Leo San Juan

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- ¡¡Miguel!!- Grito desesperadamente Marco.

- ¡Hey! Marco, shhhhh. Ve a ocupar tu lugar y encargate de tus asuntos.- Dijo Diego y se dio la vuelta observando a los fanáticos como un águila a un ratón.

Marco lo miro de manera desafiante, su primo era más denso que las piñatas que hacía su abuelita, sería imposible pasar a través de él por la fuerza.

No perdió el tiempo y se dirigió hacia donde estaban los bailarines, tomo un traje azul de adornos dorados y deseo con todas sus fuerzas que la pendejada que iba a hacer diera resultado...

"No te ofrezco riquezas..."

El corazón de Leo dio golpeaba su pecho como una locomotora, tenía demasiadas emociones en ese momento.

Se sentía atraído y a la vez admirado por el espectáculo que aquel ser de reflectores estaba dando esa noche.

"Te ofrezco mi corazón..."

Sediento por las ansias repentinas que le trajeron el recuerdo del roce de sus cuerpos la noche anterior.

"Te ofrezco mi corazón..."

Y

sumamente extasiado de ver las lágrimas de las mujeres que lo rodeaban hambrientas de deseo por un solo bocado de lo que a él le correspondía por derecho. Eso... Lo hacía sentir poderoso.

"A cambio de mi pobreza"

Su amuleto comenzó a palpilar a la par con el de Miguel en un precioso y chillante rojo escarlata. A la vez que la luna llegaba a su punto más alto.

El latido se hizo cada vez más y más presente, hasta que ensordecio todos los sonidos a su alrededor.

- Se mio... Miguel Rivera.- Pronunció San Juan.

Y en ese momento escucho un chasquido que lo sacó de sus pensamientos.

Leo se sorprendió y rápidamente tomó el amuleto entre sus manos, solo para ver que el corazón lentamente se iba apagando hasta quedar seco y agrietado.

Por más que sacudió el amuleto este no daba respuesta de volver a encenderse.

Fue entonces que el ruido de un golpe lo hizo apartar la mirada del artilugio y dirigirla hacia el escenario.

Miguel estaba de rodillas, sus pupilas estaban dilatas, su rostro estaba perlado de sudor, jadeaba y a duras penas trataba de seguir pronunciando la letra de su canción.

Parecía haber llegado a su límite físico.

En su mano, sostenia el amuleto que su novio le había dado, aferrándose a él como si fuera su intermediario entre el y dios, rogando por poder acabar ese último concierto, para poder regresar con su único amor...

Leo sintió una punzada en el corazón.

Se apresuró a tratar de alcanzar a Miguel, pero de la nada un repentino e intenso dolor surgió en su mano.

El dolor le hizo caer de rodillas al suelo, siendo ignorado por aquellos a su alrededor que seguían cautivados con los bailarines.

Charro Herrante: Las mil y una lunas de MielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora