Helena

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Raj y la fantasma que ordenó el ataque se apostaron en la entrada de la torre por la cual Leticia había escapado. Dejarla viva no era una opción. No era ni siquiera por lo que sabía, que era bastante y que siempre supo, sino porque una señal de ella haría que todas desaparecieran. Si Leticia se encontraba con Elise, podría lanzar un rápido mensaje a todas. Yo necesitaba el poder que vibraba en Poveglia a través de todas las brujas. Ya sabían lo que pasaría si ellos, los fantasmas, se interponían en mi camino y todavía con eso no se quitaron del portal mientras más me acercaba.

No pensaban que me había quedado con el arma con la que mataban almas las N'ghall, porque cuando lo desenvainé en sus rostros se formó el miedo. Aun así, nunca se quitaron. Sabía que enfrentarlos para luego encontrarlas en la torre sería una pérdida de tiempo con la cual no podía contar. Guardé el arma, desviando mi camino hacia el patio y conjurando en la torre la explosión de una centella que reventara la edificación. El trueno que repicó dentro hizo que se derrumbara, lanzando la campana a metros de distancia y sobre los cuerpos de enemigos y hermanas. Los pilares y paredes del orfanato cedieron ante la falta de unidad con lo demás, comenzando a derrumbarse inevitablemente y siendo empujados por mi poder.

La lucha continuaba, pero tan insípida que nadie se percató de mi existencia. Los Inquisidores se batían a muerte con las hermanas brujas y no las perdían de vista. Se estaba acabando la batalla, pero los hombres mantenían esa rabia devastadora contra nosotras. Solo por un momento pensé en detener todo y preguntarle desde el fondo más profundo de su alma, ver esa respuesta, saber por qué querían nuestra especie muerta. Ya los tiempos de preguntar los había vivido, sufrido y muerto. La época de accionar y defendernos estaba aquí y era la única opción que teníamos. Veía a mis hermanas usando todo el potencial de sus cuerpos, los poderes que todas compartían y las habilidades particulares de cada una. Esperé tener la misma valentía y coraje cuando tomara todos sus poderes.

Un círculo de chispas naranjas danzó a mí alrededor en el suelo, delimitando un sello hecho de líneas que formaron la estrella infernal. El color rojizo a mis pies se hizo más intenso, acrecentando el calor que despedía y finalmente precipitando una marea de fuego que salió de cada línea como la incandescencia del sol. En mis manos unidas pareció el mismo sello, hiriendo la piel. Pero lo que brotó no era sangre, sino mantos de fuego que se formaron en una llamarada feroz que arrasaba con los cuerpos al mismo tiempo que la ola de candela los barría junto con toda vegetación incinerada y toda piedra derretida. A mis espaldas, sentí gente viniendo del octágono. No supe si eran Inquisidores o brujas, pero dirigí la marea hacia ellos también. El orfanato, ya debilitado por el anterior hechizo que mató a Leticia y Elise, cedió ante el fuego también, cayendo tras de mí en tierra y agua como un cuerpo que se queda sin vida de repente. Años de recuerdos atrapados para siempre entre los escombros.

La visión que tuve, una guerra con entes invisibles que nos masacraban sin piedad, se colaba en mis pensamientos con la misma regularidad con la que me impulsaban a proteger el aquelarre con la llamada del Ascenso, con el mismo desespero que me embargaba cuando veía mis estrategias tambalear por todos estos enemigos que me dificultaron el tránsito hacia mi destino. Mis opuestos desembarcaron en Poveglia sin descanso, trataron de juzgarme, de contrariarme, de matar a mi hijo, de traicionarme. Llegué a pensar que mi camino era todo este cúmulo de personas que no veía venir hasta que llegaban, que creía que eran y no eran, que me mentía para no ver la traición a los ojos. A momentos pensaba en que no era eso, en que la visión significaba algo más concreto que eso y al estar a punto de morir por mi Doctore, mi voz y oídos en la isla, pensé que había llegado a ella: una guerra contra entes que no son vida ni muerte. Pero viví para creer que la visión se había materializado en los enemigos de siempre, los que mataron a mi raza sin más que pretensiones y cuya vista invisible representaba la falta de mis poderes para alcanzarlos. Ahora sé que nada de eso tuvo sentido cuando soy yo la que estoy convirtiéndolos a todos en nada, en transparencias que no existen, en la visión que un día vi.

Toda Poveglia sintió el calor que asfixiaba los pulmones y los quemaba por dentro. Las llamas viajaban por los aires como aves incineradas que dejaban una estela de humo al paso e interceptaban todo cuerpo que no hubiese sentido el fuego. Esferas incandescentes salían despedidas del sello en mis pies y caían en las victimas. Las lanchas que desarmaron el muelle y emprendieron el camino en el agua fueron interceptadas por las llamas que caían como estrellas fugaces moribundas. El poder del fuego era tan cercano a mí, una onda explosiva, una bomba nuclear que arrasaba a su paso. Todo olor a carne chamuscada, todo grito ahogado por llamas y dolor palidecía ante mi grandísimo deseo de poder. Poveglia y todo lo que representaba, enemigos y lealtades, cayó ante mí.

La Danza de las Hermanas I : Santuario de BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora