CAPITULO 2: ANAKKÄ

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Las insistentes campanadas del templo Cramber no tardaron en despertar al joven Dragomir y al resto de la ciudad para comenzar una nueva jornada de actividades. El dulce aroma a pastel de frutas que emanaba de la cocina fue el mejor incentivo para levantar al muchacho de su cama que rápidamente se dispuso a disfrutar de su última comida con sus padres. En la mesa, Imböll le aconsejaba que se cuidase y que fuese precavido mientras que Lúdica le acariciaba la cabeza con una sonrisa que contenía el llanto. El muchacho no les prestaba demasiada atención y comía despreocupado devorando la comida con suma ansiedad hasta que el plato no tuvo alimentos con que lucirse. Luego de unas últimas advertencias acompañadas de viejas y terribles historias de aquellos que sucumbieron ante las desgracias que la imprudencia o el despiste provocaban a sus seguidores, Dragomir se despidió de su padre con un fuerte abrazo y de su madre con un beso y otro abrazo. Luego de esperar unos instantes para que su visión se acostumbrara a la oscuridad eterna del exterior, el joven emprendió el camino sin vacilar. Ni siquiera volteó para saludar de lejos a sus padres que desde la entrada de la casa permanecían mirando cómo su hijo se alejaba lentamente y se perdía por los senderos de piedra.

Acortó camino desviándose por un atajo que solo él conocía y caminó largo rato. Subió y bajó colinas arenosas, cruzó pequeños arroyos y saltó algún que otro abrupto del estrecho sendero hasta alcanzar nuevamente el camino principal que conducía hacia Rohandar. Al cabo de un tiempo, cuando su estómago empezaba a rugir nuevamente, Dragomir decidió sentarse sobre una roca para reposar y comer su pequeño emparedado que su madre le había envuelto con cariño para el corto viaje. Mientras se deleitaba con su comida, no se privó de saludar a Mavir el posadero, que de tanto en tanto viajaba hacia la ciudad para reabastecerse y a Cundir, hijo de Paus el granjero que nunca dejaba de silbar su infinito repertorio de melodías. Ambos lo saludaron con el habitual  ̈¡Buena vista! ̈ al tiempo que él les respondía con su más sincera cordialidad  ̈¡Buena luz! ̈.

Una vez deglutido el sabroso tentempié y habiendo disfrutado su breve descanso, el joven se encaminó nuevamente hacia Rohandar. Durante su caminata, Dragomir trataba de no pensar en la despedida, de no recordar el triste rostro de su padre cuando lo abrazaba o los ojos llorosos de su madre que sonreía de orgullo. Trataba de concentrase en su objetivo, en sus sueños. Levantó la vista y apuntó su miraba cobriza hacia un horizonte indefinido; negro.

El viento fresco soplaba suavemente a favor y por momentos, una helada llovizna refrescaba su cuerpo sudoroso y caliente. Previendo que la falta de abrigo podría causarle un resfrío o algún malestar mayor, Dragomir decidió apresurarse para llegar pronto a destino y exponerse lo menos posible a la intemperie pero la fatiga no tardó en manifestar sus efectos y el frío se hizo cada vez más intolerable. La desolación que lo había acompañado durante el viaje y que solo había sido interrumpida por un par de aislados viajeros, lo abandonó definitivamente cuando se vio envuelto por un enjambre de carretas, diligencias y hombres a caballo. Parado al borde del camino, el joven contempló unos instantes el tráfico acelerado que contrastaba bruscamente con el ritmo sereno que caracterizaba Sicksah y temiendo ser pisado por algún caballo o atropellado por alguna carreta, prefirió seguir el camino bordeándolo junto con otros hombres que al igual que él, viajaban a pie. El cambio de paisaje y el gentío que ahora lo rodeaba hacía mucho más entretenido el trayecto ya que sus ojos encontraban en cada individuo algún detalle interesante que alimentaba su insaciable curiosidad : un hombre vistiendo con orgullo su armadura impecablemente pulida que montado sobre su pesado y arrogante caballo se adelantaba al trote, un mercader gordo y bien vestido daba órdenes con sus manos grasientas repletas de comida a sus servidores que sumisamente acomodaban constantemente las mercancías que transportaban en las carretas, un flautista que caminaba por el borde del camino tocando su instrumento, ajeno por completo a su entorno... Por las descripciones que su padre le habían detallado en cuentos y anécdotas del pasado, Dragomir también pudo reconocer a los ̈Elmanos ̈, una exótica cruza entre elfos y humanos que dió origen a una singular especie humanoide que superaba por una o dos cabezas de altura a los humanos comunes. Rubios o castaños, de contextura física bien formada y de carácter pensante en su mayoría, los Elmanos eran criaturas disciplinadas que poseían una cultura muy rica y bien organizada. Pero detrás de su aparente tranquilidad, poseían un espíritu agresivo y calculador que a lo largo del tiempo los convirtió en la raza predominante de toda la Tierra. Diseminados por el mundo de forma estratégica y puntual, poseían la capacidad de reunirse y concentrar sus ejércitos en un punto especifico del mapa a una velocidad aún inexplicable por el resto de las otras culturas. Dado su predomio como fuerza rectora y debido a su inexplicable y misteriosa omnipresencia, los Elmanos pronto se transformaron en aquello que sería denominado a través de los tiempos como el todopoderoso  ̈Imperio Blanco ̈.

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