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En mi regreso al pueblo de Olivia, las imágenes del edificio incinerado se repetían en un ciclo desesperante. Veía el cuerpo de Esteban observando desde abajo el caos de gente muriéndose y otros intentando salvar vidas e inmuebles. El propio Esteban había salido del escondite, pero todavía no se atrevía a quitarme el control. Mi hermano se había dado cuenta de lo terrible que eran los poderes que habitaban en nuestro cuerpo y cómo había logrado manejarlos a mi antojo. Esteban había presenciado desde los escondites de la consciencia la alianza entre el anciano, quien era el mismísimo demonio, y yo.

El poblado de los gitanos estaba presenciando un silencio que no reconocía. Los escandalosos bailes que solían hacer a esa hora ya no estaban ni tampoco los olores a comida con demasiado azafrán, no se estaban haciendo aquellas palanganas de habichuelas y garbanzos y otros granos que desconocía. Todos se habían esfumado, pensaba, hasta que vi que uno caminaba con rapidez hacia la gran carpa de Melala. El susto de volver a estar solos en el mundo nos había conectado a ambos en ese pequeño desespero. Nos desahogamos pensando que la fiesta era en la gran carpa...pero no fuimos capaces de deducir que si no había música no había fiesta. Y entramos sin reparo alguno.

Olivia me estaba esperando al fondo de la carpa llevando un vestido de satén tan blanco como una luz de estrella. Tenía flores salvajes en su mano y una corona hecha de perlas perfectas, atadas con enredaderas del bosque. Era una princesa de la naturaleza y sus ojos de piedra preciosa la hacían merecedora inigualable del título. Todo lo que había pasado con el viejo David palideció con la imagen de Olivia esperando ahí en el altar a que yo me acercara para que pudiéramos casarnos. Que hubiesen hecho eso justo después de lo que me había pasado era la confirmación clara de que estaban al tanto de aquello, de que lo habían orquestado y que los resultados fueron los correctos. Estaba perteneciendo a algo, por fin... a alguien.

Melala estaba de frente a mí y las paredes hechas de gitanos curiosos viéndome caminar como si yo fuera la novia me hacían sentir como si estuviese en el laberinto que tanto me mató. Pero iba a casarme con ella, lo que tanto deseábamos se estaba cumpliendo. Y a pesar de que pasaban muchas incoherencias en ese momento, no podía dilucidar entre la emoción de conseguir mis poderes y a la chica. El cúmulo emocional de conocer al propio diablo, de salvar a muchos hermanos y de probar mis poderes matando a nuestros enemigos para luego confirmar que todo esto era por mí y terminar casándome con quien me ha hecho sentir lo que siempre he querido sentir, que alguien me reconoce en el mundo...lo era todo, era todo lo que podía ver, todo lo que me importaba.

Estaba tan hermosa ahora que nos observábamos frente a frente. Me sonreía con fuerza, con tanto entusiasmo que parecía que me estaba viendo en un espejo. Melala decía unas palabras sobre la protección de la raza gitana en este mundo, bellas palabras que hubiesen florecido en mí si mi mirada no estuviese clavada en Olivia. A veces cuando sonreía, antes de esto, parecía que lo hacía de manera forzada. No me dí cuenta del silencio de muerte que había, de las espeluznantes palabras de Melala a un público que solo esperaba una cosa, ni mucho menos de la sonrisa de títere que se pintaba en la cara de Olivia. Ella nunca sonreía así y cuando pude dilucidar que detrás de esa sonrisa se escondía un horror hecho cuerpo...

Tras de ella el cuerpo de Rebeca apareció de las sombras. Estaba cayendo en cuenta de la sonrisa extrema y grotezca, como de muñeca diabólica, de Olivia cuando observé que al lado de la mujer en el rincón una bara negra y filosa se iba formando de la oscuridad, como humo compactándose en el aire en una línea recta y gruesa. La mano de Rebeca la tocó y esta se fue de frente hacia nosotros. Solo tuve los reflejos para tratar de poner mis manos amanera de barrera, pero lo único que logré fue rodear la vara negra con mis manos y sentir el dolor que acompañaba a Rebeca por la vida, pude ver a una niña que la abrazaba y compartía con ella, veía a quien determiné que era su hija en un tiempo y un espacio que no era este, veía palacios de cristal, palacios hechos de pura oscuridad, una mano sosteniendo ruinas antes de permitirle la muerte a un moribundo.

Las flores en su mano estallaron en un centenar de pétalos que nos cubrieron el dolor en nuestro rostro. La corona se desplomó al contacto con el suelo, las perlas rodando frente a todos ellos, que no hacían más que observarnos morir. Su vestido blanco empezó a mancharse de rojo por el pecho del que brotaba la sangre tras la el puñal negro que se clavó también en mi. Aun así, la sonrisa sádica y grotesca se mantuvo frente a mí, dejando escapar la sangre entre los dientes, bajando por sus labios, manchando más el vestido. A medida que pasaban los segundos, su sonrisa se iba soltando, se iba muriendo.

Pero aquella vara no era de hierro común. En mis manos palpaba cómo la vida se iba deslizando de mí, atravesándola, hasta llegar a Olivia. La sensación de irme durmiendo no era eso, así como ella tampoco se estaba muriendo. Mi vida era la que la estaba reviviendo...yo era el que estaba muriendo. A mi alrededor ya no estaba la boda; Melala rezaba con sus rodillas en el suelo y bajo el altar las tres brujas casi muertas rezaban una oración que caminaba al revés, pero entraba como un mantra en mi oído...porque estaba hecho para escuchar los hechizos como si fueran música. Rebeca ya no estaba por allí, pero la vara que invocó de su mundo de sombras era el conductor, la clave, del ritual que me estaba quitando la vida para dársela a Olivia.

Allí me resigné a la muerte. Supe que había vivido toda una vida para llegar a este momento en donde, luego de reconocerme como un ser que sí existía, luego de descubrir quién era en realidad, moriría por amor como todos los grandes héroes. Iba a morir para que el único amor de mi discutible vida pudiera vivir. Y, por unos escasos segundos, estuve contento de eso. Nos elevamos atravesados por la larga estaca y su cara dormida me dio una ternura que nunca conocí. Estaba feliz de morir por Olivia, me estaba dejando ir, cerrando los ojos a la vida...

La Danza de las Hermanas I : Santuario de BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora