La Ilustración

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Cuando intenté bajar por vez primera al sótano de la nueva casa de mi hermano, él me detuvo con pronto apresuramiento. Diversas escusas me dio, tales que ahora no recuerdo. Pues era un hecho menor y tampoco contemplaba un deseo mayor a mera curiosidad en el saber qué había allá abajo.

Todas las veces que llegaba de visita él se encontraba en el sótano, llegando a en ocasiones jamás salir durante mi estancia. Le pregunté a Martha, su esposa, «¿qué es lo que hace ahí debajo?». A lo que ella respondió que no tenía ninguna idea, pero antes de salir al trabajo y tras llegar tarde en la noche siempre se internaba en aquel lugar.

El día en que muy preocupada Martha me llamó para dar aviso de que mi hermano renunció al trabajo, corrí de inmediato a su casa con una horripilante sensación. Azoté con toda mi fuerza la puerta que dirige al sótano declarando que saliera de inmediato, mas no hubo respuesta de su parte. Y entonces la puerta se abrió.

Una densa y pesada oscuridad se hallaba al otro lado. Quise revisar detrás de la puerta, por si él se escondía detrás, sin embargo antes me topé con la baranda de madera. Enseguida Martha me alcanzó una linterna que a toda prisa fue a buscar. Los crujidos tras nuestros pasos al bajar la escalera hacían eco en todo el sótano. Paseé de un lado a otro el haz de luz de la linterna y por ningún lado parecía estar mi hermano. No era un lugar grande, ni tampoco contenía gran número de cosas.

Al bajar por completo notamos extravagantes grafías en las húmedas y ásperas paredes. Palabras ilegibles de un idioma desconocido e ilustraciones aún más inquietantes. Entre más movía mi mirada entre ellos los trazos se tornaban violentos, desalineados, inconsistentes y aberrantes. Desesperación podía verse en aquel que con su mano les dio vida.

Un reptante sonido empezó a emanar desde las paredes, justo detrás de la grabada figura de una sombra humanoide. Le pregunté a Martha si sabía de algo como esto antes de que se mudaran, mas no hubo respuesta. Me volteé a verla lleno de preocupación y ella estaba en posición fetal llorando y murmurando pedidos de perdón en un rincón.

Corrí a ella y la sacudí para hacerla entrar en razón. Lo que vi heló mis sentidos. Negra sangre desbordaba desde sus ojos, deformados al punto en que semejaban a retorcidos apéndices con vida propia que devoran como pirañas al resto de su rostro. Me alejé por el impacto, retuve los ácidos estomacales que por mi boca estaban deseosos de ser liberados.

Tras de mí los sonidos se intensificaron. Me giré de nuevo a la ilustración, ahora sin presencia de lo que antes le daba forma humana. Los largos apéndices retorciéndose sobre sí mismos salieron del grafito de la pared e incontables ojos nacieron de todas sus protuberancias. Sin escape, soy envuelto en la más desesperante locura al escuchar su reconocible voz.

Cuentos del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora