VII

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Acordes básicos son los que tus finos dedos rasgan en las cuerdas de la desgastada guitarra de tu padre. Una vez. Tras otra. Primer círculo, dos o tres veces. Tiemblan ante la inseguridad con la que el instrumento cuelga de ti. Gruñes. Porque en verdad deseas verte tocando esa canción con maestría. Desafinas. Gruñes. Una maldición es expulsada por tus finos labios. Diriges una mirada al entorno. ¿Por qué la gente es tan ruda? Sonríes a una mujer que te mira mal. Y las arrugas de la frente son trasladadas al arco de los ojos. En una extraña mueca que te obligas a creer es amable. El tenso ambiente se relaja, y tu mano se mueve con un poco más de confianza. Sea como sea, aprendes rápido.

Y las notas salen, una tras otra. Con balance y color. ¿Cómo será ver los sonidos? Pero no como ondas longitudinales o barras de volumen, sino como figuras y ases de entintadas luces; como rostros y siluetas, como cristales Tiffany y mármoles italianos, como fuego derritiendo glaciares. Como el arte que es.

Ver el sonar de un saxofón es electrizante, como sus suaves labios presionando los tuyos. Un platillo es la sorpresa con la que siempre aparece. Un violín es la vehemencia con la que esperas todos los días topártelo en el regreso a casa; y un cello es la estela de dudas que deja cuando sus seguros pasos desaparecen por la puerta plegable. Un tenor cantando una triste melodía es tu garganta desgarrándose por él. Y un soprano. Un soprano es el hermoso matiz de su joven voz. Él. Es música. Es tono y timbre del pelo al pie.

Dejas de darle vuelta. Ya sabes cómo luce el sonido. Cómo él.

Porque su presencia es una orquesta. Compleja y desafiante. Suave y profunda. Todo en él es música.

Él es una clave de Sol. El génesis de tu creación musical. El cuerpo de tu guitarra, rogándote ser el mástil que la dirige. Diablos. Es purpurina corriendo entre tus dedos, Brillante material que mueve a tus callosos dedos con habilidad por las cuerdas; claridad cegadora que desliza a tus duras yemas por este o por aquel oxidado traste.

Velocidad, ritmo, entrega y fluidez. Así corren las notas por el recinto a gas. El conductor ha parado su grabación. Veraces fonemas riman unos con otros, juegos mentales y tu garganta está liberando las cargas de la semana. Vuelas como libélula en el pantano de tus ideas. Algunas personas menean la cabeza de lado a lado. Un verso sin esfuerzo y una palabra en inglés. Te sorprende. Porque tu no conoces otro tipo de ingles que no sean las que unen tus piernas. Un léxico pulido y moderno, reverberado y encimado. Cuerdas rasgándose a brutal consciencia. El aire te falta, se escucha como lo tomas sólo para ser exhalado en forma de vocales y consonantes en perfecta sincronía. No estás cantando; estás corriendo entre la lírica que sus ojos producen. Y ni siquiera te explicas cómo es que puedes mantenerte de pie en la bestia en movimiento con la guitarra entre tus brazos.

Y él está ahí. Y no lo notas. Porque estás tan metido en el aguacero de tu vibrante instrumento que no te das cuenta cuando él se baja.

La musa se inspiró en el autor.

On the road (Hopemin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora