El Ser del Metro

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Dime, ¿qué es aquello a lo que más temes?

La mujer gritar en dolor deja, sus pulmones han estallado y el aire por su garganta ya no pasa. ¿Cuál cruel destino capaz es de tal bello canto callar?

Tiempo para distracción no tengo, trabajar debo. El sombrerero encargo me dejo y tal profesional he de responder. Con pedaleadas ligeras las costuras de piel son cerradas en la máquina de coser. Un nuevo brazo he terminado.

Plan suyo de mi importancia no es, mas sólo mi duro trabajo mi mente acepta. La rueda gira incesante, metro a metro las piezas unidas son. De tierra en tierra me muevo por lados donde nadie ve, del incesante trabajo jamás descanso.

Sastrero de nacimiento soy, de padre y madre. Bajo las pisadas del hombre común me traslado, sin ser oído, tal lombriz. Suerte he tenido de este abandonado canal encontrar y en leyenda me volví.

Hoy joven mujer a mí llegó, bello cuerpo poseía y en agradable abrigo la convertí. Oh, cuán magnífica silueta que con mis manos acaricié y entre risas degusté. Los hombres de arriba como gusano que se arrastra me conocen, así engañarlos logro pues mal me interpretan.

En extraña máquina viajo que regalo del sombrerero fue, he ahí el gusano del que todos hoyen. Pero humana mi figura es, más humana que la del humano mismo.

Oh, nueva clientela hay en la estación próxima. Las pedaleadas acaban y mi maletín tomo. En vulgar caminar al vagón continuo voy, frente a la puerta me detengo. El mecanismo con fuerte soplido de vapor las abre en par, de un lado una y al otro la otra.

—Bienvenida eres, dama bella. ¿Podría un momento robarle, para mi sastrería mostrarle?

Pero entonces mis palabras falsas se vuelven cuando a mis ojos la ilusión se rompe. Mujer el invitado no es, mucho menos hombre normal. Con desconocida arma y maestría grande, sin mis suplicas escuchar, de una explosión mi cuerpo contra la pared se estrella. El abrumador ruido mis oídos doler hace.

Lágrimas en sus ojos hay, oh cruel destino que sufrir me hace. Tales llantos en mi vida millares vi y de mi trabajo nacen. Sin su nombre conocer comprendí el por qué.

Pues tonto soy, la regla desobedecí segado por la oferta abundante del hombre extraño. Al piso caigo y moverme ya no puedo.

—Con la sangre de mi esposa jugaste, y con la tuya tu pecado pagarás. —Y ante sus trágicas palabras, mi vida cedo con larga sonrisa.

Pero shhh... que de mi inmortalidad no sepa, pues de hombre me veo y de cuerpo carezco.

Cuentos del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora