Epílogo

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5 meses después.
Venezuela.
2:56 am

Las luces de las velas empezaron a temblar a pesar de que ninguna brisa estuviese presente en esa calurosa noche de verano.

Los tres amigos se miraban inseguros entre sí. Todos sentían un miedo terrorífico en su interior, pero ninguno lo confesaba por miedo a quedar como la niña del grupo.

Sus dedos índices estaban sobre el vaso que yacía sobre el tablero ouija.

Habían ido a la casa del más mayor, ya que sus padres a él sí le dejaban dormir hasta tarde.

-Vamos, hay que seguir hablando con él - susurró Manuel, el más grande del grupo.

-Casi son las tres de la madrugada, ¿no podemos despedirnos e irnos a dormir ya? - preguntó Raúl a sus dos amigos.

En el fondo todos estaban de acuerdo, pero como los hombres que eran, negaron sólo por orgullo.

Raúl suspiró y miró a Adrián, quien era su turno de hablar.

-¿Qué eres? - susurró.

Él vaso se empezó a mover lentamente hacia las letras.

Todos se centraron en las letras que la entidad muerta estaba indicando. Cuando terminó, se miraron entre sí, casi con una sonrisa divertida.

-¿Eres un demonio? - la voz de Manuel rebotó en aquella oscura habitación.

El vaso viajó hacia la palabra sí.

Todos se miraron entre sí, sin ser conscientes de que las velas estaban perdiendo luz poco a poco.

-¿Y cómo te llamas? ¿Damon? - ronroneó Adrián.

Los demás le siguieron con una risa, solo que la de él cesó demasiado pronto.

Se tocó el cuello, ya que sentía cierta opresión allí, e intentó avisar a sus amigos, pero éstos seguían riendo y él no podía articular palabra.

Entró en pánico y fue tirado hacia atrás, sobre su espalda. Algo rojo empezó a cruzarse en su mirada y su grito de horror cesó la risa de los demás, que quitaron los dedos del vaso y se alejaron de su amigo.

Éste último se acostó sobre su estómago y se encogió en posición de feto.

-¿A-Adrián? - susurró Manuel con un titubeo, asustado.

Su amigo se fue levantando poco a poco.

Una sonrisa afilada de oreja a oreja, les dejó claro a sus amigos que ese, ya no era Adrián.

Las velas se apagaron de repente, dejando como única fuente de luz los rayos que la luna hacía pasar por la ventana.

-Romeo- les miró con una mirada hambrienta- Me llamo Romeo.

Y acto seguido, se abalanzó sobre ellos.

ROMEO✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora