El Tesoro del Alquimista

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Se habla de la existencia de un alquimista que protege nuestro reino, más allá de la frontera. Pocos fueron quienes osaron el verlo en su vieja cabaña, recibiéndoles con su viejo sillón descocido y el tocadiscos que sólo «dark cabaret» toca.

La vieja puerta chilla al moverse. Ante la nula respuesta entré sin más, y ¿qué he de decir más que aquel lugar en verdad existe? La luz se filtra entre los recovecos de la madera mal alineada, pues de la ventana poco y nada ingresa. En la única sala hay repisas repletas de suciedad y artículos cuya procedencia desconozco, una precaria mesa con dos vasos, una marioneta recostada en el mítico sillón y más no cuentes.

Cruje el suelo en señal de mi lento caminar, el constante miedo de que todo se derrumbe no es ficticio. ¿Es posible que persona alguna viva en tal vulgar lugar? Y ante tal razonable cuestión, el tocadiscos el cual no había visto se enciende. Por desconocida razón, miré al techo y vi sombras bailar de un lado a otro.

—¿Cuán modesto he de ser si no diera grato recibimiento a mis visitas?

Bajo rápido la vista ante la voz, no solo la marioneta fue cambiada por un hombre que lleva un extraño sombrero de copa alta con un moño en un lado, sino que la habitación entera se ha tornado en un disparatado salón de gran gusto. De su apariencia más que «normal» no parece, sin contar el extravagante sombrero que por completo su rostro cubre.

—¿Tú eres el mago del cual todos hablan, de generación en generación? —Di paso decidido al frente mientras llevo mi mano enguantada a la cintura.

—¿Me has traído una ofrenda? No deberías, mi trabajo no es de aquel el cual deba ser recompensado.

—Pues si crees así, ya sé que sabio no eres. —Desenfundé mi larga espada y la apunté a él—. Dime, «sabio», ¿dónde ocultas el tesoro el cual mayor valor tiene?

—Entonces, ¿también has venido a conocerlo? Pensar que al alcance de todos está, y aun así los ciegos no lo ven.

—¿Por cuál otra cosa estaría aquí?

El alquimista junta sus manos en un fuerte aplauso. Entonces la casa al completo se agita, y tal pesadilla las paredes y el techo son tragados por fuerte viento que la tierra hace temblar. Clavo con velocidad la espada al suelo y rezo por el no ser arrastrado. Todo, excepto él y yo, vuela al interior del viento huracanado.

—¡¿Qué diablos es esto, pensé que mostrarías el mayor de los tesoros?!

—Oh, pero eso es lo que hago. —Él se levanta del sillón por vez primera y se acerca con rostro ensombrecido. Levantarme no puedo, por ello con tanta confianza él se detiene frente a mí y revela lo que supone ser su rostro... cuando claro está que carece de él. No hay piel, ojos, pelo u cualquier signo vivo.

Y dijo, susurrante: —Dime, ¿cuál tesoro es mayor que la belleza de la muerte?

Cuentos del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora