Georgina

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En el internado tuve una duda que me persiguió. Fue la única duda que no me permití responder. Para mi desgracia, podía observar cosas que las personas normales no podían. Gente que estaba y no estaba allí. Había un hombre que me aterrorizaba, que siempre estaba junto a Lorena y Esteban. A donde ellos iban estaba el hombre observándolos, incluso cuando se escondían para besarse – mientras yo los observaba escondida – el hombre se me presentó.

—Trata de destruir lo que ellos tienen y te asesino, brujita. — Pero yo no podía aceptar lo que él me dijo. Suprimí mi deseo de tratar de demostrarle a Lorena que la amaba, a pesar de Esteban y el amor tan grande que se tenían. Suprimí el recuerdo de ese día en el que descubrí lo que era. Medité un buen tiempo sobre las probabilidades de despertar un mal mayor, de que la maldición de ver a los antiguos residentes se hiciera cada vez más fuerte, de que mutara en algo peor.

Hasta que Aiden rescató de la oscuridad lo que tanto había querido esconder por miedo. Su forma de decir las cosas se basaba en silencio, misterio e interpretación, siempre dejando todo en un limbo de sensualidad muda en donde hablar sobraba cuando los cuerpos ya tenían bastante conociéndose. Yo solo pensaba en seguir esa tranquilidad inmutable, quería perseguir hasta el final de mis días esa chispa silente que me encendía los fuegos internos. Los tres habíamos conseguido con nuestras vidas lo que se encuentra con tan solo haber seguido nuestros corazones. Éramos libres.

Martin pertenecía a la antigua Orden de Inquisidores: cazadores de brujas. Yo quise darle un sentido a mi vida y acepté seguirlo a él, al igual que Aiden. Fuimos felices en la vida en la que hacíamos lo que nos daba la gana, obtuvimos placer en el refugio de un amor sin límites y en la seguridad que le estábamos haciendo un favor al mundo. Descubrí allí que esas historias de amores divididos no existían, que era mentira eso de amar a dos por igual y que uno termina eligiendo el más parecido a su propia naturaleza. La paciencia de Aiden en cuanto a compartirnos se agotó, como también tolerar el seguirnos a nosotros en diezmar a su propia especie. Cuando quiso escapar de Martin lo dijo en su silencio. Yo, libre de los miedos de mí infancia, decidí seguir lo que mi corazón demandaba: libertad pura.

Llegamos con unas copas de vino encima, después de conversar cómo haríamos con Martin. Nos esperó en el sillón, con el bastón plateado en su regazo. Aiden manejaba muy bien sus habilidades, pudiendo acabar fácilmente con él. Pero mi corazón demandaba libertad y con él no podría obtenerla. Con mi bastón le disparé en la cien, Martin observando desde donde estaba. Le encantaba esa letalidad en las mujeres, pero me tenía que matar. Hice uso de mis encantos y de palabras envenenadas, de promesas incumplibles y de imposibles que le sonaban suculentos. En la cama se desenrolló como una serpiente, quería que disfrutáramos del sexo como lo hubiésemos hecho los tres, demandando que le hiciera, a mi manera, lo que Aiden le hacía a él y a mí. Finalmente me monté sobre él para cabalgar penetrada por su miembro, Martin estaba atado a la cama. Llegando a las puertas del orgasmo, sin aire en los pulmones, el tiempo corriendo lento, mis uñas clavadas en él, el fuego se hizo en su cuerpo. Su cuerpo crepitaba como la madera, yo todavía serpenteando sobre su sexo con el sonido de sus gritos de dolor ahogando mis gemidos.

Con Aiden y Martin descubrí que la naturaleza de las personas puede doblarse, tanto a la fuerza como por conveniencia, pero esta siempre encontrará la manera de devolver a su causa los ríos que se han perdido. Convencida de seguir la libertad de mi corazón, volví a querer enamorarme de una mujer, de la única mujer a la que he deseado. Mi Lorena.

La Danza de las Hermanas I : Santuario de BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora