Capítulo 1

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Abrí mis ojos con molestia, la luz del sol llegaba directamente a mi cara de una manera tan inminente y desgarradora que me hacía querer correr, cerrar todo y esconderme como si de un vampiro se tratase. No había dormido bien, no en 5 meses al menos. Con suma paciencia retiré la sabana que cubría mi cuerpo, me levanté con pereza y salí de la habitación, ni siquiera me molesté en observar nada ni de percatarme si tenía compañía o no, solo quería salir de allí y dejar la luz solar a un lado.

Al salir de mi habitación noté que un olor delicioso impregnaba toda la casa y vaya que para lograr eso debía ser algo bastante concentrado, pues mi hogar era todo menos pequeño. Debía vivir en un sitio lo suficientemente grande para mis 4 pequeños, mi esposa y para mí, además, podía permitírmelo y eso se lo debo, en su mayoría, a mis padres. Con ellos en el pensamiento, me encaminé hacia la cocina en búsqueda de la mujer que tanto me ha soportado durante todos estos años.

Y allí se encontraba ella, Tatiana, frente a la cocina sin nada más que una de mis camisas puesta tapando los tatuajes que cubrían su espalda y parte del abdomen, con su melena castaña amarrada en una extraña cola y con sus morenas y esbeltas piernas al descubierto. Con sigilo me posicioné detrás de ella, pasando mis brazos por su cintura y atrayéndola. Escuché su risa y un ahogado buenos días por la impresión, sonreí también y mordí su oreja derecha.

-¿No te has lavado la cara aún? Vamos, hazlo antes de desayunar. –se giró para verme con detenimiento y quedé hipnotizado con esos ojos tan negros como la noche. Al darse cuenta de mi embelesamiento, volvió a sonreír. –Ni sueñes con que voy a besarte si tienes mal aliento, Dom.

Luego de escucharla decir eso, debí poner la sonrisa más perversa que tenía porque ella tuvo intenciones de alejarse de mí, pero la retuve con mis brazos. Ella reía escandalosamente y me exigía que la soltara, pero eso no estaba en mis planes. Sabía que odiaba que la besara sin lavarme la boca, pero también estaba consciente de que eso no me importaba y que igual la iba a besar, era nuestra rutina, un juego matutino del que jamás me cansaría, ni siquiera sabiendo que ya tengo 28 años y que debía madurar.

-Si sabes que igual lo haré ¿Para qué lo sigues mencionando?- Hablé despacio

-Porque sigo con la esperanza de que algún día me hagas caso, aliento de dragón. –rió con más ganas y yo me asombré, no esperaba ese sobrenombre.

-Te pasaste. –y sin más la besé con la intención de abrir su boca e ingresar mi lengua en seguida para que se molestara y esta vez con ganas. Me empujó fuerte en cuanto tuvo oportunidad.

-¡Eres un maldito asqueroso Dominic! Que puto asco, lávate la boca.

Pasaba su mano por sus labios intentando quitar el rastro de aquel beso y yo me reía a carcajada pura. Amaba mis mañanas y no las cambiaría por nada. Cuando me calmé, escuché los pasos de mis hijos bajando las escaleras. Christian, Gregorio, Mathias y Mario. En orden, tenían 10, 8 y 6 años. Christian y Gregorio son gemelos idénticos y nacieron durante mi primer año en la universidad, yo apenas tenía 18 años pero ya contaba con la madurez suficiente como para hacerme cargo de mis responsabilidades, además, Tatiana era hermosa, inteligente y mi novia desde los 16.

Casarme con ella fue lo mejor que pude haber hecho y con el paso de los años lo terminaba de confirmar. Tatiana sabía todo sobre mí y cuando digo todo, incluye también mi trastornada naturaleza. Ella sabía qué hacer y decir en los momentos adecuados para calmarme y eso hacía que la amara con más intensidad. Por eso la complacía en todo lo que quisiera, dinero, lujos, salidas, lo que ella necesitara, aunque realmente era de conformarse con poco. Un detalle al mes y cariños infinitos.

No era amante del dinero ni de los lujos, ella podía fácilmente salir conmigo a comer perros calientes con el vendedor de la esquina o simplemente preparar una comida especial en casa. Pasaba de vestidos a jeans rotos como si nada, podía maquillarse o estar al natural en diferentes ocasiones... Tatiana era la mujer perfecta para mí, de eso no cabía dudas.

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