Natasha aterrizó en la Tierra sobre las cinco y media de la mañana. Conocía este lugar, frío y cruel. Era Siberia. Una Siberia diferente a la última vez que la había visitado. Pero no sabía que había cambiado. Quizás no era tan frío como la última vez.
-Se llama calentamiento global- se dijo a sí misma, riendo. Entonces, su cerebro dio un suave golpe. Como una suave descarga, que casi la deja noqueada.
Se apoyó en sus rodillas. Intentando recobrar el aire que le había dejado.
La luz que reflejaba en la nieve, pura, blanca y virginal le hizo guiñar los ojos, mirando al horizonte. Entonces, cerró los ojos y se dejó caer.
Era tan fría que sintió que quemaba. Miró a su alrededor, ellos (y por ellos se refería a los Vengadores) ya sabrían que algo había entrado en la atmósfera y dentro de poco vendrían a comprobarlo.
Decidió esperarlos, pues estaba demasiado cansada como para mover el más mínimo músculo. Miró al cielo, azul sin una sola nube. Parecía que el sol le acariciaba suavemente el rostro con cariño y amor pero no sintió nada. Toda la alegría que sentía cuando pensaba en su amado país había desaparecido.
No había más detenerse a escuchar los sonidos roncos de la naturaleza para Soulless. Lo que la Viuda Negra había apreciado como si fueran los únicos tesoros de la humanidad (como cantos de pájaros o el murmurar del río) para Soulless no tenían ningún sentido.
Suspiró, aburrida, cuando unos pájaros pasaron por delante de ella. Levantó la mano izquierda e hizo un gesto crispado con las manos. Uno de los pájaros cayó al suelo, con el cuello tan roto que la piel se había separado de este en algunas escisiones y su sangre manchaba la virginal nieve. Parecía una caricatura asquerosa y burlesca de una noche de bodas.
Natasha miró el pájaro. La sangre roja la hizo sentirse viva otra vez.
Negó con la cabeza, sintiéndose realmente desgraciada. No podía sentir nada, absolutamente nada.
Entonces, algo le cayó encima, algo que le empezaba a pegar de puñetazos. Intentó taparse o responder con algún ataque, hasta recordó que ya no era la Viuda Negra.
Y se quitó de encima a Capitana Marvel de un puñetazo que la envió realmente lejos de ella.
Se miró los puños, que tenían heridas pequeñas debidas al impacto. Sus heridas sangraban amarillo. Una sangre amarillo radiactivo.
Miró a Carol, que la miraba horrorizada. Natasha le miró fulminante y luego sonrió.
-¿Que pasa, Danvers?- preguntó con sorna, arrastrándose el pulgar por el labio inferior, limpiando la sangre.- ¿Has visto un fantasma?