Paulette

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Aparecí en el laberinto y lo primero que me encontré fue con una de ellas blandiendo un arma contra mí. Leticia era muy rápida, pero igual logré tomar un poco de distancia para dispararle aun sabiendo que si no le daba su cuchilla me alcanzaría. Efectivamente, fallé; la flecha fue certera, la atravesó pero sin hacerle ningún daño. Ya la tenía encima, el cuchillo bailando en su mano y encontrándose con mi abdomen. Ella entera me atravesó y la vi perdiéndose, corriendo por los corredores del laberinto. Eramos ambas fantasmas.

No, estábamos en diferentes realidades. La presencia de Lana y Mazzimo me hizo entender que yo seguía en la otra cara de Poveglia. De igual manera las seguía viendo y estaban como locas, atacando algo que no estaba pero que seguramente veían. Él controlaba sus mentes. Todavía podía verlo de piernas cruzadas, meditando, despidiendo un aura. No pude evitar mi rabia y empecé a dispararle con las flechas que me producía instantáneamente mi armamento de la Orden. Podía hacerme puntas que explotaran, que produjeran una descarga eléctrica e incluso que de ellas pudiera disparar una bala. Pero nada le llegaba, algo, un escudo impalpable, las paraba o las desviaba.

La diferencia era que ahora él se encontraba sobre una caja de cristal negra de la cual se desprendían colores atrapados allí. Recostada a su lado, la hija de Lorena parecía debatirse con un fuerte dolor. Las palabras de mi mamá me llegaron a la mente ahora que ya no estaba conmigo.

—Escúchame, Scarlet.

Acerqué mi voz a una sombra cercana a ella, para poder hablarle sin que Ismael me escuchara. Le llegué a disparar una flecha normal y otra que producía una curva dirigida para ver si podía llegar a él, pero era inútil. Las flechas que le lanzaban para detenerlo se encontraban de inmediato con las evanescencias que se disparaban de sus manos, disipando los ataques con facilidad.

—Soy una tutelada de tu mamá. Mi misión es salvar a Lorena y a ti. Pero él es muy fuerte. Necesito que lo distraigas, que hagas lo posible para que se ocupe en todo menos en mis ataques.

Ella atendió a mis palabras con rapidez; era evidente que ella se encontraba en la realidad en la cual los sumió a ellos también. Por ese momento, nuestras mentes colisionaron y nuestras miradas eran las mismas.

—Les estás haciendo daño, papá.— Scarlet dejaba deslizar su voz que pedía compasión. Volví a disparar con todas las funciones que podía usar para lograr darle—. Se van a matar si continúan así. Las vas a matar. — derribó tres saetas dirigidas con un estruendo endemoniado

—¡NIÑA!— dijo, dirigiéndose a Scarlet, al disipar con rabia mis intentos— ¡Uno de ellos va a morir lo quieras o no! Este es el último juego para que yo pueda dejar libre a tu papito. El último recorrido del laberinto en el que él y yo nos perseguimos todo este tiempo. Solo necesito a uno de ellos, el que esté más cegado por su culpa, ese será la última pieza que necesito para terminar de construirme el cuerpo al que daré vida con mi alma.

Sus manos no vacilaban al levantarse y detener mis intentos con esos humos poderosos que al contacto sonaba como dos piedras prendiendo un fuego.

—Todo esto fue hermoso ¿No crees? Una respuesta poética para una realidad de mierda. Tantas personas bajo una misma tragedia; una entramada historia de horrores como este mismo laberinto hecho de arbustos, hecho de vidas pasadas, hecho de la putrefacta culpa que a todos nos conecta— Sus manos dirigían sin batuta a una orquesta que pretendía desarmarme. Por un momento me pareció que lloraba su sufrimiento— ¿Es acaso mi culpa, mi maldita culpa, querer existir, querer algo que se me fue negado desde que empecé en esta vida?— La rabia volvió y destruyó de nuevo con fuerza todo lo que se le avecinaba, como para desprenderse de un sacudón la vulnerabilidad.

Las brujas están por siempre condenadas a vivir entre las convicciones de su religión, las obsesiones que les moldean la vida y sus habilidades. Dentro de todo esto hay una sola cosa que es inamovible: su habilidad innata. Esto es algo que no depende de sus poderes demoníacos, es algo que viene en sus genes, en sus cuerpos. El de Ismael, supe con sus palabras, no era exactamente el control del tiempo como había comentado en su historia de peregrinación, sino su potestad de poder tergiversar la realidad, las mentes, los sentimientos. Siendo dueño de ese mundo que él construyo, era evidente que nunca pudiera hacerle frente.

Las palabras de Rebeca siempre me acompañarán. A mí también me invade la culpa de no haberla aprovechado, de no haber vivido el verdadero vínculo que nos une, de no haberlo aceptado de una buena vez, de darla por sentado. Ahora mi mamá se había ido, no sin antes dejarme lo más preciado que tenía después de mí: su mundo de sombras. De repente sentí que la gran mano de Mazzimo se entrelazaba con la mía. Su mirada me decía que podía, que estaríamos juntos, que no salvaríamos todos. Lana estaba allí recordándome la ternura de Raj, el esfuerzo que hacía por ambas, lo incansable del amor.

Tomé una última flecha, teniendo en mente los sueños por donde caminaba, imaginando que estando en esta otra cara de Poveglia aparecerían en la verdadera. Disparé con todas mis fuerzas, aferrada a mi esperanza y la flecha se fue con una velocidad de rayo. Él la vio venir, la vio repartir su constitución en un mecanismo imposible de tres saetas que se movían con vida propia, pero lo atravesaron como balas fantasmales. En realidad iban dirigidas a las sombras de donde saldrían para impactarlo. Y, en efecto, se clavaron repentinamente en su pecho, convergiendo en ángulos imposibles. Su cuerpo se desplomó en la caja negra que se reventó bajo el peso ínfimo de su muerte, despidiendo esquirlas a todos lados y escarcha como hollín negro, desparramando los cadáveres que habitaban en ella. El laberinto se deshizo hacia el cielo con la forma propia de las evanescencias que disparaba Ismael. Como quien descubre algo tapado con un velo, los pasillos se hicieron nada y estábamos ahí, en el centro del laberinto, descubriendo a quien había matado Elise.

La Danza de las Hermanas I : Santuario de BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora