C a p i t u l o 10

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La habitación de Raphael parecía dada vuelta. Toda la ropa de su armario ahora yacía en el suelo y por encima de su cama, y ni siquiera había tenido tiempo de tenderla o si quiera ordenar los muebles. Toda la mañana se la había pasado comprando los ingredientes para la cena que su madre cocinaría,y cuando había querido darse cuenta descubrió que la hora acordada le pisaba los talones haciéndole correr a su habitación para buscar un atuendo adecuado.

Se preguntó a sí mismo qué demonios hacía en ese momento. Ragnor no tardaría en llegar. Tocaría el timbre de su casa y abriría, tal vez, su hermana Rosa, haciéndolo ingresar. Él le daría un apretón de manos, haciéndola reír. Saludaría a su madre con un beso en la mejilla y le entregaría una botella de vino costoso. Estaría tranquilo, confiado y seguro de que Raphael lo presentaría a su familia y aceptaría frente a ellos quien era su pareja. Él lo había creído así también pero comenzaba a dudar.

Corrió al baño de su habitación y apenas tuvo tiempo para llegar al lavado antes de vomitar. Las arcadas le hicieron estremecer todo el cuerpo y un sudor frío le recorrió la frente ¿Realmente estaba preparado? Ni siquiera había estado nervioso el día que conoció a los padres de Ragnor días después de la charla bajo las escaleras. El señor y la señora Fell habían sido maravillos. Ellos les habían acogido con una gran cena, hablaron con él para conocer de su vida y le hicieron sentir a gusto y aceptado. No dudaba de Rosa, ella se mostró extasiada al saber que su hermano traería a Ragnor a cenar. Pero su madre era otro cuento.

Repasó en su mente cada misa, cada santo que decoraba las repisas de la casa, el peso de su rosario quemandole el pecho. Comenzó a respirar pesadamente, agobiado por el miedo que sentía. Su madre era una mujer justa, comprensiva, y, sobre todo, amorosa. Todo el mundo veía en sus ojos el amor incondicional que tenia por sus hijos. Eso no lo tranquilizó, sobre todo por el pensamiento de ella sintiéndose decepcionada por sus gustos ¿Realmente podría elegir a Ragnor por sobre su madre? Aún cabía la posibilidad de que ella le rechazara, creyera que es un monstruo y no quisiera volver a verlo.

Se miró al espejo. Sus ojos cafés le devolvían la mirada, con las pupilas dilatadas y el terror surcando en ellos. Sus rulos oscuros no lograban quedarse estáticos. Su boca estaba seca y sentía el regusto que le provocaba aun más nauseas. Se enjuagó el rostro y luego cepilló sus dientes. Cuando volvió a sentirse fresco, caminó hasta la cama. Miró el desorden y pensó en que tal vez Ragnor no ingresaría a su habitación, por lo que decidió dejar todo como estaba y procedió a vestirse.

Eligió el traje más común de la historia. Se puso colonia y peinó desentemente sus rulos.

Salió de la habitación asegurándose de cerrar la puerta y caminó hasta la cocina. Guadalupe, su madre, se hallaba cortando zanahorias. En la estufa, una gran cacerola humeante despedía el aroma a salsa boloñesa. Ella llevaba un delantal ajustado a su cintura y cuello, protegiendo de esa forma su vestido color verde musgo. Cuando se giró para dejar las rodajas de zanahoria en la cacerola, se percató de que Raphael estaba allí. Le miró luego de depositarlas en la salsa, limpiando sus manos en el delantal y sonriendole con cariño.

-¿Qué tienes, mi niño ?- Se acercó un poco y tocó sus mejillas.- Te ves algo pálido.

-Estoy bien- fingió, tomando las manos de su madre y dándoles un pequeño apretón-. Eso huele delicioso.

-Espero a que tus amigos les guste.- Volvió a darle la espalda para volver a cocinar.- Me alegro que los hayas invitado, Rapha. Nunca traes gente a casa, ni cuando eras un pequeño. Siempre te gustó ser el solitario- ella rió un poco, negando con su cabeza-. Pero ahora, después de tanto, nos los presentas. Tu hermana ha estado muy emocionada.

-Sí, lo está- murmuró. Saber que a Rosa le emocionaba otro aspecto de la visita le generaba aun más nervios.

-¿Cómo dijiste que se llamaban?- Era el momento de revelar el primer secreto, o más bien mentira. Raphael, entrando en pánico, le había dicho a su madre que su grupo de amigos vendría a cenar. Aun cuando ella no le estaba viendo, desvió su mirada al suelo con vergüenza.

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