El Despertar

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Era un suceso único, siempre lo creí falso cuando lo proclamaban los noticiarios. Del cielo obscurecido de nubes arremolinadas brotaban estruendos, golpes, bramidos desconocidos que uno deduciría salidos de lo profundo. Los brumosos ventanales de los departamentos se sacudían inquietos, a punto de estallar en búsqueda de un escape, y los árboles, esos pobres desgraciados que no podían contar con la misma suerte, en vano manoteaban con sus ramas de un lado a otro.

Agité la mirada en búsqueda de algún transeúnte, en esperanza de que aún era dueño de mi cordura. Pero qué equivocado estaba. Una feliz pareja tomada de la mano, una madre que lleva a su beba en un adornado carrito, unos hombres que descargan insumos y un perro, el único cuyo actuar podía responder a lo que mis sentidos percibían. Lo observé extrañado, sus mudos ladridos y agitado movimiento me conducía al pensamiento intranquilo. La dueña, incapaz de controlar a la criatura, grita en silencio. Fue entonces que comprendí lo que sucedía.

Sentí la humedad de lágrimas rozar mis mejillas. Las tantee con mis dedos, quedando manchados de un oscuro y profundo rojo. Debía estar asustado, gritar, clamar por ayuda o algo. Sin embargo, estaba inesperadamente tranquilo. De mis manos la piel comenzó a caerse tal cera, derretida por la existencia misma. Nadie se detuvo a ofrecer el cuento de la ayuda, todos huyeron despavoridos.

Con un fuerte estruendo uno de los altos edificios se desplomó, liberando el llanto e histeria que rayaron la barrera de la mudez sin inmutarla. Y de entre la bruma de polvo se alzó una figura que medía millares, borrando la luna del firmamento. Apéndices brotaron de todo lado imaginable y se extendieron hasta que fueron indivisibles del horizonte. Percibí su agobiante mirar, forjado con el fuego del averno sin fondo. Entendí lo que aquel ser me dictaminó, una voluntad que superaba cualquier intento de posible comprensión en términos comunes.

Quizás pasaron minutos, horas, días o años hasta que me di cuenta que me había convertido en un mero pasajero adormecido en mi cuerpo. Era imposible saberlo, hace mucho había dejado de sentir cosa alguna.

Cuentos del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora