Capitulo 6. Dulce sangre.

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Entro a la clase de literatura y ella estaba ahí, sentada, observando fijamente hacia la ventana. Como lo había dicho desde un principio tiene mal gusto en ropa. Es como si quisiera aparentar más edad de la que tiene. Muchas de las chicas en la escuela tienen un basto sentido de la moda, como se espera de una parisina. Aunque ella no es como las demás. Supongo que es extranjera, tiene mucho estilo y es muy linda. Sus ojos me encantan, son levemente rasgados y tienen un hermoso color azul. Me hubiera sentado junto a ella, pero al parecer era el nuevo bocadillo de la clase y todos querían estar lo más cerca posible.

Nosotros los franceses somos una bestias si de extranjeras se trata. Lo exótico y diferente logra cautivarnos y en el arte del coqueteo somos unos expertos.  Al volver a Francia después del internado, todo era nuevo para mí. Cuando llegué aquí lo que más deseaba era hacer amigos  y aunque fue difícil al principio logré hacerlo. André fue mi primer amigo y como se sabe ahora nuestra relación es muy unida, lo primero que tuve que aprender para ser un buen joven francés fue a conquistar a una chica y lo logré gracias a él. No es como que todos los franceses caigamos en el típico estereotipo de Pepe Le Pew, pero es placentero que nuestra reputación nos presida sobre todo con las turistas.

André es un chico alto como yo, aunque le llevo algunos centímetros de más, su cabello es oscuro y lacio y tiene cierto encanto en los ojos. Su forma de coqueteo es a larga distancia y ocupa justamente sus profundos ojos cafés para enganchar a su víctima, posteriormente se acerca y entabla conversación con ellas como un "hola, ¿quieres un trago?" o "Lo siento, pero eres muy hermosa y no puedo dejar de mirarte, creerás que soy un pervertido". Usualmente funciona con las turistas, las francesas son más astutas, pero algo es seguro a todas les encanta ese jodido hoyuelo que se forma en su mejilla, quisiera arrancárselo, no sé porqué es tan especial.

Técnicamente así me inicié con las chicas, platicas aburridas, unos tragos y esperar si ellas querían o no pasar un buen rato. Más adelante me harté de todo eso y sólo fui al grano con cada una de ellas, sin platicas, sin coqueteo, sólo sexo. Todo iba de maravilla, hasta que cada encuentro, cada chica, comenzaba a aburrirme y ya lo hacía más por rutina que por querer, esa adrenalina, ese excitante deseo por estar dentro de ellas, poco a poco fue acabando. Después descubrí que me ponía la sangre y.... bueno, creo que es el peor fetiche que he tenido y nunca lo volví a repetir,  me preguntaba si había algo normal en lo que había ocurrido aquel día en que perdí el control. Yo nunca fui un sádico con las chicas, jamás les he puesto un dedo encima sólo dentro.

Recuerdo que era mi primer año en el instituto Françoise Dupont. Chloé Burgeois era la chica que más deseaba cuando entré a la escuela y después de mucho tiempo tratando de que me aceptara por fin lo había logrado. Sus gemidos eran intensos, el baño del último piso se había hecho para los amantes y todos lo sabían menos los mismos profesores. Tomé a la rubia de sorpresa y la impulsé hacia mí, la tenía contra la pared y ella se aferró a mí con sus muslos abriendo las piernas, exponiendo así su entrada a mi miembro erecto, el roce de nuestros sexos provocaba un choque electrizante que recorría mi abdomen. Todo era tan jodidamente húmedo y excitante. Comienzo con una estocada... dos estocadas... tres estocadas. La azotaba y eso le encantaba, la tomé de las nalgas y la cargué, ella correspondió con una risa por mi atrevimiento y rodeó mi cintura con sus piernas, mientras sus manos tocaban mis glúteos empujando para que me adentrara cada vez más en ella. Mi ritmo cada vez era más rápido, su cabello en mis mejillas y su lengua en mi cuello, me agradaba. Ella estaba a punto de llegar al orgasmo ya que comenzó a dar círculos con su cadera apresando mis rápidos movimientos y tuve una vista gloriosa de sus senos que retumbaban con el ritmo de mis estocadas y comencé a besarlos con frenesí. Finalemente la rubia terminó, pero yo por otra parte seguía buscando mi climax. Fue ahí cuando hice algo, fue más por impulso que por querer hacerlo. Enterré mis dientes en su hombro. Al principio correspondió con un leve gemido musitando mi nombre en repetidas ocasiones y después al ver que no paraba de morderla mientras seguía penetrándola como un animal comenzó lo feo. La herida se hacía más grande liberando ese hipnotizante color carmesí y al verlo me excité de sobremanera, sentí el calor que anunciaba el fin del encuentro, una electricidad placentera que envolvía mi sexo antes de que aquel fluido fértil saliera por fin y la empapara por completo; ella gritó pidiendo que la dejara, pero era como si no estuviera consciente de lo que sucedía, sólo disfrutaba aquella sensación y seguía y seguía. La mordida se hacía más profunda y el sabor era exquisito e indefinible que comencé a succionarlo. Llegué al climax que tanto había añorado, era la primera vez que me sentía así, después de todas esas aburridas mujeres con las que había estado por fin estaba... como podría decirlo, ¿satisfecho? De pronto sentí un golpe en la nariz y me aparté de inmediato de mi acompañante lleno de dolor. Me sobé el golpe que me había dado y me acomodé el pantalón.

CarmesíWhere stories live. Discover now