero Roger volvió a hablar.

   —Doy yo.

   —Ni de coña —Alex parecía enfadado.

   —Pues cómeme la polla entonces.

   —Hecho.

Y de nuevo Roger abalanzó sus labios contra los de Alex con la misma fuerza que anteriormente.

Continuará...

Apocalipsis 202Donde viven las historias. Descúbrelo ahora