q u i n c e

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Roger entró en la casa y volvió a los pocos minutos con algo entre las manos. Alex lo miró extrañado. ¿Qué estaba haciendo? Además, se había ido y lo había dejado desprotegido, estaba de lo más confundido.

   —¿A dónde has ido? Te has llevado mi arma, y me has dejado aquí sólo, sin nada —más que enfadado parecía indignado.

   —¿Me has echado tanto de menos? —sonrió burlón.

   Alex estaba mosqueándose con Roger, aunque en el fondo supiera que bromeaba y que le tomaba el pelo continuamente, a él no le parecía divertido.

   —Eres un capullo, imagina que hubiesen llegado infectados a matarme. ¡Sería tu culpa!

   —Vaya, uno menos —dijo Roger con poco interés. Estaba concentrado en lo que llevaba en las manos, lo estaba intentando encajar en la pistola de Alex.

   —¿Qué coño estás haciendo?

   —Te pongo un silenciador, y mira que soy majo, es totalmente gratis.

   —Emm... Gracias —Alex no estaba acostumbrado a decir palabras gratificantes desde que hubo empezado todo.

   —De nada hombre, tenía que compensarte por el maravilloso trabajo de esta tarde.

Miró a Alex con picardía y el otro apartó la mirada de la de Roger lo más rápido que pudo. Su mirada era excesivamente poderosa, le hacía arder, era algo totalmente nuevo. ¿Le producía escalofríos, temor, rabia...? 

   —Por favor olvida lo de esta mañana —le suplicó Alex algo avergonzado.

   —Imposible.

   —¿Por qué? No se va a repetir, ha sido un error. ¿Tanto te cuesta olvidarlo? —su voz empezaba a reflejar su cólera.

   —¿Tanto te cuesta admitir que te ponen las pollas?

   —Cállate la puta boca —Alex estaba de lo más alterado.

   —No me pienso callar hasta que lo admitas. ¿Te crees que soy gilipollas? Sí, ¿crees que soy un ingenuo, que me chupo el dedo?

   —No sé de que estás hablando.

   —Oh, claro que lo sabes. Sabes que alguien hetero no sabe chupar una polla, ¿o no lo sabías? Y tampoco se suele follar a tíos ¿verdad? —su tono dejaba claro que no hacía más que meterse con él.

   —Soy hetero, lo... lo que ha pasado hoy ha sido un accidente —balbuceó.

   —Vaya, un hetero-curioso... Hasta el machote se ha puesto nervioso —rió a carcajadas. 

   —No me hace puta gracia, deja de reírte de mi en todo momento.

La noche se tornó fría, tanto por el clima, como por la conversación entre ellos —casi inexistente—. Alrededor de las tres de la madrugada, una nueva silueta surgió a lo lejos, aunque no iba a por ellos, quizá no los había detectado, pues estaban demasiado lejos para cualquier sentido que pudiera haber desarrollado.

   —Alexander —susurró muy bajito el de pelo más claro.

   —Es Alex —habló demasiado fuerte y el infectado instantes después pareció algo aturdido, pero no fue a por ellos. Roger hizo silencio con el dedo. Cogió la mano de Alex, que reaccionó violentamente, hasta darse cuenta de que había dejado que sujetara una daga entre los dedos.

   —Despacio, ves a por él y clávasela directamente en el cráneo, con fuerza o no lo atravesarás —dijo aún más débilmente.

Alex se acercó lentamente hasta el muerto, habiendo entrado en el bosque pasando algunos árboles. Sin ninguna intención, pisó unas ramas que había en el suelo e inmediatamente el infectado corrió hacia él sintiéndose atraído por el sonido. Éste supo reaccionar, y esquivó al muerto en el momento en el que se lanzaba a por él a una velocidad increíble, a la vez que le incrustaba el cuchillo en el cerebro, matándolo por completo.

   —No está nada mal —Roger se había acercado a él con una sonrisa, que contagió a Alex en cuestión de segundos.

Ambos se quedaron inmóviles ante el otro, mirándose sin decir nada, hasta que Roger le arrebató la daga a Alex de sus manos.

   —Dentro hay más, ya cogerás una mañana, vamos a practicar todos por la mañana.

   —Practicar ¿el qué?

   —Lanzar cuchillos, disparar... 

   —No decías que no necesitábamos apenas disparar... ¿para qué íbamos a practicar el tiro entonces?

   —En caso de emergencia no deberías fallar el tiro, eso podría costarte la muerte... Puede que haya exagerado un poco con lo de las armas de fuego, son útiles a la luz del día, pero silenciador súper necesario, y con objetivos relativamente fáciles, me refiero a que no dispares cuando veas que hay muchos que van a venir a por ti... Primero de todo asegura tu posición y no seas un suicida, antes corres en vez de quedarte pegando tiros. ¿Te ha quedado claro?

   —Dándome clases de instrucción... Entendido.

Ambos se dedicaron una sonrisa cómplice y volvieron al porche a sentarse. El frío se había disipado y las conversaciones surgían naturalmente, sin tener que romper el hielo. Una hora y media más tarde estaban cansados, pero continuaron hablando hasta que Roger se quedó mirando a Alex con mucha intensidad. Ninguno de los dos pronunció una sola palabra, hasta que un minuto más tarde Roger se lanzó hacia el castaño oscuro. Unió sus labios con fuerza y se colocó a horcajadas sobre Alex, que se encontraba sentado, al igual que durante toda la velada. Continuaron el beso de forma muy apasionada durante varios minutos, sin apenas separarse, ni decir nada. Los brazos de Alex envolvían la firme cintura de Roger y la masajeaba con ansia por debajo del jersey. Ambos gemían cada varios segundos casi inevitablemente, hasta que de pronto Alex le apartó con fuerza hacia un lado.

   —Debemos parar...

   —¡No! ¿A ti que te pasa? ¿Sabes lo cachondo que me ha puesto eso?

   —Me importa una mierda, esto no puede seguir así, habíamos quedado en que nada se repetiría.

   —A mi me importa una mierda en lo que habíamos quedado, joder. Eres un calientapollas.

   —¿Qué coño has dicho?

Alex se giró hacia su compañero con furia, con una mirada que cortaba el aire mientras se abalanzaba contra él, estampándolo contra el suelo.

   —Que eres un calientap...

No pudo acabar la frase, porque los labios de Alex se impactaron con fuerza contra los de Roger. Se movían a una velocidad increíble, y Alex se encontraba encima de el otro, donde había situado los brazos a cada lado de su cabeza y se le tensaban los músculos de los brazos. En algún momento, Alex se detuvo para hablar.

   —Deberíamos...

   —¿Parar? Claro que no ¡mírate la polla! —exclamó su amigo.

   —Shh. Quería decir que deberíamos tener cuidado y no despistarnos demasiado, podrían atacarnos en cualquier momento.

Su voz reflejaba su gran excitación y al acabar cada frase se paraba a respirar, algo entrecortado, mientras su pecho subía y bajaba violentamente. Mientras, el otro no dejaba de mirar los labios del otro, queriendo sentirlos de nuevo acariciando su lengua.

   —Lo tengo todo bajo control, vuelve aquí —suplicó Roger con desespero.

Alex obedeció sin vacilar y se colocó sobre él de nuevo, haciendo crujir el suelo de madera del viejo porche.

   —Está bien, no hagas demasiado ruido o nos descubrirán —dijo antes de lanzarse a por su boca de nuevo.

Continuará...


Apocalipsis 202Donde viven las historias. Descúbrelo ahora