El camino que unía Rohandar con Jastin era largo y discontinuo. El reino de Rohanon se encontraba completamente aislado de las ciudades más próximas y no dependía de otras razas ni tampoco de otras culturas para sobrevivir. Dado que el pueblo Cáballa se autoabastecía, el comercio con civilizaciones vecinas prácticamente no existía. En consecuencia, el flujo de diligencias era casi nulo y no existían por ende, caminos bien definidos que conectaran prolijamente Rohanon con otras ciudades. Hasta llegar a los accesos más transitados que unían Efenor de Jastin, el grupo debía escalar montes pedregosos, recorrer tortuosos senderos y atravesar vastos desiertos cuyo clima hostil dificultaba la regularidad del paso generando un mayor desgaste físico. Si no surgían mayores inconvenientes, el grupo no tardaría mas de once o doce jornadas en superar aquella penosa etapa hasta conectar con el nuevo camino que se uniría al ya recorrido. No obstante, la ruta que partía de Efenor hacia la magnífica Jastin modificaba radicalmente el tedioso ritmo inicial del trayecto ya que el buen estado de la ruta y los numerosos puntos donde el Imperio Blanco instalaba sus puestos de vigilancia eran siempre factores que aportaban mayor comodidad y seguridad al viaje. De ahí en más, solo se requeriría un poderoso instinto para seguir las pistas correctas y mucha precaución para no enredarse en problemas que pudieran retrasarlos, por lo que se calculaba que tres o cuatro jornadas más serían suficientes para culminar con el viaje y poder así empezar con la búsqueda del misterioso niño.
Las primeras campanadas de la jornada sonaron temprano una vez más por las calles desoladas de la ciudad y mientras los habitantes se desperezaban lentamente para comenzar con los preparativos de ̈la fiesta del brinco ̈, el grupo de viajantes aprovechaba la ausencia de gente para partir en silencio, evitando exponerse ante posibles miradas furtivas.
Cada uno de ellos había revisado su equipo con cuidado reparando hasta en los detalles más insignificantes. Dragomir, confiado en la fuerza de su enorme caballo de guerra pesado, no dudó en cargar todas sus pertenencias sin considerar el peso de cada una de ellas.
Cubierto con una aparatosa coraza metálica sobre una reluciente cota de malla, Dragomir protegía su espalda con un enorme escudo circular que ostentaba con orgullo el imponente emblema de los ̈Jinetes del Viento ̈: una vista frontal de un caballo de plata alado en pleno despegue sobre un fondo negro. Y entre aquélla augusta pieza metálica cuyo brillo resplandecía sin pudor y la espalda del joven Dragomir se encondían dos espadas cuyas empuñaduras asomaban acechántes como dos aguijones por encima de los hombros del guerrero. Una de ellas estaba revestida en cuero negro y una rosca plateada encabezaba la base. Era la antigua espada que su padre Lodomir le había forjado especialmente para él. La otra empuñadura era tambien de plata y había sido tallada de un extremo al otro la famosa batalla de Laspi que en una serie de memorables imágenes representaba en síntesis los sucesos de mayor trascendencia. Hallada por Vittelus entre los cuerpos destrozados que yacían esparcidos por uno de los tantos campos de batalla en los que el viejo había estado presente, la espada que desde entonces dormía apacible dentro de su liviana funda color carmín, encontraba en las manos de Dragomir un nuevo portador capaz de aprovechar sus notables cualidades. Consciente de que a su edad difícilmente podría llegar a darle alguna utilidad al arma, Vittelus decidió ceder aquel precioso objeto a un muchacho que prometía darle el uso merecido. Pero Dragomir no parecía contentarse con dos espadas. Tres arcos de distinto alcance y una ballesta pesada colgaban del flanco derecho del caballo mientras que el izquierdo estaba armado con dos hachas: una de guerra con doble hoja y otra de hoja simple mucho más pequeña para poder ser lanzada con mayor facilidad. Los elementos para acampar como la carpa y los utensilios de cocina estaban guardados en una mochila que sobresalía por encima de la cola del caballo. Y como si toda esa carga fuera poca, el cuerpo de Lotok estaba a su vez revestido con una gruesa barda de cuero tachado que cubría prácticamente todo el cuerpo dejando la cabeza y el cuello al descubierto para no restarle demasiada movilidad. En suma, podía decirse que el peso acu- mulado entre Lotok y Dragomir equivalía al de tres caballos de carrera ligeros. Todo indicada que la carga podía resultar abrumadora para Lotok pero lejos de afectarse por el peso, sus movimientos conservaban sorprendentemente plena soltura.
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MUNDO PROFUNDO
FantasyDioses de la creación universal, eternos e indestructibles entran en conflicto y deciden enfrentarse en forma humana y mortal en una arena de combate llamada planeta tierra, en una era medieval fantástica, sumergida en la completa oscuridad. Histori...