Capítulo 8: Días grises.

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Perderla fue una de las sensaciones más crudas, desgarradoras e insaciables que he experimentado… El gran vacío en el pecho me derrumbaba a cada día, me desmoronaba por completo, era tan enorme que sabía si podía llenarlo.

Los años habían pasado, nos mudamos del pueblito en donde vivíamos a la ciudad en donde papá vivo a antes.

Cumplí 15  sin tener estabilidad emocional, mi estado de ánimo era como una especie de montaña rusa. Vivía un rato con el furor y la adrenalina de estar subiendo a lo más alto y de pronto el miedo de esas bajadas tan empinadas hacían parecer que todo iba a colapsar en cualquier momento…
También había instantes en los que sentía tranquilidad, en los que parecía que todo estaba bien.

Cuando viento tocaba mi rostro me hacía sentir viva  de una manera inexplicable.
A veces llegaba  el momento en el que me arrepentia de haberme subido y a pesar de que alguien más se hubiese arriesgado a subir conmigo sentiría la soledad de siempre  

ya que sentía que no había alguien con quien desahogarme un poco porque sabía que nadie entendería como me sentía. Y es ahí cuando llega el momento en el que todo depende de uno mismo y ese quizá el más complicado ya que intentar llevar las riendas del asunto no es tarea sencilla y algunas veces intentarlo puede resultar muy cansado o al contrario puede hacerte sentir lleno de energía  pero sólo nos daremos cuenta de ello cuando todo acabe, lo ideal es que a la hora de querer ascender de nuevo no exista dificultad pero si no es el caso lo mejor es quedarse esperando tener ánimo para algún día continuar VIVIENDO y así no ser un puntito a la deriva en medio de todos para ver como tus sueños se van en esa montaña rusa en la que no tendrás otra oportunidad de subir otra vez…

Hubo en especial una noche, yo estaba en mi habitación, como de costumbre. Recuerdo que no había nadie en casa, no había electricidad; todo estaba en total silencio y oscuridad.

Era octubre o tal vez noviembre,  no recuerdo muy bien ya que todos los meses del año eran igual de melancólicos y solitarios. Acostada, mirando el techo, me preguntaba por cuánto tiempo más la soledad y la tristeza me acompañarían.

Todo continuaba en silencio. Cuando de repente  un fuerte golpe del viento en la ventana me sacó de mis pensamientos rápidamente me levanté de la cama y me asomé por la ventana y al ver las estrellas me percaté de una muy brillante, el viento volvió a soplar con fuerza y con él un susurro apareció diciendo “no estas sola tienes que ser más fuerte”.

En ese momento comprendí que había estado en picada todo el tiempo y que no me detuve a pensar en la promesa que le había hecho a mamá. Era hora de luchar por mi vida y luchar por alcanzar la valentía prometida, pero sabía que no podría hacerlo sola.

Cuando las estrellas hablan (mamá). Donde viven las historias. Descúbrelo ahora