Paulette

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Aun permaneciendo escondida en el otro lado de la isla, el Ascenso logró alcanzarme hasta donde estaba. Sabía que por mucho que tuviera un arma consagrada para matar brujas y me destacara con ella no podría hacerle frente a aquellas mujeres cuyos poderes jugaron a las muñecas con el ejército de los fantasmas, incluso tenían la potestad de desaparecerlos. Tenía que esconderme hasta saber cómo acercarme a Helena, pero ni siquiera Rebeca aparecía; estaba sola, junto a Mazzimo que no tenía mayor habilidad que sentir demasiado y ver colores. Estábamos esperando a que Lana y Raj se presentaran ante nosotros y cuando por fin se acercaron a la torre de la campana que reinaba en la oscuridad, los poderes que Helena buscó desesperadamente me consiguieron de la misma manera.

La campana se volvió arena disipada por un vendaval que no sentimos. Mi cuerpo fue tomado por una luz cálida y su espectro se colaba por mi organismo, como nutriendo las células de oxígeno maligno. Lana y Raj veían sin poder hacer nada, Mazzimo tocándome sin conseguir una reacción como la que siempre existe en nuestro tacto.

—¡Pau! ¡Paulette, responde!

Era electricidad recorriéndome, animales pisoteando mis órganos, fuego ardiendo a lo largo de mi piel, un temblor que me estremecía, un viento que me mantenía flotando cual si fuera una posesión diabólica indiferente de los límites de mi cuerpo. Me veía bailando cercana al octágono donde Helena y Rose contemplaban al Diablo. Estaba junto a Scarlet, quien danzaba con los cuerpos de Seb y sus colegas flotando como yo en torno a ella.

—¡Pau!

La voz de Lorena era lo que escuchaba. Ya no estábamos en la torre, ni tampoco en el otro lado. Ahora era mi cuarto lo que nos resguardaba. La voz de Lorena repiqueteaba a cada momento en mi oído. Pero no podía ignorar lo que me había pasado. Mazzimo no soltaba mi mano, él escuchaba también a Lorena y en su silencio se preguntaba lo mismo que yo. El Ascenso me había alcanzado, había estimulado la parte demoníaca heredada de Rebeca y ahora, a falta de influencia en mi lado angelical, mi oscuridad iría tomando más espacio en mí ¿Cómo lograría vivir en este estado? ¿Cómo arremeter junto a los Inquisidores cuando en mí corría la sangre del pueblo enemigo?

—Somos la parte de nosotros que decidimos alimentar.

Fue lo único que pude responderle a Mazzimo antes de contestar la llamada de Lorena.

En el orfanato no había ninguna bruja y al acercarme a una de las ventanas confirmé que una gran cantidad de mujeres, civiles y monjas, se aglomeraban en lo alto del cerro en la última porción de la isla. Había en el aire del orfanato la presencia de muchas personas, pero el silencio que navegaba el ambiente era de sepultura. Entendí lo que era más obvio y lo que menos me esperé: el salón en donde comí por tantos años entre amigos y gente querida, ahora estaba lleno de personas sin vida, explayadas por todos lados, bañadas en sangre y dispuestas en posiciones incómodas que solo los muertos soportan. Esto era lo que dejaba el maldito ritual de Helena. Llegué a pensar que no era toda la parafernalia exigida lo que lograba consumar el éxito del ritual, sino la cantidad descomunal de sacrificios humanos que los espíritus reclamaban como pago. Recordé lo que vi al ser tomada por los poderes del hechizo; en algún lugar estaba Scarlet y quizás lo que vi era la muerte de ella, de Seb, de todos. Mi mente no quería creer la obvia conexión entre ella y yo, así que me obligó a disipar ese pensamiento y a continuar con la misión que Lorena me puso.

Bajé al patio con la seguridad de que nadie se encontraba en los alrededores del edificio, solo los muertos postrados en cualquier lugar y sin razón aparente. Quedé en la encrucijada entre el patio y el octágono. La fuente estaba atravesada en la visión, pero adivinaba que más allá, donde se veían ese montón de cabezas, estaban las brujas observando la batalla que trataban de separar de la isla. Un muro de cristal se erigía a lo lejos y tras de él un fuego brillaba y se estrellaba en su contra, prorrumpiendo un eco que calaba en las estructuras del orfanato como si martillaran sus propias paredes; caminar en la oscuridad de los pasillos con ese sonido apocalíptico recorriendo el suelo era aterrador. Al otro lado, acuartelada con sus poderes recién estrenados, Helena defendía a Poveglia del fuego que llovía en gigantes bolas de fuego. Con sus poderes, lograba destruir lo que parecían misiles en el mismo aire, desaparecerlos en agujeros negros que jugaban con la física y hasta absorbía el fuego para usarlo como defensa propia. No dejaba de pensar por qué lo hacían, qué era lo que tanto querían proteger al mantener la batalla lejos de las costas.

La Danza de las Hermanas I : Santuario de BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora