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Despertaron muy temprano por la mañana con el objetivo de llegar a algún sitio donde pudieran estar seguros.

Habían perdido prácticamente toda la esperanza de reencontrarse con sus padres, estaban solos en aquel holocausto. 

   —Están muertos, olvidadlos ya —afirmó Alex seriamente nada más despertarse.

   —Cállate la boca imbécil —le gritó su hermano lanzándose a por él desde el asiento de atrás.

Nada más abalanzarse sobre él intentó propinarle un puñetazo en la cara al mayor, pero este le detuvo el puño con su mano abierta.

   —Te olvidas de que tengo por lo menos tres años más que tú, sin contar que debes pesar lo mismo que mi brazo derecho...

   —Alex cállate ya —esta vez era Angela la que intentaba poner orden.

   —Sois unos niñatos, no sé ni por qué sigo cuidándoos el culo.

   —Solo estás proyectando en nosotros la rabia que tienes porque crees que tu novio ha muerto —dijo Dani con frialdad.

La cara de Alex se ensombreció y su expresión aterrorizó a sus hermanos aún más que el hecho de estar en medio de un apocalipsis. Sin embargo no dijo ni una palabra hasta que se hubo acercado al rostro de su hermano de una manera terrorífica.

   —Vuelve a mencionarle o vuelve a decir que éramos novios y te tiraré por la puta ventana y me quedaré a mirar mientras los infectados te arrancan la puta cabeza.

Sus hermanos no dijeron ni una palabra y el mayor aceleró el coche a tal velocidad que creyeron estar en uno de carreras.

Una semana más tarde

No habían pasado demasiadas horas desde que los hermanos habían cruzado la frontera de Indiana con la de Illinois. Alex seguía preguntándose por qué su padre insistió tanto en llegar hasta ahí, cuando podían haber ido a parar a cualquier otro sitio.

   —¿Por qué papá quiso llegar hasta aquí? —preguntó serio, aunque reconfortó a sus hermanos que casi no cruzaban palabras desde hace unos días.

   —Supongo que por el centro médico —afirmó Angela convencida.

   —¿Qué centro médico? —volvió a preguntar.

   —El que hay en la Universidad de Illinois. Está especializado en control y prevención de enfermedades infecciosas y epidemias. Es perfecto.

   —Tú cómo sabes estas cosas hermanita? —Alex pareció sonreír en algún momento, pero dos segundos después mostraba su reciente cara enojada que sus hermanos no acostumbraban a ver.

   —Lo he visto en una serie, además quiero venir a la UI a estudiar.

   —Desde luego eso ya es del todo imposible —intervino Dani.

   —Supongo que tienes razón —continuó su hermana mirando por la ventanilla de manera melancólica, —no tengo ni idea de lo que pasará a partir de ahora, puede que todo se arregle y que se encuentre una cura para volver a la normalidad.

   —Nada volverá a ser cómo antes, dejad de hablar de gilipolleces y ayudadme a encontrar esa puta universidad.

Treinta minutos más tarde se encontraban los tres ante las puertas de un enorme edificio. Era el departamento del CDCP (Centro para el Control y Prevención de Enfermedades). Desde varias horas atrás no habían visto aún a ningún infectado y eso parecía una buena señal, al fin y al cabo, puede que en Illinois no hubiera arrasado el virus. De todas formas, las calles estaban completamente vacías y eso indicaba que la gente estaba asustada y decidía no salir a la calle, que habían muerto todos, o que habían huido a algún otro sitio. Cualquiera de las opciones era válida y creaba esa incertidumbre entre los chicos. Por ahora no estaban seguros de nada de lo que estaba pasando y su única prioridad era sobrevivir.

Tras cinco minutos de aporrear las puertas a pleno grito para que les abrieran, no obtuvieron respuesta. Alex estaba cada vez más desesperado y su ira aumentaba cada minuto que pasaba.

   —Se acabó, aquí no parece haber nadie —supuso Alex dirigiéndose al coche.

   —¡No puedes rendirte tan deprisa! —gritó su hermana esta vez.

   —Yo no he dicho nada de rendirse —soltó su hermano sin molestarse en mirarle.

Tras un minuto rebuscando cosas en el maletero del coche, Alex volvió junto a sus hermanos con lo que parecía un hacha en las manos. Sin pararse un segundo, al llegar a la entrada hizo impactar el arma entre las dos puertas de metal varias veces. Consiguió abrirlas con demasiada facilidad y sonrió victorioso.

   —Qué fácil —dijo Dani esta vez.

   —Cállate enano, que no has hecho más que traer problemas —dijo su hermano.

Ambos callaron y entraron por la doble puerta. Alex cerró las puertas colocando el hacha entre las manivelas y se sorprendió al ver que encajaba a la perfección. Admiraron el espacio nada más entrar. La primera estancia era una enorme sala que reconducía a otras más pequeñas y que tenía una preciosa escalera de mármol en el centro.

   —No habríamos podido pagar esta universidad An —dijo el pequeño aún ensimismado.

   —Ya no importa Dani, olvídalo —respondió su hermana sin dejar de admirar el lujoso espacio.

Los suelos eran brillantes, lo que sorprendió a Ángela, que nunca había visto un sitio tan cuidado en medio de un holocausto, aunque quizá fuera por que no había hecho más que empezar...

Continuará...

Apocalipsis 202Donde viven las historias. Descúbrelo ahora