Mazzimo

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La soledad del otro mundo de Paulette era seca y fría. Sentía en mi piel la dejadez de un hálito fantasmal que envolvía el ambiente sombrío de los recintos del orfanato. La piedra de las paredes era húmeda pero el viento parecía no tener la misma constitución. Traté de forzar mi mirada inexistente, puesto que así mismo fue que pude ver algo. Claro, eso había sido en el momento en que Paulette me llevó al éxtasis. No había sentido esa sensación desde hace muchos años.

Lo más impresionante fue observarla. Su tez blanca que semejaba el tacto de una porcelana. Un pequeño lunar cercano al ojo derecho. Su cara enmarcada por el flequillo y su cabello totalmente liso. Sus senos inmóviles mientras su cuerpo se deconstruía y se reconstruía sobre mí, ahogando en su boca el placer de todo el sentir que en toda su vida no había podido sentir. Ahora estaba solo, en un universo en donde ella no estaba. Ahora sabía que era esto a lo que tanto temía, a enamorarme así a pesar de todo, como siempre se me ha sido tentado a hacer.

Un viento frío se deslizó suave sobre mí, sacudiendo mi sotana con delicadeza. Sentía ese aire revoloteando muy cerca, escuchaba el soplido de su movimiento y mi cabello zarandeándose delataba lo que estaba ocurriendo. Sabía que no estaban por esos alrededores ningún humano puesto que sus colores no eran los mismos que los colores de los fantasmas. Los de estos, casi imperceptibles, brillaban levemente de colores mezclados de sepia, como si fueran de otra época. De repente, todo fue negro. Como el encender de un televisor su cuerpo apareció en la negrura de mi vista. Las paredes fueron tomando forma, la oscuridad se apartaba fuera de mi campo visual como una neblina ligera y me permitía observar los detalles de lo que estaba viendo. Todo se volvía corpóreo como nunca.

—Mazzimo —El susurro era frágil, casi inexistente. Pero era su voz, era una voz aguda, dulce, virginal.

—¿Eres un fantasma, no? — Asintió tiernamente con un movimiento de cabeza. Su cara era perfecta, sus facciones sin un ápice de deterioro. Había algo en ella, un aura invisible, era algo puro y protector que acariciaba mi mente, como quedarse dormido. Por esa razón comprendí que con ella no corría peligro.

—He vivido desde hace mucho tiempo en este lugar. Atrapada para siempre en esta isla.

—Tú puedes... eres quien puede decirme qué es este lugar.

—He sentido tu miedo, por eso estoy acá. Tengo cierta debilidad por eso. Además, Paulette y yo compartimos un nexo del cual no estoy muy orgullosa, pero no puedo negarme al llamado de velar por su tranquilidad e integridad.

—¿Has visto a Paulette?

—Se fue de este lugar, persiguiendo a lo que creyó que sería su oportunidad para descubrir qué es lo que está ocurriendo con ella. Con todos.

—Y decidió dejarme en este lugar.

—Creyó que estarías a salvo aquí. Y no puedo concordar más con ella.

—¿Pero qué lugar es este?

—Este no es un lugar de sueños, no es el mundo de sueños que tanto nombra Paulette. Luego de tanto tiempo moviéndome entre mundos he comprendido que este lugar no es más que el alma de Poveglia. En lugares malditos como este, toda cosa, todo objeto, todo lo que respira y lo que no, tiene un alma a la que se puede acceder. La cosa es que somos pocos los caminantes que podemos a acceder a sitios como este. Y casi nadie puede descubrir los secretos que abundan aquí.

Observaba por una ventana las luces muertas de Venecia, la noche rodeaba la isla como si estuviese alejada en un océano perdido. Ella hacía silencio mientras yo degustaba los pocos detalles que se veían bajo el cielo morado de Poveglia.

—Y los lugares poblados por los humanos, viven y respiran entre este mundo y el de ellos. Mientras más destruyen su mundo, más nutren este. La raza a la que crees pertenecer ha llegado a creer que se encuentran en un punto entre dios y el diablo. De hecho, razas como las de las brujas y los ángeles, han creído a lo largo de su historia que están entre dioses y hombres, pero no se acercan a la realidad. Los humanos son otra cosa aparte, seres con habilidades que sobrepasan su tan querida normalidad son quienes están entre estos dos seres tan poderosos. Dios y Lucifer. Son ellos quienes pueden atravesar a este mundo, incluso pueden llegar a cambiar a ambos.

—¿Qué quiere decir que yo esté aquí, entonces?

—Alguien removió tus alas, Mazzimo. Y aunque no lo entiendas ahora, las necesitarás para cuando Dios diga tu nombre y tengas que combatir en su guerra. Las necesitarás a ellas y a tus ojos.

—Yo no recuerdo nada de eso.

—Pero está en ti, en un sitio escondido de tu mente. Paulette lo pudo saber. No por el hecho de que su propia madre se lo dijera. Sino porque, a través de este lugar, pudo penetrar en tu mente, en donde se dio de bruces con esa protección que alguien te puso al quitarte tus alas.

—¿Sabes quién lo hizo? ¿Lo sabe ella?

—Alguien que sigue vivo todavía. Yo no puedo salir de esta isla, solo me muevo en los mundos que este lugar me ha permitido. Pero he vivido lo suficiente como para haber visto esto varias veces. Y hasta que esa mujer que te quitó tu derecho celestial no muera, la protección seguirá allí.

—Soy un ángel.

—Ella es una bruja.

—Por eso es que Rebeca me quería separar de ella. Porque unirnos haría que su oscuridad y su luz la mataran en una batalla en su interior.

—Te mostraré la verdadera razón.

La Danza de las Hermanas I : Santuario de BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora