El Secreto Que Tu Y Yo Compartimos

52 5 0
                                    

Había caído la noche y el velador pasaba justo por la hora de los espantos.

La calle se encontraba en total silencio, un silencio abrumador que solamente era interrumpido por el aullido del viento, el cual él esperaba con todas sus fuerzas no trajera el sonido de un lamento.

Miro atento su reloj de bolsillo, pues ya estaba a punto de hacer cambio de guardia. Se había olvidado de tomar su medicamento y exudaba agua fría del solo pensamiento de su mujer regañandole a su llegada.

Las tres de la mañana, y el reemplazo no venía. Sólo le quedaba admirar con mirada perdida la espesa bruma que le cubría los pies y que se derramaba por cada esquina y por cada callejón.

Miro a la luna, esforzándose por no quedarse dormido. Hasta que un leve sonido a sus oídos asomó.

Volteó afinando sus sentidos, como si quisiera convencerse de que era su imaginación que le había jugado una broma, volvió a sentarse.

Los pelos de su nuca se erizaron, advirtiendo inequívocamente una presencia.

- ¿Quién anda ahí? - Preguntó con miedo de la respuesta. Pero nada. Todo volvió a
Caer en silencio.

El frío de la madrugada comenzaba a molestarle los huesos. Se puso a pensar entonces, tal vez influido por aquel vacío que trataba de llenar su mente ante el posible peligro, en aquellas leyendas que solía escuchar de niño.

Se decia por ahí, que hace muchos ayeres existió el rumor de que por las noches rondaba un vampiro. Claro el nunca lo creyó, principalmente por que su mamá fue una religiosa de mucho cuidado y no le tenía permitido pensar en algo ajeno a dios.

Pero no fue hasta aquella noche, en la que se había fugado para entrar a hurtadillas a casa de su amada, que tuvo aquel encuentro.

Cabello oscuro, tez moribunda, aliento terriblemente helado y labios rojizos pintados por la sangre recién robada.

Solo compartieron miradas por un segundo, antes de mezclarse eternamente en la oscuridad, pero aquella experiencia le había dejado dudando, si algún día volvería por él.

Por la presa que no pudo obtener o que si solo era un loco y lo había inventado todo.

La quietitud del recuerdo no le dio chance de percatarse a que hora se había instalado aquella silueta negruzca que se alzaba entre la neblina.

Miro por el rabillo del ojo, con el miedo acediando su corazón, que aquella enorme sombra no era ni parecida a la del chaparro de Don Martín.

Estaba ubicada a lo lejos, más allá del farol bajo el que estaba sentado, lo suficiente para que su rostro fuera cubierto por la tenue luz de la luna.

Sintió un escalofrío y por un momento se quedó ahí, inmóvil manteniendo la mirada como la batalla visual de un animal y su presa.

La sombra se acerco, dejando sin lugar a dudas el hecho de que esa cosa estaba viva o por lo menos tenía pensamiento propio. La lámpara poco a poco fue dibujando una larga capa, de negro impenetrable y de ella asomaba una porcelanica piel pálida.

Él velador quedó impactado ante la imponente figura, sintió en sus adentros que aquello venía por él, que aquello era la parca.

El terror se apoderó de su cuerpo y no pudo hacer más que correr gritando:

- ¡¡Ahí viene la flaca!! ¡¡Ahí viene la flaca!!

Mientras tanto Kyle se quitaba la capucha, extrañado por la reacción de aquel pobre viejecito.

Sin embargo no le dio importancia y siguió comiendo las fresas que traía su canasta. Un bocadillo nocturno para una ardua jornada de trabajo en secreto.

Charro Herrante: Las mil y una lunas de MielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora