Tormenta Tempestuosa

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La lluvia amainaba con fuerza llevada por los violentos nubarrones que se formaban amenazantes en el cielo.

Picos de agua salada se alzaban a cuchillazos de tal modo que el cielo y la tierra se fundió en un tumultuoso mar de bruma espumosa.

Un rayo azotó la vela del navío, chisporroteando pequeñas chispas que caían como luces que de un momento a otro se tornaron brazas llameantes.

Los japoneses, dilegentemente se desplazaban por el barco, entre gritos en lenguaje del lejano imperio y la fuerza del viento que reventaba sobre sus tímpanos.

"¡¡Protejan a los niños!!" grito uno de ellos.

Su mamá lo tomó en brazos, mientras una mujer de finos ropajes y dorados artilugios le estrechaba las orejas, uniéndose en un abrazo por parte de ambas mujeres.

Sobre el pecho de la otra, escondido entre la seda del kimono, estaba el joven príncipe.

Aferrado a los pies de su señora se encontraba un niño, hijo de los sirvientes de la casa.

Tres niños japoneses, cuyos destinos habrían de cambiar para siempre después de aquella tempestuosa tormenta.

De entre la bulla se asentuo, el sonido de unas pesadas botas que hizo amortiguar el rugido de las olas.

Un hombre de alto porte se asomo desde las entrañas de la nave.

"¡Tierra a la vista capitán, tierra a la vista!"

De pronto todos se cayaron.

Un vórtice de lluvia los golpeó apagando el fuego de repente, las últimas piezas corroidas de la madera del barco se desplazaban sobre la sal marina del puerto de Veracruz.

El capitán se acerco al borde, y al llegar a este un rayo detrás de él le iluminó.

"Hasekura"

...

Los preparativos de la fiesta estaban listos, la noche había llegado, y la ciudad junto con sus habitantes estaban de gala.

El camino hacia la finca de la familia Cuervo resplandecía en velas y guirnaldas esmerosamente incrustadas en los árboles que recorrían el basto camino de arenizca blanca.

Todos los primos peleaban por sacar la cabeza por una de las ventanas del carruaje, porque sí, hasta eso Kyle pensó en el más mínimo detalle para la comodidad y alarde que subliminaban los sentidos de la familia Rivera.

Se sentían como en un cuento de hadas, todos y cada uno de ellos eran en esencia, su propia cínica versión de la cenicienta, salvó Miguel, que todo el tramo se sintió como la hermanastra fea y solterona.

Llegaron a la reja negra cromada, donde podía verse en grande el estandarte de la familia en jefe, un agave siendo arrancado por un cuervo.

Los corceles relincharon, y de pronto los recibieron trompetas, guitarras y acordeones provenientes de la fiesta, un intenso olor entre dulces y tamales, y unos fuegos artificiales que anunciaron su llegada.

Los Cuervos no se anban con pequeñeces...

La algarabía de los invitados comenzaba a hacerse fuerte,aunque Miguel todavía podía distinguir las voces de sus amigos a la distancia, inmersos en sus propios asuntos.

Charro Herrante: Las mil y una lunas de MielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora