Un sonido de agua removida, una mano sobre mí que me tomó por la vida y disipó el humo que me nublaba la vista. La mano tenía un color moreno de avellana y el resto del cuerpo estaba vestido por telas etéreas que cubrían todo el cuerpo, exceptuando manos y rostro, en un turquesa pálido. Seguido de esa mano sobre mí, la vida me volvió al cuerpo y la herida perdió el dolor que me debilitaba. El rostro característico surcado por facciones dragónicas y el peinado abombado para esconder el pago por sus atributos me hablaron de quienes eran. Me levanté con fuerza, observando que los cuerpos asesinos y despiadados se mantenían quietos, detenidos en el tiempo por una energía maligna que nosotros no teníamos. Protegiendo a Leticia y a Gia, cuatro mujeres vestidas escasamente con harapos, pieles y hueso; eran las brujas de N'ghal. Deteniendo con su fuerza desconocida a los cadáveres reanimados por los fantasmas; eran las Inferi.
La mujer que se encontraba sobre mí tenía su otra mano en una señal de detención para los muertos. La mano que me revivió se dispuso a barrer con sus poderes a los cuerpos revividos, separándolos de las almas que los poseían con un batir desdeñoso de sus dedos. Mi Doctore estaba al frente de ellos, viéndome con el mismo pesar con el que casi me mató.
—No voy a dejar de intentar acabar con este ultraje al sitio que nos ha mantenido aquí— sus lágrimas eran invisibles, pero su voz vieja y honda expresaba la rabia, el sufrimiento, de toda la isla— No voy a dejar de intentar quitarle a Helena el Ascenso, porque nosotros también sufrimos y sufriremos las consecuencias de no proteger a Poveglia. Ninguno de ustedes sabe lo que es vivir en un laberinto sin salida.
—Si no se detiene, las N'ghal pueden acabar con su existencia distinta.
—No voy a detenerme. Nunca lo hice, Helena. Nunca lo hice.
Mi Doctore empezó a correr hacia mi, pero la bruja de los bosques fue más rápida y alcanzó a acertar una puñalada idéntica a la que él me dio. Ese puñal estaba hecho de un material distinto a cualquier otro. No era de piedra, ni de cristal, sino más bien una aleación de ambos. Apenas lo tocó, la transparencia fantasmal que él era se volvió de piedra resquebrajada. Su vista de gran pesadumbre quedó inmortalizada por un momento. Al sacar el cuchillo de su cuerpo, se desplomó hecho de tierra seca y polvorienta, dejando solo la lumbre que fue esa extraña arma.
—Seré yo la siguiente, porque no me pienso detener tampoco
Lana se resistía también. No podía creer que no se diera cuenta, de que no supiera la verdad. La rabia se apoderó de mí y no pude evitar correr hacia ella con el arma de la bruja del bosque.
—¡No sabes nada, perra insensata!
Volteé para confirmar lo que pensé haber alucinado. Todavía podía ver a través de ese pasillo el octágono y seguía creciendo esa masa negra, no lo había imaginado. Entonces él ya debía estar aquí.
El tiempo en el que ocurrió fue un momento de carácter sináptico; pasó entre momentos que a duras penas se puede considerar que ocurrieron por la inmediatez con la que lo hicieron. Me había tomado cinco minutos antes de dar un empujón para comenzar el ritual. Mi hermana estaba aun fresca, esperando a que yo bajara de mis aposentos para dar las palabras que abrazarían a todos en la gran mentira de una fiesta a nombre de Sarah. Observaba el corto universo de Poveglia y la infinidad de tiempo y terrores que habían vivido acá incluso antes de mí y de las brujas. Me estresó el sonido que llamaba a mi puerta; este era mi tiempo antes de la tormenta que sabía que iba a ser bastante azarosa. De todos los que podían venir, Raj era el que menos me esperaba.
—Hermana Helena...quiero pedirle un momento para hablar— era altamente inusual tener a Raj por aquí. Había estado bastante alejado de todos, siempre lamentando a Paulette y culpando la vida que llevaba aquí de ser un impedimento para retenerla en los brazos que solo buscaban el amor que su obsesión le demandaba.
Raj se acercó tímidamente desde las aguas en donde había muerto. Su cuerpo estuvo empapado en todo el camino hacia Lana, quien lo veía con el dolor del que sabe lo que no quería saber, lo que no quería que pasara. En cambio Raj mantenía un esbozo que se transcribía a una sonrisa de derrota.
—Helena— dijo al tomar asiento frente a mi—, para empezar el ritual necesitas que alguien de tus afectos muera. Sé bien que no he sido una parte importante en esta colmena, que vengo de una traición y que he ido hasta en contra de tu voluntad...quizás no tengo la moral para venir hasta ti y pedir una posición que no me toca, pero no tengo otro deseo que me haga querer continuar en esta vida.
—¿Quieres ser el sacrificio para empezar el ritual?— lo supe desde antes de que entrara aquí. Aunque tenga el corazón hecho de piedra, la maternidad es la debilidad que me afecta. Al no tener a mi hijo, Raj fue lo más cercano a eso, dentro de la enorme distancia que puse siempre. Era un niño sin madre, preso en su propio mundo y en las condiciones de su nacimiento. Era igual que Esteban, perdido en el mundo sin una madre y deambulando sin conocer la verdad.
—Sé que no soy tu afecto más cercano, que quizás el principio del sacrificio lo prohíba. No sonará lo más humilde, pero en esta isla, aunque llena de una energía mala, he podido sentir el amor que habita en todos. En unos es poco, en otros hasta demasiado. Pero lo siento y lo mejor es que lo siento hacia mí. Eso sí me enorgullece más allá de mi humildad; soy querido. En mi mundo soy muy querido. Pero estoy enamorado del amor, de lo que nunca puedo alcanzar, de una carencia que solo yo entiendo y que solo yo sé cómo podré salir.
—¿Morir es la solución?— su propuesta era sin duda irrecusable, pero no podía dejar de ver reflejado el dolor de Esteban, de Ismael, en Raj.
—La solución es quien me espera al otro lado. — dijo en una sonrisa enchumbada de lágrimas.
Raj deslizó su mano sobre mi brazo pero no llegué a sentir más que un hálito escalofriante, una de esas sensaciones desagradables pero que logran influir una respuesta sensorial. Cuando fue a tocarla, Lana lo sintió por primera vez luego de haberlo visto crecer toda su vida junto a su amor.
—Esta lucha no debió ser...Raj se sacrificó por ti.
—Lana estuvo desde siempre en estas tierras. Estuvo conmigo desde pequeño, me vio crecer, me vio sufrir por amor, me vio enamorarme de ella. Lana era el amor, Lana era lo que siempre estuvo ahí y que nunca pude alcanzar. Lana me guió y me salvó y me permitió vivir vidas que nunca viviría con ella. Lana es el amor que no juzga, el amor que nunca duele, el amor que solo quiere.
—¿No es injusto que te vayas hacia ella ahora que no te queda nadie acá?
—Lana siempre estuvo. Con gente o sin gente, Lana siempre fue el pilar. Nunca debí haber querido ser de nadie más que ella. Mi destino es estar con el amor que nunca pude tener. Ella es con quien debo estar.
Lana no podía soltar la mano que ahora sí podía sentir. Sus naturalezas estaban en el mismo universo, en la misma frecuencia. Sus ojos no se podían soltar.
—Esta inútil guerra pudieron haberla detenido. Poveglia nunca terminará este círculo mortal en el que se encuentra. En vez de eso, yo haré que este trozo de tierra maldito se expanda hasta que el mundo sea de nosotros, de los que no somos normales. Solo necesito que ustedes no interfieran, que no se opongan a mí. Una vez les ofrecí desaparecer de la faz de la tierra a quienes estuvieran sufriendo las ataduras de un sitio maldito como lo es esta isla. La propuesta se vuelve a abrir; estas brujas pueden desaparecer a quienes no deseen pertenecer al mundo que voy a abrir.
Raj estaba a punto de irse, pero se detuvo en el umbral de la puerta.
—Helena...— yo observaba de nuevo la infinidad de Poveglia— ¿A quien pensabas sacrificar en vez de a mi?
Después de tanto que había luchado por llevar el Ascenso a su consumación...Estaba sola, no quería a nadie y nadie me quería a mi.
De repente una explosión en el octágono me hizo espabilar. Allí estaba. Mis ojos se ennegrecieron.
—Hermanas...todas al octágono. Hay que danzarle.
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La Danza de las Hermanas I : Santuario de Brujas
FantasiaDesde que fue fundada en tiempos donde la tierra era de quien la reclamara, la isla de Poveglia siempre albergó en su superficie terrores inimaginables. Sin embargo, ni siquiera los habitantes que quedaron atados en ella en un espiral mortal se imag...