Lo Que Yo Siento Por Ti

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El estridente sonido del despertador lo hizo despertarse de repente.

Su cuerpo se contrajo de la impresión, y tuvo esa sensación de falsa caída que terminó por disiparle la última esperanza de sueño.

Extenuado bufo, y prefirió esconder tontamente la cabeza bajo la suavidad de la almohada, a ver si así el ruido se detenía. Lo que claro, no hizo.

Estiro perezosamente el brazo y entonces se dio cuenta que el despertador se encontraba del otro lado de la cama, lo que le hizo sentir muchísima más hueva aún.

- Marco. Apaga eso por favor.- Pidió pero no hubo respuesta. - ¿Marco? - Preguntó pero entonces se dio cuenta del espacio vacío.

Rindiendose se levantó de la cama y apago por cuenta propia el insistente sonido.

Miro con detenimiento las agujas del reloj. Y concluyó en que era demasiado temprano como para que su primo anduviera despierto.

"que raro" se formuló. Pero solo quedó en pensamiento, y decidió no darle más vueltas al asunto.

Se apresuró a arreglarse, para así empezar de buena forma la mañana. Sin embargo, está no sería tan buena como pensaba...

Bajo corriendo las escaleras, pues ya se le hacia tarde.

Si algo bueno podía mencionarse del hotel, además de sus excelentes vistas y habitaciones.

Era el fabuloso buffet que servían y que de alguna manera manejaba el voraz apetito de los Rivera.

El muchacho abrió las puertas de par en par, encontrándose con el resto de su familia ya atiborrados en la mesa como los viles puercos que eran.

Se sentó en chinga para ver lo que quedaba, y es que el crecer siendo el menor de la casa le había dejado severos traumas de morir por inanición.

Se acomo la servilleta en el cuello y justo cuando se dispuso a dar el primer bocado, volteo hacia su derecha, observando el lugar que le correspondía a Marco, completamente vacío.

De pronto una extraña sensación le recorrió el cuerpo, aquella que te da como cuando sientes que algo se te ha perdido.

Dejo lentamente los cubiertos sobre la mesa, y su apetito se redujo a un diminuto retortijon de tripas.

- ¿Que tienes Miguel? ¿No tenias hambre? - Le preguntó su abuelo mientras se separaba de su delicioso caldo de albóndigas.

- ¿¡Que no tiene hambre!? Ja, pero si ese niño come como puerco. No se a donde se le va la comida, si yo que como menos que él luzco este esbelto cuerpazo. - inquirió Doroteo metiéndose a la platica.

- Si mijito pero tu tienes figura de tamal mal amarrado.- Dijo el abuelo haciendo sentir a Doroteo nuevamente ofendido.

- Es sólo. - Prosiguió Miguel. - Que no he visto a Marco desde la tarde pasada. ¿Alguno de ustedes sabe donde esta?

- Oh... - Decidió unirse Diego a la plática. - No te preocupes, nos pidió permiso. Salió con un amigo.

- ¿¡Que!? ¿¡Un amigo!? - Hablo exaltado Doroteo. - ¿¡Esa madre tiene amigos!?

- ¡Doroteo tu lenguaje!- Le regaño el abuelo.

- Ejem, si. Verás Miguel a todos nos pareció impresionante ya que Marco es... Como decirlo. - Se planteó Diego.

- Es tu pinche sanguijuela. - Soltó Doroteo valiendole caca el azúcar de su abuelo.

- ¡¡Doroteo chingada madre!!- Le grito éste.

Charro Herrante: Las mil y una lunas de MielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora